Hacia finales de la década de los setentas y principios de los ochentas, cuando como adolescentes primero y como jóvenes adultos después, hacíamos nuestras primeras armas en política, teníamos un concepto muy diferente de lo que era ser "progre". Al igual que los progres de nuevo cuño del siglo XXI, éramos soñadores. Pero nuestros sueños eran completamente diferentes. Soñábamos, si se quiere, con un socialismo utópico (por cierto que nunca una corriente político-filosófica fue más aptamente bautizada), aquel donde cada quien daría de acuerdo con sus habilidades, y recibiría de acuerdo con sus necesidades. El bien común era el objetivo primero, último, y principal, pero nunca, NUNCA, a expensas de la libertad individual. Éramos, en esencia, progresistas liberales, pero no en el manoseado sentido que la palabra empezó a adquirir justamente en los ochentas con la aplicación por toda Latinoamérica de políticas económicas mal llamadas neoliberales. Tal vez eran nuevas – y eso es discutible – pero de liberales no tenían nada. Los "progres" de entonces teníamos nuestros valores bien definidos: solidaridad, sociedad, individuo, etc., y conocíamos el lugar que cada uno de ellos ocupaba en nuestro andamiaje ideológico. Sabíamos distinguirnos de aquellos a quienes jocosamente nos referíamos como "comunistas de sobaquillo ilustrado", que caminaban siempre con una copia desgastada de El Capital – versión abreviada y simplificada – bajo el brazo y estaban siempre preparados para hacer una cita textual usualmente sacada de contexto para defender a cualquier sátrapa que se autoproclamara socialista o comunista. El principio de solidaridad era nuestra bandera, y no comulgábamos con regímenes que en nombre de alguna corriente comunista de moda (leninismo, estalinismo, maoísmo) cometían las más indignantes atrocidades en contra de sus propios pueblos y de sus vecinos. Apoyamos con toda el alma a los rebeldes sandinistas que luchaban contra varias décadas de despotismo somocista en Nicaragua, pero también supimos repudiarlos cuando, habiendo finalmente accedido al poder, demostraron no ser más que una pandilla de cuatreros, violadores, rateros y corruptos, igual que el régimen que vinieron a sustituir. Los "progres" de hoy se parecen más a los rojillos de axila educada de los setentas que a los verdaderos progresistas. Eyaculan ante la mera mención de lucha o resistencia contra el imperialismo yanqui-sionista-capitalista-neoliberal, y apoyan, celebran, agasajan y hospedan a cualquiera que en defensa de "la soberanía" financie sus actividades mediante el cultivo y el trasiego internacional de drogas, o que en nombre de un prócer (que asqueado se ha de revolver en su tumba), arremeta contra cualquiera que opine diferente, ya sea dentro de sus fronteras o más allá. Es el de hoy, de alguna manera, un progresismo irreflexivo, que defiende las causas incluidas en el manual y calla ante aquellas otras que existen precisamente por las injusticias cometidas por alguno de los regímenes tiránicos que el manual ordena apoyar. Antaño los progres repudiábamos cualquier tipo de vejación de los derechos de las minorías, y desconocíamos a cualquier régimen, por más que llevara el título de Socialista, Popular, o Democrático, cuyo sistema de gobierno fuese totalitario y sus gobernantes fueran déspotas o tiranos de cualquier calaña. Dentro de ese repudio al totalitarismo, particular desprecio merecían los regímenes de naturaleza teocrática. Por tener poderes de señor feudal, el Sha de Irán nunca fue santo de nuestra devoción, pero tampoco lo fueron los Ayatolás que proponían y representaban – y lo siguen haciendo hoy en día – todo aquello que pretendíamos erradicar: la desigualdad de género, la tiranía política afianzada en una religión oficial, la intolerancia religiosa, y la discriminación de las minorías. Curiosamente, los progres de hoy en día aplauden como focas cuando un retrasado mental latinoamericano, citando – nuevamente fuera de contexto – al prócer libertador, se abraza con un barbudo y retrógrada persa, y ambos se llenan la boca de lugares comunes vomitados en automático contra el enemigo común (el Gran Satán). Nadie se detiene a pensar en todo lo que los separa, en los presuntos valores que cada uno defiende, y que son en esencia incompatibles. Uno se presenta como el revolucionario que pretende ser socialista, casi ateo, que busca eliminar las injusticias presentes en su sociedad tras varias décadas de gobiernos corruptos. El otro es, justamente, el corrupto que instaura y defiende las injusticias en su propia sociedad, basado en una interpretación extremista de alguna escritura religiosa. Evidentemente, más importante que cualquier principio es la retórica "anti" que ambos comparten. Evidentemente, en ninguno de los casos, la lucha es de principios. Y los "progres" de hoy en día se regocijan al verlos juntos o, en el mejor de los casos, callan cobardemente, en vez de exponer a sus ídolos por ser una bola de farsantes. Los progres de hoy en día, que parecen haber instalado un influyente contingente en la Cancillería, prefieren hacerse la vista gorda ante la situación del Tíbet, antes que desafiar al papá de los tomates del pseudo - comunismo moderno, que de comunista únicamente le queda el nombre del partido oficial y único. Porque quien no se haya dado cuenta de que China tiene hoy por hoy un sistema económico capitalista, con poca solidaridad social y menor igualdad, impulsado por un "partido comunista" más