miércoles, 11 de marzo de 2009

País de chichosos

La otra noche, surfeando por los canales de la televisión, escuché un anuncio de un reportaje que iban a hacer en algún programa tipo Informe 11 ó 7 Estrellas, con un título algo así como ¿Por qué los ticos somos tan chichosos? Decidí no ver el reportaje porque era en uno de esos programas que me ponen de chicha de sólo oír el falsete nasal del periodista encargado, además de que no quería llenarme la cachimba de tierra oyendo todas las razones que tengo para ponerme de chicha. Pero el tema se me quedó dando vueltas en la cabeza, y este artículo es el resultado de varios días de andar de chicha por no poder sacarme la idea de la jupa. He aquí mi versión de por qué los ticos somos tan chichosos.

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Vivimos en un país maravilloso. Bendecido por la naturaleza con una belleza escénica incomparable y con suficientes recursos como para poder alcanzar un cómodo nivel de vida sin las complicaciones que tuvo, por ejemplo, un Japón para lograr el desarrollo económico. En términos generales, tenemos una sociedad igualitaria, un sistema político democrático estable, y quizás una consciencia colectiva de que más vale tener tres frijoles menos en la panza que dos plomazos en la cabeza. Es decir, vivimos, en términos políticos, en paz. Más que presente, nuestro país tiene un potencial envidiable.

El problema es justamente ese: tenemos un gran potencial, pero no logramos explotarlo. Tenemos las calles llenas de huecos, pero evidentemente las seguimos construyendo de la misma manera que no nos ha dado resultados durante décadas. Llueve más de lo que los cauces de los ríos pueden acarrear, pero a nadie se le ha ocurrido construir reservorios inmensos de aguas pluviales para abastecernos durante los meses que llamamos verano. Con eso evitaríamos dos problemas muy importantes que nos ponen de chicha: las constantes inundaciones y los racionamientos estivales del servicio de agua potable. ¿Cómo puede ser que un país con el nivel de desarrollo humano del nuestro y la cantidad de agua que gratuitamente nos regala San Pedro 9 y 10 meses al año sufra racionamientos de agua todos los años?

Tendemos a echar las culpas de todos nuestros males a los gobiernos – algo de lo que el autor de este blog ciertamente no está exento. ¿Pero acaso nos ponemos a pensar cuál es nuestra responsabilidad como individuos? Es cierto que nuestros gobiernos nos han fallado repetidamente. Pero nuestros gobiernos están conformados por gente como nosotros. ¿Qué hacemos nosotros por cambiar esa situación? ¿Ir a votar cada 4 años por el partido de oposición? ¡Gran ganga!

Cuando manejamos nos pone de chicha el malparido que, apenas ponemos la direccional para intentar cambiar de carril, acelera para impedirnos el paso. Los más atrevidos sacan medio cuerpo por la ventana y le explican a grito pelado al ya mencionado malparido exactamente en cuál esquina de Calle 12 conocieron a su mamá. Los más prudentes dejamos las ventanas cerradas, pero dentro de nuestro carro gesticulamos, gritamos, insultamos y buscamos cualquier otra forma de desahogarnos, dando la impresión a un observador casual de que somos una manada de loquitos que hablamos solos en el carro. Pero cuando es nuestro turno de ceder el paso, ¿no somos nosotros mismos los malparidos que aceleramos para bloquear el camino al atrevido que se quiere cambiar de carril?

El tico es individualista y egoísta. Paradójicamente, le encanta que el gobierno le brinde soluciones “socializantes” a sus problemas, pero ojalá sólo a los suyos. El hotelero pide incentivos fiscales para construir hoteles cuando el problema es más bien uno de desocupación. El fabricante de lácteos pide que se impida el acceso de productos extranjeros, dizque para poder alcanzar un volumen de producción que le permita obtener economías de escala (léase, para mantener su condición dominante cuasi-monopólica en el mercado), cuando el verdadero problema es su propia ineficiencia y no el tamaño del mercado. El sindicalista pide más horas libres pagas, pero no las compensa con un mayor esfuerzo en las horas laborales. El pobre pide becas para mandar a sus hijos a la escuela, pero luego de recibirlas los pone a trabajar. El de clase media se busca conocidos en “la administración” para que su hijo obtenga una beca que 100.000 familias necesitan mucho más que él. Queremos que bajen los buses pero que le suban los impuestos al combustible porque lo usan mayoritariamente los ricos. Queremos que nos subsidien la electricidad que consumimos, pero que las empresas la paguen más cara. Y luego pedimos al Ministerio de Economía que controle los precios de los productos de esas empresas que pagan la electricidad más cara porque nos parece un robo lo que nos cobran por esos bienes y servicios producidos con electricidad innecesariamente cara.

