domingo, 30 de marzo de 2008

Los nuevos “Progres” del siglo XXI

Hacia finales de la década de los setentas y principios de los ochentas, cuando como adolescentes primero y como jóvenes adultos después, hacíamos nuestras primeras armas en política, teníamos un concepto muy diferente de lo que era ser "progre". Al igual que los progres de nuevo cuño del siglo XXI, éramos soñadores. Pero nuestros sueños eran completamente diferentes. Soñábamos, si se quiere, con un socialismo utópico (por cierto que nunca una corriente político-filosófica fue más aptamente bautizada), aquel donde cada quien daría de acuerdo con sus habilidades, y recibiría de acuerdo con sus necesidades. El bien común era el objetivo primero, último, y principal, pero nunca, NUNCA, a expensas de la libertad individual. Éramos, en esencia, progresistas liberales, pero no en el manoseado sentido que la palabra empezó a adquirir justamente en los ochentas con la aplicación por toda Latinoamérica de políticas económicas mal llamadas neoliberales. Tal vez eran nuevas – y eso es discutible – pero de liberales no tenían nada.


Seguir leyendo...

Los "progres" de entonces teníamos nuestros valores bien definidos: solidaridad, sociedad, individuo, etc., y conocíamos el lugar que cada uno de ellos ocupaba en nuestro andamiaje ideológico. Sabíamos distinguirnos de aquellos a quienes jocosamente nos referíamos como "comunistas de sobaquillo ilustrado", que caminaban siempre con una copia desgastada de El Capital – versión abreviada y simplificada – bajo el brazo y estaban siempre preparados para hacer una cita textual usualmente sacada de contexto para defender a cualquier sátrapa que se autoproclamara socialista o comunista. El principio de solidaridad era nuestra bandera, y no comulgábamos con regímenes que en nombre de alguna corriente comunista de moda (leninismo, estalinismo, maoísmo) cometían las más indignantes atrocidades en contra de sus propios pueblos y de sus vecinos. Apoyamos con toda el alma a los rebeldes sandinistas que luchaban contra varias décadas de despotismo somocista en Nicaragua, pero también supimos repudiarlos cuando, habiendo finalmente accedido al poder, demostraron no ser más que una pandilla de cuatreros, violadores, rateros y corruptos, igual que el régimen que vinieron a sustituir.

Los "progres" de hoy se parecen más a los rojillos de axila educada de los setentas que a los verdaderos progresistas. Eyaculan ante la mera mención de lucha o resistencia contra el imperialismo yanqui-sionista-capitalista-neoliberal, y apoyan, celebran, agasajan y hospedan a cualquiera que en defensa de "la soberanía" financie sus actividades mediante el cultivo y el trasiego internacional de drogas, o que en nombre de un prócer (que asqueado se ha de revolver en su tumba), arremeta contra cualquiera que opine diferente, ya sea dentro de sus fronteras o más allá. Es el de hoy, de alguna manera, un progresismo irreflexivo, que defiende las causas incluidas en el manual y calla ante aquellas otras que existen precisamente por las injusticias cometidas por alguno de los regímenes tiránicos que el manual ordena apoyar.

Antaño los progres repudiábamos cualquier tipo de vejación de los derechos de las minorías, y desconocíamos a cualquier régimen, por más que llevara el título de Socialista, Popular, o Democrático, cuyo sistema de gobierno fuese totalitario y sus gobernantes fueran déspotas o tiranos de cualquier calaña. Dentro de ese repudio al totalitarismo, particular desprecio merecían los regímenes de naturaleza teocrática. Por tener poderes de señor feudal, el Sha de Irán nunca fue santo de nuestra devoción, pero tampoco lo fueron los Ayatolás que proponían y representaban – y lo siguen haciendo hoy en día – todo aquello que pretendíamos erradicar: la desigualdad de género, la tiranía política afianzada en una religión oficial, la intolerancia religiosa, y la discriminación de las minorías. Curiosamente, los progres de hoy en día aplauden como focas cuando un retrasado mental latinoamericano, citando – nuevamente fuera de contexto – al prócer libertador, se abraza con un barbudo y retrógrada persa, y ambos se llenan la boca de lugares comunes vomitados en automático contra el enemigo común (el Gran Satán). Nadie se detiene a pensar en todo lo que los separa, en los presuntos valores que cada uno defiende, y que son en esencia incompatibles. Uno se presenta como el revolucionario que pretende ser socialista, casi ateo, que busca eliminar las injusticias presentes en su sociedad tras varias décadas de gobiernos corruptos. El otro es, justamente, el corrupto que instaura y defiende las injusticias en su propia sociedad, basado en una interpretación extremista de alguna escritura religiosa. Evidentemente, más importante que cualquier principio es la retórica "anti" que ambos comparten. Evidentemente, en ninguno de los casos, la lucha es de principios. Y los "progres" de hoy en día se regocijan al verlos juntos o, en el mejor de los casos, callan cobardemente, en vez de exponer a sus ídolos por ser una bola de farsantes.