interesado en preservar el poder que en ayudar a su pueblo o en defender los valores socialistas, está irremediablemente sordo o es duro de la corteza cerebral. Los progres de hoy en día, porque así lo ordena el manual, también prefieren meterse a la cama con cualquiera de las variedades de satrapía que abundan en el Oriente Medio – desde los sistemas feudales de la península arábiga hasta la teocracia absoluta de Irán, pasando por las monarquías absolutas de Jordania y Marruecos y las dictaduras militares disfrazadas de seculares y civiles de Egipto, Siria o Libia – antes que reclamar los derechos de los habitantes de esos países. Y justamente muchos de esos países son los nuevos amigos de la Costa Rica capitalista de Oscar Arias pero "progre" de su Cancillería. Oscar Arias, universalmente repudiado por los "nuevos progres" costarricenses, al punto de haber recibido un estruendoso abucheo por tener la osadía de sentarse a escuchar a Mercedes Sosa cuando recientemente dio un recital en Costa Rica, es el mejor exponente de estos "nuevos progres". La razón por la que es tan rechazado por los progres contemporáneos, diría mi psicóloga, es justamente porque en él ven su propio reflejo, y las incongruencias tan evidentes les resultan molestas. Es más fácil, por supuesto, ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. Los progres modernos, esos que se ufanan de no vivir en los lugares de moda, habitan principalmente en Montes de Oca, quizá el cantón más próspero y de más alto nivel de desarrollo humano del país. Desde sus castillos de aire miran hacia abajo al resto de los mortales (como las águilas ven a los caracoles desde sus nidos en las alturas), y exigen a los de Escazú y Santa Ana (ciertamente más preocupados por incrementar sus fortunas que por la suerte de los demás) resolver el problema de los más pobres, mientras ellos dictan cátedra al país entero, simultáneamente satisfaciendo su ego y matando cualquier remordimiento o indicio de culpabilidad que puedan sentir, sin hacer realmente otra cosa por los más necesitados que tejer discursos populistas para consumo de las masas. Son, como los llamábamos en los setentas y ochentas, comunistas con la billetera a la derecha, como el Rodolfo Cerdas que fuera candidato presidencial de Vanguardia Popular. O, como el Oscar Arias que nos gobierna en esta segunda ocasión, ricachones con el corazoncito a la izquierda. La solidaridad es para ellos un concepto de aplicación limitada, un elemento más de la lucha de clases; la solidaridad entendida como únicamente válida para con aquellos de su mismo estrato de clase media alta o alta. Su lema parece ser: "los más pobres son problema de los más ricos, y nuestra labor es hacérselo saber". La moda entre los nuevos ricos será vivir en alguno de los residenciales privados del oeste de la ciudad, pero la de esa próspera y "progresista" clase media-alta y alta de Montes de Oca (y similares) es apoyar todo lo que huela a revolución, independientemente de los valores que la impulsen. Todo, mientras no les toquen sus privilegios, adquiridos a lo largo de décadas de luchas políticas, ni sus bolsillos. Es la solidaridad consigo mismos, mientras exigen de los demás solidaridad con los que menos tienen. Al igual que Oscar Arias, buscan convencerse de que son verdaderos progresistas, cuando la realidad choca con el discurso. Esos son los progresistas del siglo XXI en Costa Rica.
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domingo, 30 de marzo de 2008
Los nuevos “Progres” del siglo XXI
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Super interesante, muy pero muy interesante.
ResponderBorrarPrimero, tenés toda la razón: la solidaridad es maravillosa siempre y cuando no les toque el bolsillo.
ResponderBorrarSegundo, no solo en el concierto de Sosa lo abuchearon; en el de Sabina, en el de Chayanne y en el de Sanz también (y él sigue yendo a los conciertos).
Tercero, las incongruencias, según fuentes muy confiables, podrían tener origen en un cierto alemán que a mí también me persigue a veces... (si no te cae la peseta, después te explico: es un tema de seguridad nacional y luego me destituyen).
Cuarto, la mayoría de los movimientos revolucionarios (sino todos) por lo general cambian sus ideales al llegar al/el poder y SIEMPRE ponen a revolcarse a los grandes en sus tumbas.
Quinto, ¡qué dicha que volviste! Hacías mucha falta.
Abrazos
Si las tesis de estos tipificados como "nuevos progres", sustentan discursos basados en estereotipos reductivos, su discurso ("nuevos antiprogres") es una bufonesca vuelta a los discursos trasnochados, de la época de la guerra fría, reproductora de la maniqueísta ideología dominante.
ResponderBorrarEstos "anti progres" no necesitan blogs oscuros, para eso tienen a la mamá de todos los nuevos "antiprogres": La Nación.
Sería bueno que diera nombres y hechos concretos, y no halbar a tontas y a locas, o a tontos y locos.
El problema, Anónimo, es que en este blog no hablamos ni a tontos ni a locos, y la inmensa mayoría de nuestros lectores no necesitan que les demos nombres para entender lo que escribimos...
ResponderBorrarLo que no entiendo es cómo llega usted a este oscuro blog (no ha de ser muy difícil de encontrar), y por qué no le deja satisfecho el punzarse el hígado cuando lee La Nación que tiene que salir en búsqueda de oscuros e innominados antros para descargar sus frustraciones. Pero, como todas las visitas que nos engalanan, la suya también es bienvenida.