Como saprissista empedernido - mas no envenenado - siempre he considerado que nuestro gran rival en el futbol nacional es la Liga Deportiva Alajuelense. Es el rival a vencer, aquel que cuando se le gana un clásico - más si es en el Morera - se celebra más que el propio campeonato. Pero Alajuela es un equipo al que siempre he respetado; cuando juega en el extranjero lo he apoyado, entendiendo que en alguna medida representa al país. Con Herediano la historia es completamente diferente. El C.S. Herediano - como organización - se me antoja despreciable, indigna de mi respeto, únicamente merecedora de mi lástima que es, para mi, lo peor que puedo sentir por alguien. Ya en una ocasión en este blog lo tildamos de pulpería metida a supermercado pero manejada con criterio de pulpería. Esta semana, el Herediano se hundió aún más en los abismos de mi desprecio.
jueves, 16 de septiembre de 2010
miércoles, 15 de septiembre de 2010
Patria, socialismo o muerte – a la tica.
El individuo es la base de toda construcción social. En términos evolutivos, cuando el individuo prehistórico cae en cuenta de que su probabilidad de supervivencia crece exponencialmente al asociarse con otros individuos con quienes compartir labores de defensa, seguridad y procura de alimentos, empiezan a darse las primeras formas humanas de organización social: familias, clanes, tribus, etc. Esta concepción primigenia parte de una sencilla premisa, tan válida entonces como hoy en día: la sociedad debe de estar al servicio del interés supremo de los individuos que la componen.
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Si los seres humanos en general buscamos las diferentes formas de convivencia y organización social presentes en el mundo moderno, es porque percibimos que dicha asociación nos traerá beneficios que exceden y superan a los potenciales sacrificios que necesariamente debemos de aceptar como el precio de la convivencia. Jamás lo haríamos si percibiéramos que en vez de que la sociedad esté a nuestro servicio, la situación sea a la inversa de manera que el individuo deba de estar al servicio de ese ente amorfo, etéreo y abstracto que es “la sociedad”. A estas alturas debo de ofrecer algunas explicaciones y aclaraciones.
Un análisis descuidado de la evolución de las ideologías políticas podría llevar a más de un lector a la conclusión de que el autor de estas líneas está completamente equivocado cuando asegura que los seres humanos no aceptaríamos formas de organización social donde se ponga al individuo al servicio de la sociedad, y no a la inversa. El socialismo, el comunismo, y el nacional-socialismo son ejemplo de ideologías que proponen subordinar el interés individual al de la sociedad o la nación. Gente de bien, gente común y sencilla, habiendo vivido en sociedades donde el interés individual ha sido subordinado al interés del poderoso (por ejemplo, el del señor feudal), han apoyado en distintos momentos históricos el advenimiento de sociedades socialistas o comunistas. El quid del asunto es que todas las sociedades que han adoptado esquemas de esa naturaleza – donde el interés de “la nación”, de “la sociedad” o “del proletariado” queda por encima de cualquier otra consideración – han devenido en sistemas totalitarios donde los derechos individuales se reducen a estar de acuerdo o callar. Y eso, como la historia lo ha demostrado, no es sostenible.
Estas disquisiciones surgen a raíz del mensaje de “Día de la Independencia” que, como muchos de ustedes ya se habrán enterado, nuestra señora Presidenta hizo circular vía Twitter: “Hacer patria es subordinar el interés individual al interés supremo de la nación”. Qué desafortunada manera de pretender arengar al pueblo 2.0 para despertar el espíritu solidario de los costarricenses – lo cual, creemos, era la intención de doña Laura. Y es doblemente desafortunado porque no solo cae en el error socialista de pretender que hay algo por encima de los derechos humanos individuales, sino que además lo liga con el concepto de patriotismo. En otras palabras, quienes creemos en la promoción y defensa de los derechos individuales como principio fundamental del quehacer político no somos patriotas – no podemos serlo de acuerdo con la definición de doña Laura, como tampoco lo podían ser los liberales alemanes que discrepaban del similar discurso del Führer allá por 1933 en adelante.
Ante semejante diarrea verbal, cabe preguntarle a nuestra Presidenta qué podremos esperar después. ¿Haga patria, mate a un homosexual? ¿El mejor empresario es un empresario muerto? O tal vez, ¿un verdadero patriota no contrata a un nica? Un sabio refrán de los indígenas norteamericanos dice que sólo hay dos cosas que no se devuelven: la flecha disparada, y la palabra pronunciada. Y más peligroso aún, cuando las palabras son pronunciadas con la fuerza de una flecha disparada. No dudo de las intenciones de doña Laura; se que son buenas. Pero en un esfuerzo por parecer “cool”, su escogencia de palabras fue absolutamente desacertada e inoportuna. Lo más lamentable es que, una vez hecha la afirmación, sus consecuencias son imprevisibles. Y la historia también está llena de ejemplos de ello.