Los progres de hoy en día, que parecen haber instalado un influyente contingente en la Cancillería, prefieren hacerse la vista gorda ante la situación del Tíbet, antes que desafiar al papá de los tomates del pseudo - comunismo moderno, que de comunista únicamente le queda el nombre del partido oficial y único. Porque quien no se haya dado cuenta de que China tiene hoy por hoy un sistema económico capitalista, con poca solidaridad social y menor igualdad, impulsado por un "partido comunista" más interesado en preservar el poder que en ayudar a su pueblo o en defender los valores socialistas, está irremediablemente sordo o es duro de la corteza cerebral. Los progres de hoy en día, porque así lo ordena el manual, también prefieren meterse a la cama con cualquiera de las variedades de satrapía que abundan en el Oriente Medio – desde los sistemas feudales de la península arábiga hasta la teocracia absoluta de Irán, pasando por las monarquías absolutas de Jordania y Marruecos y las dictaduras militares disfrazadas de seculares y civiles de Egipto, Siria o Libia – antes que reclamar los derechos de los habitantes de esos países. Y justamente muchos de esos países son los nuevos amigos de la Costa Rica capitalista de Oscar Arias pero "progre" de su Cancillería.

Oscar Arias, universalmente repudiado por los "nuevos progres" costarricenses, al punto de haber recibido un estruendoso abucheo por tener la osadía de sentarse a escuchar a Mercedes Sosa cuando recientemente dio un recital en Costa Rica, es el mejor exponente de estos "nuevos progres". La razón por la que es tan rechazado por los progres contemporáneos, diría mi psicóloga, es justamente porque en él ven su propio reflejo, y las incongruencias tan evidentes les resultan molestas. Es más fácil, por supuesto, ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio.

Los progres modernos, esos que se ufanan de no vivir en los lugares de moda, habitan principalmente en Montes de Oca, quizá el cantón más próspero y de más alto nivel de desarrollo humano del país. Desde sus castillos de aire miran hacia abajo al resto de los mortales (como las águilas ven a los caracoles desde sus nidos en las alturas), y exigen a los de Escazú y Santa Ana (ciertamente más preocupados por incrementar sus fortunas que por la suerte de los demás) resolver el problema de los más pobres, mientras ellos dictan cátedra al país entero, simultáneamente satisfaciendo su ego y matando cualquier remordimiento o indicio de culpabilidad que puedan sentir, sin hacer realmente otra cosa por los más necesitados que tejer discursos populistas para consumo de las masas. Son, como los llamábamos en los setentas y ochentas, comunistas con la billetera a la derecha, como el Rodolfo Cerdas que fuera candidato presidencial de Vanguardia Popular. O, como el Oscar Arias que nos gobierna en esta segunda ocasión, ricachones con el corazoncito a la izquierda. La solidaridad es para ellos un concepto de aplicación limitada, un elemento más de la lucha de clases; la solidaridad entendida como únicamente válida para con aquellos de su mismo estrato de clase media alta o alta. Su lema parece ser: "los más pobres son problema de los más ricos, y nuestra labor es hacérselo saber".

La moda entre los nuevos ricos será vivir en alguno de los residenciales privados del oeste de la ciudad, pero la de esa próspera y "progresista" clase media-alta y alta de Montes de Oca (y similares) es apoyar todo lo que huela a revolución, independientemente de los valores que la impulsen. Todo, mientras no les toquen sus privilegios, adquiridos a lo largo de décadas de luchas políticas, ni sus bolsillos. Es la solidaridad consigo mismos, mientras exigen de los demás solidaridad con los que menos tienen. Al igual que Oscar Arias, buscan convencerse de que son verdaderos progresistas, cuando la realidad choca con el discurso. Esos son los progresistas del siglo XXI en Costa Rica.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Ocurrencias e inseguridad

