Uno de mis pasatiempos favoritos, quizás el que más, es la lectura. Uno de los temas cuya lectura me apasiona es la historia, por lo que en diferentes temporadas me he leído tomos enteros de ella. Sería imposible resumir en “dos cuartillas a espacio doble” los cientos de horas de lectura que cargo a mis espaldas (razón por la cual cargo tremendos culos de botella sobre mi nariz), de manera que no voy a escribir en este post un tratado de historia del Medio Oriente. Al final de cuentas, la gente utiliza la historia (o sus versiones particulares de ella) para justificar las acciones de éste o aquel bando, como si los pleitos de hace 1,400 años tuvieran que terminar de dirimirse hoy. No me interesa entrar en ese juego, y si hago referencia a la historia es más para entender lo que está pasando que para justificarlo. En todo caso, más me interesa, al menos para los efectos de este blog, jugar de “analista de política internacional” y plantear una teoría poco común de lo que sucede hoy en día en Líbano.
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Ver los noticieros (nacionales o por cable, da lo mismo), o leer los pasquines que se hacen llamar periódicos en este país, es creer que estamos ante una guerra entre judíos y árabes, o entre israelíes y libaneses, o alguna sobresimplificación similar. Sin embargo, y dado que entre israelíes y árabes ha habido por lo menos unas cinco guerras en los últimos 58 años, podemos hablar de una cierta condición de “normalidad” para una guerra entre tan dilectos vecinos. Al autor de estas líneas le llama poderosamente la atención que la actual confrontación se sale de los parámetros de “normalidad” de las guerras entre Israel y sus vecinos, y más aún, que nadie parece haberse dado cuenta de ello.
Las anteriores guerras habían sido generalmente peleadas entre varios países árabes e Israel; entre lo que los “expertos” llaman “ejércitos regulares”. La actual es entre un “ejército regular” y una guerrilla que opera en un país pero que no es el ejército de ese país. Las anteriores guerras se habían visto venir desde meses antes, la actual nos tomó completamente por sorpresa. Pero lo más llamativo de esta guerra es lo que NO está pasando. Tradicionalmente, cuando Israel ha emprendido una acción militar contra cualquier país árabe, no han terminado de despegar los caza-bombarderos de las bases militares de Israel, cuando el mundo islámico al unísono y casi con una sola voz, ha salido a condenar en los términos más claros y contundentes la acción israelí. Esta vez, la comunidad islámica ha callado, a no ser para pedir un cese al fuego o el alivio de las condiciones humanitarias en el Líbano. Pero las condenas han brillado por su ausencia.
Excluyo de la anterior afirmación a Siria e Irán, regímenes ambos que tienen una participación indirecta en esta guerra, y cuyas condenatorias de la ofensiva israelí no se hicieron esperar. Pero, pregunto a mis lectores, ¿alguien ha oído decir “esta boca es mía” a los gobernantes de Jordania ó Egipto, cuyas relaciones diplomáticas con Israel nunca han sido impedimento para criticar al estado judío? Más interesante aún, ¿alguien ha visto a los ministros de relaciones exteriores de Arabia Saudita, Kuwait, Bahrein, Qatar, Marruecos o Túnez en los últimos 10 días? No incluyo a Irak en la lista porque su gobierno actual es un títere de los Estados Unidos, y Mr. George W. ha de haber girado instrucciones precisas.
¿A nadie más que a mi le llama la atención que ni siquiera el Primer Ministro del Líbano haya condenado a Israel por emprenderla contra Hezbolah? Cierto que el Sr. Saniora ha criticado “la fuerza excesiva” utilizada por los israelíes y su efecto sobre la población civil libanesa, pero eso es muy diferente de una condenatoria plena y directa.
Aquí es donde entra en juego lo del conocimiento de la historia del Medio Oriente. Para continuar, hace falta un poco de terminología. En primer lugar, no hay que confundir árabe con musulmán; lo primero es una etnia, mientras que los segundo es una religión. No todos los árabes son musulmanes, ni todos los musulmanes son árabes. Por ejemplo, en Líbano más del 40% de la población es cristiana. Muchos de estos cristianos libaneses son árabes, pero no todos (muchos se consideran descendientes de los fenicios). Otro ejemplo es Irán; los iraníes son musulmanes pero no árabes (de hecho son persas, étnicamente distintos de los árabes). Los turcos, los pakistaníes y los indonesios son también mayoritariamente musulmanes, pero de árabe no tienen un pelo.
