Como siempre en el
Medio Oriente, las cosas no son tan simples como a primera vista aparecen.
Ojos poco acostumbrados al panorama podrían fácilmente concluir que lo que está
pasando Siria se resume de la siguiente manera: “un pueblo cansado de un
régimen despótico que ya dura 40 años se lanza a las calles para exigir
reformas democráticas, impulsado por una primavera árabe que nunca pasó de la
promesa, solo para ser brutalmente aplastado por el mismo tirano contra el que
protesta. Mientras tanto, el resto del mundo mira impotente – y sin ganas de
intervenir por no tratarse de un productor importante de petróleo.” Basta
con escarbar apenas un poquito por debajo de la superficie para descubrir que la
realidad es mucho más compleja.
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Como la mayoría de los Estados nacidos durante el
siglo XX a partir de la disgregación de los imperios hasta entonces
vigentes – véanse los casos de la mayoría de los países africanos
subsaharianos, de Iraq, de Líbano, de los países balcánicos, etc. – Siria no es
lo que podríamos definir como una “nación estado”: una entidad política que
englobe dentro de sus fronteras a una nación o pueblo relativamente homogéneo,
con una historia e identidad común, y con aspiraciones compartidas. Las
fronteras de Siria fueron establecidas de manera arbitraria siguiendo grosso modo las líneas de conquista de los
diferentes poderes imperiales que se disputaron la zona en los últimos 150 años,
a saber los turco-otomanos, los franceses y los ingleses.
Siria, tal como la conocemos, es un Estado inviable
que ha logrado mantener una cierta cohesión únicamente “gracias” al puño de
hierro de sus represores. Al igual que Yugoslavia no pudo sobrevivir muchos
años después de la muerte del Mariscal Tito, Siria seguirá existiendo como país
en sus fronteras actuales únicamente mientras subsista el régimen de Assad, o
cualquier otro – de similar calaña y nivel de desprecio por el pueblo – que
pueda surgir en su estela.
La población siria
se estima en alrededor de 23 millones de personas. Se calcula que el 65% de la población es árabe
sunita, 12% chiita, 10% cristiana, 10%
kurda sunita, y 3% drusa. Dentro de la minoría chiita, la secta alauita predomina,
y aún así no representa más del 9% de la población total. La familia presidencial el-Assad, así como la
inmensa mayoría de quienes ocupan puestos importantes en el gobierno y en las
fuerzas de seguridad sirias, son alauitas. La mayoría sunita resiente su falta de acceso
al poder, además de la brutalidad del régimen. Tenemos así el caldo de cultivo perfecto
para la revuelta popular.
A grandes rasgos,
las diferentes poblaciones también pueden ser fácilmente identificadas con distintas
zonas geográficas del país. Los alauitas
se concentran en la costa mediterránea, al oeste del río Orontes; los kurdos en
el norte, en la región fronteriza con Turquía; los drusos en el sureste del
país, cerca de las fronteras con Jordania e Israel; y la mayoría árabe sunita mayoritariamente
en toda la región central siria, desde la frontera con Líbano hasta la frontera
con Iraq. Los cristianos están un poco más dispersos, aunque hay una presencia
importante en el noroeste sirio, alrededor de la ciudad de Alepo, al este del
Orontes.
Los kurdos son una
etnia no árabe, mayoritariamente musulmana y sunita, que constituye minorías
importantes en Siria, Iraq, Irán y Turquía, pero no cuenta con un país
independiente. Para evitar que los
kurdos se unan a la revuelta popular, el-Assad les ha permitido aprovechar el
desorden para establecer para todos los efectos prácticos una región autónoma,
muy similar a lo que sucedió en Iraq. Además, el-Assad ha permitido a los
kurdos armarse para “calentar” la frontera con Turquía, y ya se observa
estrecha colaboración entre los kurdos a ambos lados de la línea limítrofe, lo
cual no es bien visto en Ankara. La apuesta de el-Assad, en caso de sobrevivir
a la revuelta, es a la transformación de Siria en una especie de república
federal, donde los kurdos retengan alguna dosis de autonomía en su región.