Hasta la fecha, el tema de la seguridad ciudadana no ha sido prioridad para la Administración Arias Sánchez. La prensa nos ha reportado que varios ministros, viceministros y presidentes de instituciones autónomas han sufrido las mismas consecuencias que los ciudadanos comunes y silvestres vivimos a diario: asaltos y bajonazos a plena luz del día, robos y retención de personas en sus viviendas, desfalcos, timos, y estafas. Un ministro de seguridad que adora las cámaras y cada vez que puede le echa las culpas de sus fallas a sus predecesores, el único éxito del que se puede ufanar es de la gran cantidad de drogas que se ha decomisado en el país en los últimos dos años. Y eso ni siquiera es producto de su gestión al frente del Ministerio de Seguridad Pública.

Seguir leyendo...



El tratado tico-gringo de patrullaje conjunto, que data de mucho antes de que Oscar Arias asumiera la presidencia por segunda vez y con él Fernando Berrocal llegara a la cima del MSP, es la principal razón, junto con la alta probabilidad de que hoy pasan por nuestro territorio muchas más drogas que hace cinco años, de que hoy nuestra policía atrape más y mayores cargamentos de droga que en el pasado.

Si por la víspera se saca el día, el recientemente anunciado paquete de reformas conocido como “Ley de Fortalecimiento Integral de la Seguridad Ciudadana” únicamente servirá de catapulta para la campaña presidencial de una figura muy cercana al liberacionismo Arista, que anda más preocupado por el tema de la sucesión en el 2010 que por el de la seguridad de quienes no contamos con guardaespaldas pagados con los impuestos del pueblo. Oscar y Rodrigo Arias no quisieran servir en bandeja un segundo período al Partido Liberación Nacional si este llegara a ser aprovechado por un “no-Arista” como Rolando Araya Monge ó un “traidor” como Antonio Álvarez Desanti.

Confieso no haber leído el paquete hasta ahora, así que me guío por lo reseñado en los medios de prensa nacionales y no refutado por ninguna autoridad gubernamental. La más preocupante ocurrencia es la que permitiría al Ministerio de Hacienda utilizar los dineros decomisados a cualquier persona sospechosa de actividades ilícitas (o que no pueda explicar satisfactoriamente el origen de su fortuna), sin tener que esperar un juicio que declare la culpabilidad del imputado. La primera víctima de semejante ocurrencia sería la presunción de inocencia: toda persona se presume inocente hasta que se demuestre lo contrario.

En La Suiza Centroamericana no condonamos las actividades ilícitas ni celebramos las riquezas provenientes de ellas. Creemos firmemente que nuestros juzgados deberían de ser más eficientes y céleres a la hora de resolver los casos que se le presentan; creemos, en resumen, en una justicia pronta y cumplida. Determinada la culpabilidad de un encartado, creemos que el Estado debe de tener la potestad inmediata de confiscar los bienes derivados de las actividades ilícitas del reo, y utilizarlos para combatir la criminalidad o para cualquier otro propósito de bien común que resulte prioritario. Pero de ahí a permitir a las autoridades incautar y utilizar los bienes de un sospechoso que no ha sido juzgado, hay una gran distancia. La segunda víctima, y más importante, de semejante ocurrencia, es la seguridad jurídica, hermana de la libertad

A mi amigo Marcelo, el che, recientemente le retuvieron sin justificación alguna unos dineros que transfirió de Argentina a un banco privado en Costa Rica, provenientes de una propiedad que vendió en aquel país en la época del “corralito” bancario y que por ende nunca depositó en un banco allá. La venta de la propiedad estuvo más que demostrada, pero el hecho de haber tenido la plata literalmente “bajo el colchón” durante más de cuatro años dio pie para que en aras de una malentendida “investigación de oficio” los dineros fueran retenidos tan arbitrariamente como quince días después fueran liberados sin explicación y sin disculpa. Que las leyes se pueden usar de escudo para perjudicar al ciudadano común no debería de sorprender a nadie. Para quien haya leído a Kafka, y aún para quienes no lo hayan hecho, no debería de resultar ajena la noción de que por oscuros motivos (tales como la persecución política), las autoridades gubernamentales pueden desear perjudicar a un ciudadano, y nada más fácil que acusándolo frívolamente de algún ilícito para, sin darle oportunidad de ejercer su defensa ante un juzgado competente, decomisarle sus bienes y gastárselos. Si después la persona resulta absuelta, pasarán más de mil años antes de que el presupuesto nacional incluya la partida para devolver al ciudadano sus pertenencias y, cuando lo hagan, será a precios ridículos establecidos por un perito parcializado y pagado por el erario nacional, probablemente con los mismos fondos incautados al ciudadano afectado.