En segundo lugar, cuando se habla del mundo islámico, las diferencias van más allá de los aspectos étnicos ya expuestos. También hay diferentes vertientes en la práctica de la religión, siendo las principales la suni y la shía. Como tampoco se trata de escribir un tratado teológico (ni es este autor la persona indicada para hacerlo), digamos que la diferencia entre sunitas y shiítas tiene alguna semejanza con la diferenciación entre católicos y protestantes: proviniendo de una misma fuente, surgen “escuelas” que hacen diferentes interpretaciones de las escrituras sagradas, que derivan en prácticas diferentes entre las respectivas vertientes. En términos occidentales, los sunis son más moderados en la práctica de la religión, mientras que los shías son más literales en el seguimiento del Corán.
La relación entre sunis y shías no es exactamente buena. Hoy en día se matan entre ellos en Irak (luego de que durante tres décadas el gobierno suni de Sadam Hussein tuviera a los shiítas aplastados), y antes lo hicieron en el Líbano durante la guerra civil de ese país que empezó – si la memoria no me falla – en la década de los 70’s. La guerra entre Irán e Irak en la década de los 80’s fue, en buena medida, una guerra entre la visión de mundo teocrática de la Irán shiíta y la más liberal (en el aspecto religioso) visión de mundo del régimen suni de Irak.
Desde que los ayatolas derrocaron al Shah de Irán, el régimen iraní ha intentado exportar su “revolución shiíta” hacia sus vecinos, cosa que nunca ha gustado a los regímenes monárquicos y/o caudillistas de los países mayoritariamente sunis del Medio Oriente. La creación de Hezbolah es un fiel ejemplo de ello: financiada por Irán, y con ayuda logística de Siria, esta guerrilla/movimiento social se ha convertido en la fuerza más poderosa del Líbano, más aún que el mismo gobierno central. Los shías en el Líbano representan no más del 25%-30% de la población.
En los últimos meses, con Irán tratando abiertamente de conseguir tecnología nuclear, los gobernantes de los países vecinos han dejado de dormir tranquilos. Israel ha tenido capacidad nuclear por más de treinta años, y a pesar de varias guerras de por medio, nunca la ha utilizado ni ha amenazado con hacerlo (de hecho, niegan tenerla). Irán, sin tenerla aún, ha proferido serias amenazas de usarla, dirigidas primordialmente hacia Israel. Los regímenes árabes que no comulgan con la visión teocrática shiíta saben que después de Israel, ellos siguen en la lista. Y ese es un desequilibrio de fuerzas que ninguno de ellos quiere vivir.
Por todo lo anterior, es que el mundo musulmán prácticamente ha callado ante la acción militar israelí. El meollo del asunto reside en que esta guerra actual NO es parte del conflicto árabe-israelí que se ha extendido durante las últimas seis décadas. En los noticieros gringos dicen que esta es una guerra “por delegación”: Estados Unidos luchando contra Irán, ambos indirectamente, cada uno a través de su delegado (“proxy”), al mejor estilo de la guerra fría. No es de extrañar que piensen eso: los gringos tienen una visión de mundo muy “gringo-céntrica”. Pero se equivocan.
La realidad, tal como se percibe desde mi cómodo sofá en este paraíso centroamericano, es que esta es una extensión de la guerra entre sunitas y chiítas, donde los sunis muy cómodamente callan mientras los israelíes hacen el trabajo sucio que ellos necesitaban que alguien hiciera. Si Israel logra derrotar a Hezbolah, por supuesto vivirá más seguro dentro de sus fronteras. Pero los verdaderos ganadores serán sus vecinos árabes, que se desharán de esa molesta amenaza, mientras que Israel es quien pierde puntos frente a la opinión pública internacional.
Los israelíes, por supuesto, no son títeres de los regímenes sunitas, ni están siendo utilizados sin que se den cuenta. Israel es el primer amenazado por la potencial bomba nuclear iraní, y desde su perspectiva tiene mucho que ganar con esta guerra. Además, desde hace muchos años es evidente que a Israel no le interesa participar en un concurso de popularidad cuando cree que su existencia está en riesgo, y esta guerra lo confirma.