Sin embargo, la
estrategia de salida de el-Assad, en caso de no poder retener el control de la
totalidad del territorio sirio, es a la desintegración de Siria y – en su caso –
la creación de un estado alauita independiente en la costa mediterránea. Los cristianos, que como estrategia de
supervivencia en un medio sumamente hostil, se han alineado históricamente con
el gobierno de el-Assad, podrían interesarse en unirse a este nuevo país, antes
que exponerse a la venganza de la mayoría sunita si ésta llegara al poder en
Damasco.
El patrón de las
principales batallas del último año y medio en Siria parece confirmar la pretensión
de crear en la zona costera un “refugio” para el-Assad, cuya familia es
originaria de la ciudad de Latakia, en la costa mediterránea. Con la excepción de algunas escaramuzas
ocurridas en el sur del país, sobre todo al inicio de las protestas populares,
y del intento rebelde por penetrar Damasco – el centro del poder político – las
principales batallas y las mayores masacres han sucedido en poblados a lo largo
del río Orontes: la masacre de Tremseh (más de 200 muertos hace un par de
semanas); la masacre de Houla, con 108 muertos (49 niños y 34 mujeres entre
ellos) en mayo de 2012; la matanza de Qubair en junio de 2012 (78 muertos estilo
ejecución a manos de la milicia alauita shabiha); la matanza de Karm el-Zeytun
(45 muertos, mayoritariamente mujeres y niños, degollados o apuñalados); los
bombardeos del ejército sirio a la ciudad de Homs en febrero del 2012, que
dejaron más de 700 muertos; el asedio del ejército sirio en Idlib, causando 250
muertes entre el 19 y el 20 de diciembre de 2011; la masacre de Hama, en julio
del 2011, donde más de 130 personas murieron cuando tanques del ejército
abrieron fuego contra una manifestación inicialmente pacífica. Esto demuestra una cierta intención de aislar
de la revuelta el territorio ubicado al oeste del Río Orontes, y de paso un
esfuerzo por hacer una limpieza étnica tendiente a ahuyentar a la población
sunita de la zona.
La respuesta del
ejército sirio al atentado ocurrido la semana pasada en Damasco contra las
máximas autoridades militares fue lanzarse a la conquista de Alepo, 360 km al
norte. Este puede ser un intento por incorporar
a esta ciudad – considerada la capital económica siria – al territorio del
eventual estado alauita, retribuyendo así la lealtad de la población cristiana
al gobierno de el-Assad, y dejándose bajo dominio alauita a la más rica de las
ciudades sirias.
Esta pretensión
también explica la obstinada oposición rusa a los deseos de Occidente de
imponer sanciones a Siria a través de la inoperante ONU, y de intentar remover
a el-Assad por la fuerza. Resulta que 70
km al sur de Latakia se encuentra la ciudad puerto de Tartus, donde Rusia
cuenta con su única base naval en todo el Mediterráneo. Más aún, la isla de Chipre se encuentra
prácticamente al frente de las costas de Latakia y Tartus, y recientemente ha
sido descubierto un enorme depósito de gas natural bajo las aguas frente a
Chipre. Un estado alauita apoyado por
una base naval rusa en el Mediterráneo podría obligar a los chipriotas a
compartir el yacimiento, o a renunciar a la cooperación tecnológica israelí para
su eventual explotación.
Todo parece indicar
que, en el peor de los casos para los intereses de el-Assad, Siria se
desintegrará en un país kurdo al norte (si es que Turquía no lo invade antes para
evitarlo), un país alauita en la planicie costera mediterránea, y un país árabe
sunita en el resto del territorio. Es
difícil predecir qué tan rápido se vaya a desintegrar Siria en países relativamente
homogéneos desde la perspectiva étnica, pero una vez que desaparezca de Damasco
el poder central absoluto de la dinastía el-Assad, parece inevitable que se
desencadene un proceso de balcanización.
De lo que si podemos estar seguros es de que los resultados no van a ser
los deseados por el iluso de Obama, ni los que brinden tranquilidad al Medio
Oriente, ni los que convienen a la población general siria. Los rusos quedarán satisfechos con su tajada
del pastel – definitivamente la más rica de todas; los kurdos probablemente verán
cambiar un yugo por otro; y el sector sunita caerá – como en Libia – en manos
de organizaciones islamistas radicales (como al-Qaeda o la Hermandad Musulmana).
Nada de democracia para los ciudadanos, y menos aún de estabilidad para los
vecinos en la región.
Caen estas dictaduras y entran otras peores vease el viejo caso de Iran cuando cayo el Sha
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