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Si los seres humanos en general buscamos las diferentes formas de convivencia y organización social presentes en el mundo moderno, es porque percibimos que dicha asociación nos traerá beneficios que exceden y superan a los potenciales sacrificios que necesariamente debemos de aceptar como el precio de la convivencia. Jamás lo haríamos si percibiéramos que en vez de que la sociedad esté a nuestro servicio, la situación sea a la inversa de manera que el individuo deba de estar al servicio de ese ente amorfo, etéreo y abstracto que es “la sociedad”. A estas alturas debo de ofrecer algunas explicaciones y aclaraciones.
Un análisis descuidado de la evolución de las ideologías políticas podría llevar a más de un lector a la conclusión de que el autor de estas líneas está completamente equivocado cuando asegura que los seres humanos no aceptaríamos formas de organización social donde se ponga al individuo al servicio de la sociedad, y no a la inversa. El socialismo, el comunismo, y el nacional-socialismo son ejemplo de ideologías que proponen subordinar el interés individual al de la sociedad o la nación. Gente de bien, gente común y sencilla, habiendo vivido en sociedades donde el interés individual ha sido subordinado al interés del poderoso (por ejemplo, el del señor feudal), han apoyado en distintos momentos históricos el advenimiento de sociedades socialistas o comunistas. El quid del asunto es que todas las sociedades que han adoptado esquemas de esa naturaleza – donde el interés de “la nación”, de “la sociedad” o “del proletariado” queda por encima de cualquier otra consideración – han devenido en sistemas totalitarios donde los derechos individuales se reducen a estar de acuerdo o callar. Y eso, como la historia lo ha demostrado, no es sostenible.
Estas disquisiciones surgen a raíz del mensaje de “Día de la Independencia” que, como muchos de ustedes ya se habrán enterado, nuestra señora Presidenta hizo circular vía Twitter: “Hacer patria es subordinar el interés individual al interés supremo de la nación”. Qué desafortunada manera de pretender arengar al pueblo 2.0 para despertar el espíritu solidario de los costarricenses – lo cual, creemos, era la intención de doña Laura. Y es doblemente desafortunado porque no solo cae en el error socialista de pretender que hay algo por encima de los derechos humanos individuales, sino que además lo liga con el concepto de patriotismo. En otras palabras, quienes creemos en la promoción y defensa de los derechos individuales como principio fundamental del quehacer político no somos patriotas – no podemos serlo de acuerdo con la definición de doña Laura, como tampoco lo podían ser los liberales alemanes que discrepaban del similar discurso del Führer allá por 1933 en adelante.
Ante semejante diarrea verbal, cabe preguntarle a nuestra Presidenta qué podremos esperar después. ¿Haga patria, mate a un homosexual? ¿El mejor empresario es un empresario muerto? O tal vez, ¿un verdadero patriota no contrata a un nica? Un sabio refrán de los indígenas norteamericanos dice que sólo hay dos cosas que no se devuelven: la flecha disparada, y la palabra pronunciada. Y más peligroso aún, cuando las palabras son pronunciadas con la fuerza de una flecha disparada. No dudo de las intenciones de doña Laura; se que son buenas. Pero en un esfuerzo por parecer “cool”, su escogencia de palabras fue absolutamente desacertada e inoportuna. Lo más lamentable es que, una vez hecha la afirmación, sus consecuencias son imprevisibles. Y la historia también está llena de ejemplos de ello.
lunes, 6 de septiembre de 2010
Costa Rica para los ticos
Basta con que un gobierno de la República anuncie planes para regularizar la situación de los inmigrantes en Costa Rica, para que salten a la palestra pública las voces de la ignorancia, del odio y de la xenofobia. “Costa Rica para los ticos”, proclaman a viva voz, sin dedicarle tan solo un minuto de pensamiento al profundo significado de lo que acaban de decir.
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La inmigración ilegal presenta muchos retos a una sociedad democrática consolidada como la costarricense, y en particular al entramado de la seguridad social que nos distingue de los países vecinos. La inmigración masiva responde a necesidades, sobre todo económicas, de las poblaciones, que ninguna ley hará desaparecer. Ignorar el problema con proclamas nacionalistas no aporta soluciones, más bien lo exacerba. Declarar ilegal la inmigración obliga a los inmigrantes a permanecer en la clandestinidad – desde donde es más fácil delinquir o verse forzado a aceptar trabajos por menos que el salario mínimo – pero nunca detendrá el flujo de inmigrantes. Es el equivalente del avestruz que esconde la cabeza en la tierra para protegerse del peligro: “si no los puedo ver, no representan peligro alguno”.
