Nunca he estado, pero la zona roja de Amsterdam es famosa por la forma en que se ofrecen los servicios sexuales. Las putas se exhiben en vitrinas, escasas de ropa o realizando los más variados actos eróticos a la vista de los transeúntes. Igual a como dejó Oscar Arias a Costa Rica con la forma en que decidió establecer relaciones con China: exhibida en la vitrina de la opinión pública mundial como una puta diplomática. Muchas gracias, señor Premio Nobel de la Paz.
domingo, 14 de septiembre de 2008
miércoles, 3 de septiembre de 2008
¡Qué secreto ni qué mi abuela!
Cuando un Presidente le pierde el respeto a su pueblo y pretende verle la cara de idiota todo el tiempo, es nuestro deber desenmascararlo. Este es un blog de crítica y por supuesto que don Oscar Arias y su gobierno no se han escapado a los filazos que nos gusta recetar desde aquí. Pero para quien conoce este blog desde sus inicios, o al menos ha leído algo de nuestros archivos históricos, es claro y evidente que la crítica al Presidente Arias ha sido relativamente taimada, sobre todo si la comparamos con la que hacíamos al desgobierno de su predecesor Abel Pacheco.
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En La Suiza Centroamericana fuimos desde el inicio críticos de la decisión de establecer relaciones con China a expensas de nuestras relaciones con un país democrático como lo es Taiwán (ver al respecto La Caperucita Tica, Diplomacia al estilo de las putas). Entonces alegábamos, entre otras cosas, que la relación con Taiwán estaba mal planteada porque no se basaba en los principios fundamentales compartidos entre nuestras naciones, sino en el intercambio de apoyo en foros internacionales por dádivas y que, lamentablemente, ya desde el arranque de las relaciones con China Continental las cosas iban por similar camino, con la oferta china de construir un nuevo Estadio Nacional y prestar unos $250 millones en términos secretos.
La insistencia de Oscar Arias, y de su Canciller y su Ministro de Hacienda, en no revelar la información sobre el financiamiento chino, me revuelve el estómago. Nos quieren hacer creer, como que si fuéramos estúpidos subnormales, que es costumbre no revelar los detalles de este tipo de transacciones entre dos países. Nos hablan de un “secreto bursátil”, casi casi como un “secreto de estado”, como si las FARC o el FSLN nos fueran a invadir mañana si se revela el “secreto”. Ya cuando don Oscar dijo, con una desfachatez digna de admirar, que ningún funcionario público había recibido una comisión por esta transacción, inmediatamente me empecé a imaginar que una entidad financiera privada costarricense si la había recibido, y que sería necesariamente una en la cual uno o varios funcionarios públicos tuviera(n) una participación accionaria. Confieso que no me imaginaba que se trataba de BCT, porque ni siquiera me acordaba quién era nuestro Embajador en China. Más bien creí que se trataba del grupo financiero que ayuda a la Conferencia Episcopal a esconder sus dineros provenientes de actividades ilícitas de intermediación financiera. Pero no anduve lejos.
El asunto es que es una majadería insistir con la cantaleta del secreto bursátil. Cualquier persona que haya leído alguna vez en su vida un par de números de The Economist, o del Financial Times, o del Wall Street Journal sabrá que cuando los países hacen emisiones de bonos de deuda soberana, los intermediarios – sí, siempre los hay y no es pecado – sacan tremendos campos pagados anunciando que han sido escogidos para colocar o asegurar la emisión, y por supuesto que han sido escogidos después de un concurso público. Nadie en el mundo occidental hace transacciones de esta naturaleza y magnitud bajo el velo del secreto; ese es el tipo de cosas que espera uno encontrar más bien en la Rusia de Putin y Medvedev, o bien, pues, en China. Pero nos falta al respeto nuestro Presidente cuando menosprecia las instituciones de nuestra democracia – aunque no siempre funcionen como deben – insistiendo en el secreto que únicamente sirve para esconder algo que no quiere que sepamos (y que finalmente está saliendo a la luz pública). Es una estrategia perder-perder. Pierde el país cuando estas transacciones no se hacen de manera transparente, y pierde el gobierno en credibilidad e imagen cuando finalmente se descubren los chanchullos.