Por último, “Occidente” entiende lo anterior y por eso su reacción ha sido taimada. Los gobernantes de algunos países, como España y Rusia, han hecho declaraciones que podrían ser interpretadas como una oposición a la operación militar israelí. Sin embargo, ese matiz que le han dado a sus declaraciones es más para consumo del electorado interno que otra cosa. En mi opinión, las verdaderas intenciones de la Unión Europea y del mismo G-8 son que Israel busque nuevos mecanismos para erradicar a Hezbolah minimizando las muertes de civiles, no que haya un cese al fuego en este momento. También ellos se sienten amenazados por los planes expansionistas de una Irán potencialmente nuclear, y también ellos están felices de que sea Estados Unidos el que pierde imagen ante la opinión pública internacional. El cese al fuego no va a llegar “any time soon”, porque la alianza de intereses en esta guerra es más impresionante que la que logró George Herbert Walker Bush (padre) en la primera guerra del golfo.
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Ver los noticieros (nacionales o por cable, da lo mismo), o leer los pasquines que se hacen llamar periódicos en este país, es creer que estamos ante una guerra entre judíos y árabes, o entre israelíes y libaneses, o alguna sobresimplificación similar. Sin embargo, y dado que entre israelíes y árabes ha habido por lo menos unas cinco guerras en los últimos 58 años, podemos hablar de una cierta condición de “normalidad” para una guerra entre tan dilectos vecinos. Al autor de estas líneas le llama poderosamente la atención que la actual confrontación se sale de los parámetros de “normalidad” de las guerras entre Israel y sus vecinos, y más aún, que nadie parece haberse dado cuenta de ello.
Las anteriores guerras habían sido generalmente peleadas entre varios países árabes e Israel; entre lo que los “expertos” llaman “ejércitos regulares”. La actual es entre un “ejército regular” y una guerrilla que opera en un país pero que no es el ejército de ese país. Las anteriores guerras se habían visto venir desde meses antes, la actual nos tomó completamente por sorpresa. Pero lo más llamativo de esta guerra es lo que NO está pasando. Tradicionalmente, cuando Israel ha emprendido una acción militar contra cualquier país árabe, no han terminado de despegar los caza-bombarderos de las bases militares de Israel, cuando el mundo islámico al unísono y casi con una sola voz, ha salido a condenar en los términos más claros y contundentes la acción israelí. Esta vez, la comunidad islámica ha callado, a no ser para pedir un cese al fuego o el alivio de las condiciones humanitarias en el Líbano. Pero las condenas han brillado por su ausencia.
Excluyo de la anterior afirmación a Siria e Irán, regímenes ambos que tienen una participación indirecta en esta guerra, y cuyas condenatorias de la ofensiva israelí no se hicieron esperar. Pero, pregunto a mis lectores, ¿alguien ha oído decir “esta boca es mía” a los gobernantes de Jordania ó Egipto, cuyas relaciones diplomáticas con Israel nunca han sido impedimento para criticar al estado judío? Más interesante aún, ¿alguien ha visto a los ministros de relaciones exteriores de Arabia Saudita, Kuwait, Bahrein, Qatar, Marruecos o Túnez en los últimos 10 días? No incluyo a Irak en la lista porque su gobierno actual es un títere de los Estados Unidos, y Mr. George W. ha de haber girado instrucciones precisas.
¿A nadie más que a mi le llama la atención que ni siquiera el Primer Ministro del Líbano haya condenado a Israel por emprenderla contra Hezbolah? Cierto que el Sr. Saniora ha criticado “la fuerza excesiva” utilizada por los israelíes y su efecto sobre la población civil libanesa, pero eso es muy diferente de una condenatoria plena y directa.
Aquí es donde entra en juego lo del conocimiento de la historia del Medio Oriente. Para continuar, hace falta un poco de terminología. En primer lugar, no hay que confundir árabe con musulmán; lo primero es una etnia, mientras que los segundo es una religión. No todos los árabes son musulmanes, ni todos los musulmanes son árabes. Por ejemplo, en Líbano más del 40% de la población es cristiana. Muchos de estos cristianos libaneses son árabes, pero no todos (muchos se consideran descendientes de los fenicios). Otro ejemplo es Irán; los iraníes son musulmanes pero no árabes (de hecho son persas, étnicamente distintos de los árabes). Los turcos, los pakistaníes y los indonesios son también mayoritariamente musulmanes, pero de árabe no tienen un pelo.
En segundo lugar, cuando se habla del mundo islámico, las diferencias van más allá de los aspectos étnicos ya expuestos. También hay diferentes vertientes en la práctica de la religión, siendo las principales la suni y la shía. Como tampoco se trata de escribir un tratado teológico (ni es este autor la persona indicada para hacerlo), digamos que la diferencia entre sunitas y shiítas tiene alguna semejanza con la diferenciación entre católicos y protestantes: proviniendo de una misma fuente, surgen “escuelas” que hacen diferentes interpretaciones de las escrituras sagradas, que derivan en prácticas diferentes entre las respectivas vertientes. En términos occidentales, los sunis son más moderados en la práctica de la religión, mientras que los shías son más literales en el seguimiento del Corán.