Otra brillante ocurrencia incluida en el paquete es la de limitar a una la cantidad de armas que puede registrar una persona. Dean CóRnito aclara de antemano que no posee un arma de fuego, nunca ha poseído una, nunca ha disparado una, no sabe cómo hacerlo, ni le interesa aprender. En lo personal, si no me permiten registrar ni siquiera un arma, no me afectaría. Pero el tema de interés aquí es el de la seguridad ciudadana y no el interés particular. Quien crea que el problema de inseguridad en este país se origina en las armas registradas, o que el problema de la inseguridad se acaba restringiendo el registro de armas por parte de los ciudadanos que si respetan las leyes es, por decirlo bonito, un grandísimo iluso. Para nadie es un secreto, y menos aún para la Ministra de Justicia, el Ministro de Seguridad, el Fiscal General, y el director del OIJ (coautores del paquete de ocurrencias), que el problema de armas en este país se debe a un mercado negro que supera por mucho al mercado legal. Limitar el registro de armas a una por persona lo único que hará es incrementar el número de armas no registradas, que son las que casi nunca pueden rastrear nuestras autoridades policiales y judiciales después de un crimen justamente porque…. ¡NO existen registros de ellas!

No todo en el paquete de ocurrencias es malo, pero no se percibe de lo que hemos podido conocer que el proyecto de ley obedezca a una estrategia bien pensada y para aplicar desde ahora y para el largo plazo para combatir las fuentes de la inseguridad ciudadana. Nadie puede argumentar en contra de la prohibición de inscribir armas por parte de agresores domésticos conocidos, pero la realidad es que el agresor que quiera volarle la tapa de los sesos a su mujer lo hará con pistola registrada, o con rifle de cacería o, en última instancia, con machete o martillo.

Tampoco podemos discutir con la propuesta de permitir a las municipalidades la cancelación de los permisos de operación a los negocios de compra y venta que reciban artículos robados, pero la realidad es que la ley hoy en día ofrece las herramientas para atacar la “receptación de bienes robados” y enviar a la cárcel a los topadores, pero nuestras autoridades han decidido no hacer uso de dichas herramientas, al menos no con “los grandes”. ¿Quién no conoce a un pobre muerto de hambre que ha ido a parar con sus huesos en la chirola por haber comprado de buena fe una moto usada que resultó ser robada? Yo les garantizo que es más efectivo enjaular al dueño de cualquier casa de empeño que cerrarle el negocio (que puede reabrir de manera clandestina sin permisos municipales, o simplemente cambiarse a otra jurisdicción), pero no es él quien va a la cárcel, sino el cliente que compra las cochinadas que el otro ofrece.

Así es como nos llenamos en este bendito país de leyes inútiles y engorrosas. Al menos esta vez el paquete puede lograr su principal objetivo: encumbrar a doña Laura Chinchilla, hasta ahora de gris desempeño en el gobierno, a la candidatura presidencial por el PLN. Porque nada mejor que una mujer que demuestre tener los pantalones bien puestos y se abandere con un intento de ley que proyecta la imagen de “duro contra el crimen”, máxime si esa mujer es cercana a los hermanitos Arias, como lo debe de ser para que le hayan ofrecido una Vicepresidencia.

sábado, 22 de marzo de 2008

El silencio de las ovejitas

En un anterior artículo (ver “Diplomacia al estilo de las putas”) critiqué la decisión del gobierno de Oscar Arias de romper relaciones con Taiwán para establecerlas con la China Continental. Cual profeta del siglo XXI, en esa ocasión escribí lo siguiente: “Ese nuevo amigo, la República Popular China, tiene un régimen totalitario de esos que masacran sin asco a sus estudiantes universitarios cuando se atreven a reclamar sus derechos humanos y pedir un poquito de libertad de expresión en la Plaza de Tianamen, e invade y aplasta a un país como Tíbet con una milenaria cultura pacifista e impide la libre práctica de su religión y cualquier expresión de identidad y orgullo nacional o tribal que no sea el culto al Politburó de turno. Es lamentable que sea en esa compañía que nuestro internacional Presidente quiera que seamos vistos en el concierto de las naciones.”

Seguir leyendo...



