Chavela Vargas: mujer apasionada, talentosa, multifacética, polémica. Tica renegada, mexicana adoptada, cantante del mundo hispánico. Segura de si misma, desfachatada para hablar, se negó a esconder su lesbianismo desde épocas casi inmemoriales, cuando las normas sociales eran mucho más rígidas que hoy en día (cuando sigue siendo mal vista la homosexualidad). Hace unos días me encontré un CD de Chavela Vargas que hace varias mudanzas había quedado olvidado en una caja. Al escucharlo me vinieron a la mente muchos recuerdos y muchos pensamientos. El más fresco de ellos, la entrevista que hace unos pocos meses apareció en La Nación, donde dijo todo lo que piensa de nuestro país y, francamente, salimos muy mal parados. Para mi, esas son las excentricidades que van asociadas con el desmesurado ego que por lo general distingue a los grandes talentos como el suyo.
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Con Chavela Vargas me une una curiosa afinidad gastronómica. Nunca la llegué a ver en concierto, pero varias veces hemos coincidido en restaurantes, probando que el mundo es un pañuelo. No recuerdo cuándo fue la primera vez que la vi, pero fue en algún restaurante del Valle Central, y mi papá aún vivía y fue quien la reconoció. Luego la volví a ver, tambiénhace varios años, sentada comiendo en Casa Luisa, un restaurante español en Sabana Sur. Si no me equivoco, en esa ocasión fue mi suegro – el mismo que me regaló su disco – quien la reconoció. La última vez, hace menos de un año, exactamente el 31 de diciembre del 2008, estaba ella comiendo en un delicioso restaurante de cuyo nombre no me acuerdo, en Tepoztlán, Morelos, donde Chavela reside. Allí estaba ella sentada en su silla de ruedas, acompañada por tres mujeres significativamente más jóvenes, y supongo que disfrutando de la relativa anonimidad que le brindaba la presencia en el mismo restaurante de Belinda, con quien mis hijos, y los de todos los comensales, insistieron en tomarse fotos.
Chavela Vargas salió de Costa Rica a los 17 años, supongo que buscando algo más importante que una exitosa carrera musical: paz espiritual. Mientras que nadie puede poner en tela de juicio sus logros profesionales, creo que el rencor que arrastra 73 años más tarde es prueba de que nunca alcanzó esa ansiada paz de espíritu. Sus problemas en el pasado con el alcohol y con drogas constituyen prueba adicional. Pero por más que reniegue sus orígenes y desprecie a Costa Rica, podemos concluir que si bien ella salió de aquí hace 73 años, Costa Rica no ha salido de ella a sus 90 años de edad.
Escuchar a Chavela Vargas cantando rancheras (y canciones de otros géneros) es una verdadera delicia. Nunca dejará de impresionarme su valentía para cantar esas canciones, escritas por machos muy machos y muy despechados, y dedicadas a las hembras que les rompieron el corazón, con el sentimiento, el vivo rencor, el desenfreno y la pasión que pone Chavela en cada una de sus interpretaciones. Pero lo que me resulta más delicioso es escuchar esas enes nasales al final de las palabras, y las erres arrastradas muy a lo tico, cuando canta las más mexicanas de las canciones. Lo que Natura no da, Salamanca no lo presta.
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Con Chavela Vargas me une una curiosa afinidad gastronómica. Nunca la llegué a ver en concierto, pero varias veces hemos coincidido en restaurantes, probando que el mundo es un pañuelo. No recuerdo cuándo fue la primera vez que la vi, pero fue en algún restaurante del Valle Central, y mi papá aún vivía y fue quien la reconoció. Luego la volví a ver, tambiénhace varios años, sentada comiendo en Casa Luisa, un restaurante español en Sabana Sur. Si no me equivoco, en esa ocasión fue mi suegro – el mismo que me regaló su disco – quien la reconoció. La última vez, hace menos de un año, exactamente el 31 de diciembre del 2008, estaba ella comiendo en un delicioso restaurante de cuyo nombre no me acuerdo, en Tepoztlán, Morelos, donde Chavela reside. Allí estaba ella sentada en su silla de ruedas, acompañada por tres mujeres significativamente más jóvenes, y supongo que disfrutando de la relativa anonimidad que le brindaba la presencia en el mismo restaurante de Belinda, con quien mis hijos, y los de todos los comensales, insistieron en tomarse fotos.
Chavela Vargas salió de Costa Rica a los 17 años, supongo que buscando algo más importante que una exitosa carrera musical: paz espiritual. Mientras que nadie puede poner en tela de juicio sus logros profesionales, creo que el rencor que arrastra 73 años más tarde es prueba de que nunca alcanzó esa ansiada paz de espíritu. Sus problemas en el pasado con el alcohol y con drogas constituyen prueba adicional. Pero por más que reniegue sus orígenes y desprecie a Costa Rica, podemos concluir que si bien ella salió de aquí hace 73 años, Costa Rica no ha salido de ella a sus 90 años de edad.
Escuchar a Chavela Vargas cantando rancheras (y canciones de otros géneros) es una verdadera delicia. Nunca dejará de impresionarme su valentía para cantar esas canciones, escritas por machos muy machos y muy despechados, y dedicadas a las hembras que les rompieron el corazón, con el sentimiento, el vivo rencor, el desenfreno y la pasión que pone Chavela en cada una de sus interpretaciones. Pero lo que me resulta más delicioso es escuchar esas enes nasales al final de las palabras, y las erres arrastradas muy a lo tico, cuando canta las más mexicanas de las canciones. Lo que Natura no da, Salamanca no lo presta.