El presupuesto del gobierno, de acuerdo con el ordenamiento jurídico
vigente, es una ley de la república. Como tal, el gobierno envía un proyecto
a la Asamblea, y esta lo puede aprobar, modificar, o rechazar. En Costa Rica existe un vacío jurídico
imperdonable, porque ninguna ley ni la Constitución establecen lo que sucede
cuando el proyecto de ley de presupuesto es rechazado por la Asamblea, o cuando
simplemente no es aprobado.
En otros países, cuando el poder legislativo no aprueba el presupuesto
del gobierno, éste se ve forzado a cerrar sus operaciones. Recientemente
tuvimos un nada edificante ejemplo de ello en los Estados Unidos, donde el gobierno estuvo parcialmente cerrado, excepto
para operaciones de emergencia, del 1° al 16 de octubre de 2013. Para
cualquiera que no sea un anarquista, esta no es una buena forma de encarar el
problema.
En España, en cambio, la Constitución prevé que si la Ley de Presupuestos no es aprobada antes del primer día del ejercicio
económico para el cual se planteó, se considerará automáticamente prorrogado el
presupuesto del ejercicio anterior hasta la aprobación del nuevo presupuesto. En
otras palabras, que si el presupuesto para el año calendario 2015 no es
aprobado antes del 1° de enero de 2015, automáticamente se prorroga el
presupuesto del 2014. Esto suena más razonable, y merece análisis y discusión
pausados, sobre todo a la luz de la decisión del Presidente de la Asamblea
Legislativa de Costa Rica de dar por aprobado un presupuesto que recibió el voto negativo de la mayoría.
En realidad no tenemos muchas opciones en el menú: lo hacemos a la
gringa y mandamos a cerrar el gobierno por unos días o semanas (cosa poco
factible en este país donde todo el mundo espera que el Estado le resuelva sus
problemas y satisfaga sus necesidades), o lo hacemos a la española y obligamos
al gobierno a no gastar ni un cinco más que en el 2014, o lo hacemos a la Henry
Mora e interpretamos que si el proyecto de presupuesto no es aprobado, igual
entra en vigor. Descartada la primera
alternativa, veamos entonces las otras dos opciones.
La decisión de don Henry Mora presenta varios inconvenientes, que no
son de poca monta. Debemos mencionar la doble burla al proceso democrático (al
desconocer el voto de la mayoría), y al procedimiento legislativo. Permitir que
un proyecto rechazado por la mayoría legislativa se convierta en ley por la vía
de una dudosa interpretación, equivale al cierre técnico de la Asamblea
Legislativa, con sus efectos deletéreos para la democracia. ¿Para qué
desgastarse en discusiones estériles si podemos hacer que un proyecto de ley diseñado
a gusto y antojo del gobierno de turno se convierta en ley mediante una
acomodaticia interpretación del Presidente del Directorio Legislativo?
Si hacemos una analogía con cualquier otro proyecto de ley presentado
por el Poder Ejecutivo en sesiones extraordinarias, si el proyecto recibe tres
dictámenes en comisión, el plenario no aprueba ninguno de ellos, y finalmente vota
para rechazar el proyecto original, este se archiva. Si se tratara, por
ejemplo, de una nueva Ley de Tránsito, seguiría vigente la ley “anterior”;
NUNCA entraría en vigencia la ley rechazada.
A favor de la decisión de don Henry Mora podemos señalar que se basó
en un criterio de Servicios Técnicos de la Asamblea Legislativa, que ya fue
utilizado para dar por aprobado el presupuesto del 2012. Sin embargo, el error
no crea derecho, y los perjuicios de dicho criterio superan por mucho los
posibles beneficios.
Adoptar la salida española tiene varias ventajas. En primer lugar, evita
el cierre del gobierno o su cese temporal de operaciones, y eso es percibido
como un bien en nuestra sociedad. Segundo, esta solución es congruente con la
práctica y con el ordenamiento jurídico costarricense: cuando un proyecto de
ley es rechazado, continúa aplicándose la ley vigente hasta tanto no sea
reformada.
Tercero, obliga al gobierno a negociar y a ser razonable. Dicho de
otra forma se percibe mejor la importancia de este punto: la salida española evita
las potenciales tendencias autoritarias de un gobierno con un respaldo tenue y
una fracción legislativa de, digamos, 13 diputados, y le impide imponer su
criterio a la fuerza. Porque si el proyecto de presupuesto se convierte en ley
independientemente del resultado de la votación de los diputados, ¿para qué
hacer la payasada de presentarlo, analizarlo, dictaminarlo y votarlo? Al
gobierno le bastaría con presentar cualquier disparate – se me ocurre algo sin
precedentes, como un aumento del 19% en el gasto, pero no seamos tan
malpensados – dejar pasar el tiempo, y recibir el disparate de vuelta
convertido en ley, con inmersión en agua bendita, fe de bautismo y bendición
papal pa’que no le falte.
Por el bienestar de nuestra democracia, espero que prospere la consulta
que prometieron plantear algunos diputados ante la Sala Constitucional. Ya hablaremos
en otra ocasión de los efectos económicos, sociales y políticos de este fiasco
presupuestario.
Pues sí... suena muy raro... pero parece que en el 2012 nadie se dio cuenta...
ResponderBorrarTenés razón. A mi esa vara me pasó por debajo del radar. Pero no es de extrañar; en esos momentos el país estaba consumido en la huelga de profesionales médicos y demás personal de la Caja, y bastante efervescencia en general...
ResponderBorrarDiay mae, pero con más razón... ¿no hay periodistas destacados directamente a cubrir la Asamblea? ¿y los diputados de entonces no protestaron?
ResponderBorrarNo exactamente, antes todos fueron cómplices... no es que no los cacharan... y claro, el gobierno está jugando de vivo, eso es evidente... el punto es que los políticos (diputados etc) que ahora pegan el brinco tampoco son tan inocentes...
ResponderBorrarEn todo caso, por el fondo, concuerdo con vos... es muchísimo mejor extender el anterior que aprobar así...
ResponderBorrar