La relación entre sunis y shías no es exactamente buena. Hoy en día se matan entre ellos en Irak (luego de que durante tres décadas el gobierno suni de Sadam Hussein tuviera a los shiítas aplastados), y antes lo hicieron en el Líbano durante la guerra civil de ese país que empezó – si la memoria no me falla – en la década de los 70’s. La guerra entre Irán e Irak en la década de los 80’s fue, en buena medida, una guerra entre la visión de mundo teocrática de la Irán shiíta y la más liberal (en el aspecto religioso) visión de mundo del régimen suni de Irak.
Desde que los ayatolas derrocaron al Shah de Irán, el régimen iraní ha intentado exportar su “revolución shiíta” hacia sus vecinos, cosa que nunca ha gustado a los regímenes monárquicos y/o caudillistas de los países mayoritariamente sunis del Medio Oriente. La creación de Hezbolah es un fiel ejemplo de ello: financiada por Irán, y con ayuda logística de Siria, esta guerrilla/movimiento social se ha convertido en la fuerza más poderosa del Líbano, más aún que el mismo gobierno central. Los shías en el Líbano representan no más del 25%-30% de la población.
En los últimos meses, con Irán tratando abiertamente de conseguir tecnología nuclear, los gobernantes de los países vecinos han dejado de dormir tranquilos. Israel ha tenido capacidad nuclear por más de treinta años, y a pesar de varias guerras de por medio, nunca la ha utilizado ni ha amenazado con hacerlo (de hecho, niegan tenerla). Irán, sin tenerla aún, ha proferido serias amenazas de usarla, dirigidas primordialmente hacia Israel. Los regímenes árabes que no comulgan con la visión teocrática shiíta saben que después de Israel, ellos siguen en la lista. Y ese es un desequilibrio de fuerzas que ninguno de ellos quiere vivir.
Por todo lo anterior, es que el mundo musulmán prácticamente ha callado ante la acción militar israelí. El meollo del asunto reside en que esta guerra actual NO es parte del conflicto árabe-israelí que se ha extendido durante las últimas seis décadas. En los noticieros gringos dicen que esta es una guerra “por delegación”: Estados Unidos luchando contra Irán, ambos indirectamente, cada uno a través de su delegado (“proxy”), al mejor estilo de la guerra fría. No es de extrañar que piensen eso: los gringos tienen una visión de mundo muy “gringo-céntrica”. Pero se equivocan.
La realidad, tal como se percibe desde mi cómodo sofá en este paraíso centroamericano, es que esta es una extensión de la guerra entre sunitas y chiítas, donde los sunis muy cómodamente callan mientras los israelíes hacen el trabajo sucio que ellos necesitaban que alguien hiciera. Si Israel logra derrotar a Hezbolah, por supuesto vivirá más seguro dentro de sus fronteras. Pero los verdaderos ganadores serán sus vecinos árabes, que se desharán de esa molesta amenaza, mientras que Israel es quien pierde puntos frente a la opinión pública internacional.
Los israelíes, por supuesto, no son títeres de los regímenes sunitas, ni están siendo utilizados sin que se den cuenta. Israel es el primer amenazado por la potencial bomba nuclear iraní, y desde su perspectiva tiene mucho que ganar con esta guerra. Además, desde hace muchos años es evidente que a Israel no le interesa participar en un concurso de popularidad cuando cree que su existencia está en riesgo, y esta guerra lo confirma.
Por último, “Occidente” entiende lo anterior y por eso su reacción ha sido taimada. Los gobernantes de algunos países, como España y Rusia, han hecho declaraciones que podrían ser interpretadas como una oposición a la operación militar israelí. Sin embargo, ese matiz que le han dado a sus declaraciones es más para consumo del electorado interno que otra cosa. En mi opinión, las verdaderas intenciones de la Unión Europea y del mismo G-8 son que Israel busque nuevos mecanismos para erradicar a Hezbolah minimizando las muertes de civiles, no que haya un cese al fuego en este momento. También ellos se sienten amenazados por los planes expansionistas de una Irán potencialmente nuclear, y también ellos están felices de que sea Estados Unidos el que pierde imagen ante la opinión pública internacional. El cese al fuego no va a llegar “any time soon”, porque la alianza de intereses en esta guerra es más impresionante que la que logró George Herbert Walker Bush (padre) en la primera guerra del golfo.