Este episodio me ha llevado a preguntarme quién manda en Costa Rica. Cuando don Abel Paltecho nos desgobernaba, se decía que Oscar Arias era el poder detrás del trono, lo cual explicaba algunos nombramientos de don Abel, siendo el más conspicuo el del hoy Canciller entonces como Embajador ante la ONU. Cuando la Sala IV derogó por inconstitucional la norma que impedía la reelección presidencial, se decía que Rodrigo Arias gobernaría como una especie de Primer Ministro, pero que don Oscar mantendría el poder desde una función presidencial más asemejada a las de los Reyes de Europa que a lo que establece nuestra normativa. Sin embargo, resulta que don Oscar Arias, ese que detenta el poder emanado de las urnas, tiene que pedir permiso al embajador de China para dar al público la información que la ley le obliga a dar. ¿Desde cuándo nuestro Presidente tiene que pedir permiso a un diplomático extranjero para actuar? ¿Qué es eso sino pérdida de soberanía? ¿Qué es esa falta de dignidad? ¿Será que algo me perdí y no me he dado cuenta de que ahora somos una colonia china y que el Sr. Wang Xiaoyuan es el Procónsul?
Señores y señoras, nuestro Presidente nos ha perdido el respeto por completo. No somos para él más que caracoles impedidos de volar a las alturas de las águilas que se regodean con la realeza europea mientras en nuestro país la inflación se dispara, la inseguridad campea, y en general nos lleva candanga. Ya es hora de que nuestras instituciones, sea la Contraloría o la Sala IV, se lo apeen de su alto vuelo, para que se tenga que venir a revolcar aquí abajo con nosotros los caracoles que trabajamos todos los días por sacar este país adelante a pesar de – y no gracias a – nuestros gobernantes. Si por revelar el secreto China decide no prestarnos la otra mitad, no hay problema; hace apenas un par de semanas las agencias calificadoras del riesgo mejoraron su perspectiva de la economía costarricense. Eso significa que Costa Rica no tendrá problema alguno en colocar bonos de deuda en los mercados internacionales, como lo hizo durante varios años a principios de esta década. La mejor calificación probablemente se traducirá en una tasa de interés menor que la que de otra manera se obtendría y, aunque esa tasa de mercado sea mayor que la ofrecida por China, los costos ocultos y que desconocemos de la transacción con China pueden hacer que salga más caro el caldo que los huevos. Yo me quedo del lado de la transparencia.
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En La Suiza Centroamericana fuimos desde el inicio críticos de la decisión de establecer relaciones con China a expensas de nuestras relaciones con un país democrático como lo es Taiwán (ver al respecto La Caperucita Tica, Diplomacia al estilo de las putas). Entonces alegábamos, entre otras cosas, que la relación con Taiwán estaba mal planteada porque no se basaba en los principios fundamentales compartidos entre nuestras naciones, sino en el intercambio de apoyo en foros internacionales por dádivas y que, lamentablemente, ya desde el arranque de las relaciones con China Continental las cosas iban por similar camino, con la oferta china de construir un nuevo Estadio Nacional y prestar unos $250 millones en términos secretos.
La insistencia de Oscar Arias, y de su Canciller y su Ministro de Hacienda, en no revelar la información sobre el financiamiento chino, me revuelve el estómago. Nos quieren hacer creer, como que si fuéramos estúpidos subnormales, que es costumbre no revelar los detalles de este tipo de transacciones entre dos países. Nos hablan de un “secreto bursátil”, casi casi como un “secreto de estado”, como si las FARC o el FSLN nos fueran a invadir mañana si se revela el “secreto”. Ya cuando don Oscar dijo, con una desfachatez digna de admirar, que ningún funcionario público había recibido una comisión por esta transacción, inmediatamente me empecé a imaginar que una entidad financiera privada costarricense si la había recibido, y que sería necesariamente una en la cual uno o varios funcionarios públicos tuviera(n) una participación accionaria. Confieso que no me imaginaba que se trataba de BCT, porque ni siquiera me acordaba quién era nuestro Embajador en China. Más bien creí que se trataba del grupo financiero que ayuda a la Conferencia Episcopal a esconder sus dineros provenientes de actividades ilícitas de intermediación financiera. Pero no anduve lejos.