Por supuesto que todo eso nos pone de chicha. El analista económico se pone de chicha porque el representante de los hoteles le diga que la ocupación ha caído (en parte por la crisis, en parte por los altísimos precios que se dejan cobrar), pero que proponga que la solución sea que Papá Estado regale el dinero para que ellos, empresarios, construyan más hoteles. El importador se pone de chicha cuando su yogurt importado de primera calidad no puede competir con el yogurt de tercera que se ofrece en el mercado local porque tiene que pagar un arancel del 65% para ingresar el producto a nuestro país. El pobre se pone de chicha porque al hijo del primo de la esposa del Jefe del departamento “decualquiercosa” del Ministerio le dieron una beca pero llega a la escuela en la Pathfinder del año de su mamá. Y el de clase media se pone de chicha porque sus impuestos se usan para pagar una beca que los padres del niño necesitado usan para otra cosa mientras su hijo siembra frijoles en la parcela familiar en horario escolar. Y todos nos ponemos de chicha porque la inflación no baja a niveles normales, justamente porque la estructura de precios en nuestro país conserva ciertas rigideces producto de las políticas de una malentendida compensación social que todos defendemos.

Estamos en un estado de chicha colectiva porque todos queremos salir beneficiados aprovechándonos de los otros, pero nunca es posible que todos salgamos ganado a expensas de los demás. Nuestro país tiene un gran potencial, pero no lo logramos desarrollar porque siempre queremos estar mejor que los demás, y no simplemente estar mejor que antes. Yo estoy bien si logro bloquear el paso al vivillo que se quiere inventar un tercer carril en la cuneta de la calle y llego a la intersección una millonésima de segundo antes que él. Y si soy el vivillo que se inventó el tercer carril, estoy bien si logro llegar a la intersección antes que la bola de brutos que pacientemente han esperado su turno en el carril adecuado. En el proceso nos embrutecemos. No medimos los riesgos; a priori no importa si por irnos por la cuneta corremos el riesgo de terminar volcados: es un riesgo que vale la pena tomar en aras de ganarnos 15 segundos en el tráfico insoportable de las 6 de la tarde.

El gobierno nos falla, pero es en buena medida por nuestra culpa: cuando cada sector ejerce presión por lograr beneficios para los suyos (léase comerciantes, industriales, sindicalistas, maestros, profesionales, etc.), es imposible que el gobierno diseñe una política coherente para el desarrollo nacional. Las políticas públicas en Costa Rica son un conjunto de políticas sectoriales incoherentes e incompatibles entre sí, y no una verdadera política nacional de desarrollo. El problema somos los ciudadanos, no los gobiernos. ¿O acaso cree usted, estimado lector, que nunca en los últimos 50 años hemos tenido un gobernante capaz? ¿Cree que todos han sido unos brutos, y nosotros peor por ir a votar por ellos y elegirlos para que se caguen en nuestras vidas?

Cuando salga de su casa, cuando esté en la calle, en su trabajo, o hasta de vacaciones, antes de actuar pregúntese: ¿qué he hecho por mi país? Si no me importan los demás, ¿qué hago por reducir mi propio nivel de chicha? El autor de estas líneas, que no quiere ser malinterpretado, aclara con orgullo que es un liberal: privilegia al individuo por encima de la sociedad. Pero hay una enorme diferencia entre ser individualista y ser egoísta. Dean CóRnito prefiere las reglas de juego claras y parejas para todo el mundo, y que el Estado no se meta en sus decisiones siempre y cuando respete las reglas del juego. En lo que no cree es en que uno como individuo, o como miembro de un gremio, deba de buscar beneficios personales o sectoriales a través de la política pública. Por eso, a pesar de ser profesional, Dean CóRnito no pertenece a ningún “colegio” de profesionales. Por eso, a pesar de ser empresario, no pertenece a ninguna agrupación gremial. Si le piden su opinión sobre tal o cual política pública, les dirá lo que piensa es mejor para el país: lo que sea bueno para el individuo. Pero el individuo entendido como un ente anónimo, sin cara ni nombre. No se trata de lo que beneficia a ciertos individuos, sino de lo que beneficia a todos los individuos que componen este maravilloso país. Para que logremos desarrollar ese potencial y dejemos de ser una bola de chichosos.