Desde hace un par de semanas el gobierno comunista de China se ha dedicado a aplastar por la fuerza las manifestaciones y demostraciones de descontento popular realizadas por los monjes budistas y el pueblo tibetano en varias ciudades del Tíbet (Lasa, Gyantse, Shigatse) y en otras regiones de indiscutible dominio chino (p.ej. Sichuan). Las versiones abundan y se contradicen, pero como decía el legendario Bob Marley, es posible engañar a algunos pocos por mucho tiempo, es posible engañar a muchos por poco tiempo, pero es imposible engañar a todo el mundo todo el tiempo. Las versiones tibetanas hablan de cerca de un centenar de muertos a manos de las fuerzas armadas chinas, y desde un principio denunciaron el uso de armas de fuego en contra de civiles desarmados en manifestaciones pacíficas, en particular en el mercado de Jokhang, en el centro Lasa, la capital de Tíbet. Las versiones oficiales del gobierno chino negaron durante dos semanas el uso de armas de fuego, hasta que la evidencia se tornó irrefutable y se vieron obligados a reconocer lo que ya todo el mundo sabía porque las fotos puestas en internet lo evidenciaban: que abrieron fuego contra los manifestantes desarmados. Aún así, en la versión oficial china han muerto únicamente 19 personas en las manifestaciones.

La exactitud de la cifra termina resultando irrelevante frente al hecho de que los militares chinos están abriendo fuego contra una población indefensa que se manifiesta pacíficamente contra una ocupación que les prohíbe la práctica de su religión y sus costumbres, y cualquier expresión de identidad nacional o de reverencia a su máximo líder espiritual, el Premio Nobel de la Paz y catorceavo y actual Dalai Lama, Tenzin Gyatso.

Que los chinos procedan así, no nos sorprende. Después de todo, se trata de un régimen totalitario e intolerante de la disidencia. Tampoco nos sorprende la taimada reacción del “mundo occidental”, temerosa de contrariar al dragón chino, por las consecuencias económicas que ello pueda acarrear a la ya de por sí debilitada economía norteamericana y el temor de que los aires de recesión contagien a la vieja y esclerótica Europa.

Lo que si nos sorprende, y nos causa tremendo disgusto, es que nuestro gobierno de turno, presidido por otro Premio Nobel de la Paz, haya guardado un silencio absoluto y sepulcral ante las atrocidades cometidas por su nuevo amiguito oriental. Nada tenemos que temer nosotros de los chinos; la situación no da para una amenaza militar (y la distancia que nos separa la hace imposible), y nuestra economía no depende en grado importante de la de ellos. Lamentablemente, para nuestro Presidente parece que hoy son más importantes unos cuantos dolaritos para construir un nuevo Estadio Nacional que lleve una placa del tamaño de la cruz de La Sabana con la leyenda “Construido durante la Administración Arias Sánchez” o algo por el estilo, que los valores democráticos que se pasó por donde nunca brilla el sol cuando mandó al carajo a Taiwán para poder coquetear libremente con el monstruo comunista. Más importante es un potencial voto en la ONU para una futura candidatura para el puesto de Secretario General, que las vidas inocentes de decenas o centenares de tibetanos desarmados y de vocación pacífica.

La ciega ambición personal de nuestro siempre arrogante y prepotente Presidente está llevando a nuestra política exterior por caminos oscuros y peligrosos. Es eso, o que el Ministerio de Relaciones Exteriores ha andado tan ocupado últimamente buscando al inexistente Estado Palestino con el que estableció relaciones diplomáticas, que ni tiempo les ha quedado para leer los periódicos y darse cuenta de lo que está pasando en el Tíbet. Como tampoco tuvieron tiempo el Presidente ni su Ministro de Relaciones Exteriores de ver las noticias para enterarse de lo que pasó en la frontera colombo-ecuatoriana (tema sobre el cual tampoco se pronunció nuestro gobierno), ni de la oportunidad de oro que presentaba la cumbre presidencial de Santo Domingo – de la cual Oscar Arias fue el más conspicuo ausente – para apaciguar a los beligerantes presidentuchos andinos.

Desde niños todos aprendemos que a los lobos les encanta comer ovejitas, cerditos, y niñas en caperuza que se extravían en los bosques. Por eso, cuando el lobo feroz acecha, es lógico que las ovejitas guarden silencio. Sobre todo cuando esas ovejitas se han convertido en putas que cuentan con el apoyo del lobo feroz para la consecución de sus ambiciones personales futuras.