El asunto es que es una majadería insistir con la cantaleta del secreto bursátil. Cualquier persona que haya leído alguna vez en su vida un par de números de The Economist, o del Financial Times, o del Wall Street Journal sabrá que cuando los países hacen emisiones de bonos de deuda soberana, los intermediarios – sí, siempre los hay y no es pecado – sacan tremendos campos pagados anunciando que han sido escogidos para colocar o asegurar la emisión, y por supuesto que han sido escogidos después de un concurso público. Nadie en el mundo occidental hace transacciones de esta naturaleza y magnitud bajo el velo del secreto; ese es el tipo de cosas que espera uno encontrar más bien en la Rusia de Putin y Medvedev, o bien, pues, en China. Pero nos falta al respeto nuestro Presidente cuando menosprecia las instituciones de nuestra democracia – aunque no siempre funcionen como deben – insistiendo en el secreto que únicamente sirve para esconder algo que no quiere que sepamos (y que finalmente está saliendo a la luz pública). Es una estrategia perder-perder. Pierde el país cuando estas transacciones no se hacen de manera transparente, y pierde el gobierno en credibilidad e imagen cuando finalmente se descubren los chanchullos.
Este episodio me ha llevado a preguntarme quién manda en Costa Rica. Cuando don Abel Paltecho nos desgobernaba, se decía que Oscar Arias era el poder detrás del trono, lo cual explicaba algunos nombramientos de don Abel, siendo el más conspicuo el del hoy Canciller entonces como Embajador ante la ONU. Cuando la Sala IV derogó por inconstitucional la norma que impedía la reelección presidencial, se decía que Rodrigo Arias gobernaría como una especie de Primer Ministro, pero que don Oscar mantendría el poder desde una función presidencial más asemejada a las de los Reyes de Europa que a lo que establece nuestra normativa. Sin embargo, resulta que don Oscar Arias, ese que detenta el poder emanado de las urnas, tiene que pedir permiso al embajador de China para dar al público la información que la ley le obliga a dar. ¿Desde cuándo nuestro Presidente tiene que pedir permiso a un diplomático extranjero para actuar? ¿Qué es eso sino pérdida de soberanía? ¿Qué es esa falta de dignidad? ¿Será que algo me perdí y no me he dado cuenta de que ahora somos una colonia china y que el Sr. Wang Xiaoyuan es el Procónsul?
Señores y señoras, nuestro Presidente nos ha perdido el respeto por completo. No somos para él más que caracoles impedidos de volar a las alturas de las águilas que se regodean con la realeza europea mientras en nuestro país la inflación se dispara, la inseguridad campea, y en general nos lleva candanga. Ya es hora de que nuestras instituciones, sea la Contraloría o la Sala IV, se lo apeen de su alto vuelo, para que se tenga que venir a revolcar aquí abajo con nosotros los caracoles que trabajamos todos los días por sacar este país adelante a pesar de – y no gracias a – nuestros gobernantes. Si por revelar el secreto China decide no prestarnos la otra mitad, no hay problema; hace apenas un par de semanas las agencias calificadoras del riesgo mejoraron su perspectiva de la economía costarricense. Eso significa que Costa Rica no tendrá problema alguno en colocar bonos de deuda en los mercados internacionales, como lo hizo durante varios años a principios de esta década. La mejor calificación probablemente se traducirá en una tasa de interés menor que la que de otra manera se obtendría y, aunque esa tasa de mercado sea mayor que la ofrecida por China, los costos ocultos y que desconocemos de la transacción con China pueden hacer que salga más caro el caldo que los huevos. Yo me quedo del lado de la transparencia.
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