El autor de estas líneas – no me canso de decirlo – no condona las actividades ilícitas ni es proponente de la anarquía. Pero tiene un problema serio con la actitud que asumen quienes ven un problema y creen que es suficiente desear verlo desaparecer para que se desvanezca. Ni los buenos deseos, ni las proclamas xenofóbicas, ni las murallas electrificadas, ni las leyes “más duras” van a parar la inmigración. Mientras sigan existiendo las grandes diferencias que hay entre Nicaragua y Costa Rica (o entre México y Estados Unidos, Paraguay y Argentina, Turquía y la Unión Europea, etc.), seguirá habiendo migraciones. Y si como ticos nada podemos hacer por mejorar la situación de Nicaragua, debemos entonces asegurarnos de dar a los inmigrantes las herramientas y la posibilidad de hacer aportes positivos al país. Si no podemos detener la migración, hay que regularizar la situación de los migrantes. Porque tan culpable de debilitar nuestro esquema solidario de seguridad social es el nica que trabaja de sol a sol por 1.500 pesos en una plantación arrocera, como lo es el patrono que lo contrata y no lo reporta a la CCSS. Al menos el primero lo hace por hambre, el segundo por avaricia.
Habiendo dicho lo anterior, nunca dejará de asombrarme la capacidad de autoengaño que tienen quienes hacen el tipo de proclamas como la que he usado como título de este ensayo. Gritar a los cuatro vientos “Costa Rica para los ticos” debería de llevarnos a preguntarnos, ¿quiénes exactamente somos los ticos, y a quiénes se referirán al decirlo? Dudo seriamente que ese tipo de arengas provengan de los descendientes purasangre de los caciques Garabito, Corrohore o Acserí, verdaderos y únicos ticos originales. La mitología histórica que dio origen a la identidad costarricense moderna, misma que pasa por las improbables hazañas del soldado Juan, curiosamente ignora la verdadera naturaleza de este país bendecido por Dios y por Natura: que Costa Rica es un país de inmigrantes, y que la nacionalidad costarricense es el producto de un crisol de personas de los más variados orígenes.
Entonces si podemos decir que Costa Rica es de los ticos, pero de todos los ticos. De los descendientes de Garabito y de Pablo Presbere, así como de los Mora y los Borbón, apellidos ambos de ilustre abolengo cuyo origen puede ser rastreado hasta las familias reales europeas. También de los sefarditas Robles, Maduro, Oreamuno, Fernández, Rojas, Gutiérrez, Carazo y Bejarano; de los Farah, los Nassar y los Gazel, de origen árabe libanés; de los Orlich y los Bolmarcich, de origen croata; de los Michalski y los Karpinski, de origen polaco católico, tanto como de los Fishman, los Rubinstein, o los Guzowski, de origen polaco judío. Costa Rica es también de los Lehmann, los Koberg, los Sauter, los Lachner y los Holtermann, de origen alemán; de los Li, de los Ching y de los Wong de origen chino, de los Pujol, de los Llobet o de los Borrasé, de origen catalán, o de los Hegedus de origen húngaro. No podían faltar en la mezcla los Lacayo, Montealegre, Cuadra y Montiel, apellidos de diferentes orígenes pero cuyas familias llegaron a nuestro país desde Nicaragua, al igual que los colombianos Macaya, León-Páez, y Lleras entre otros, o los chilenos Gaete, Astica, Barahona, Osorio o Perucci. Ni qué decir de los italianos Musmanni, Mainieri, Malavassi, Tanzi, Luconi o Scaglietti, de los suizos Rudín, Pittier y Michaud, de los argentinos Carnevale y Barrionuevo, o de los muy ingleses apellidos Drummond, Duncan, Keith, Davies y McDonald. Por supuesto, Costa Rica es también de los que componen buena parte del directorio telefónico, los ticos con apellidos españoles como Santamaría, Sobrado, Navarro, Pozuelo, y Burgués. Y de muchos otros de distintos orígenes que, por ignorancia, falta de tiempo y de espacio, no podemos mencionar aquí.
Así que, reitero, Costa Rica para los ticos, pero para todos los ticos, definición que dentro de unas generaciones incluirá a los descendientes de muchos de los nicaragüenses que hoy llegan como inmigrantes ilegales. Costa Rica para los ticos, sin importar cuál sea el origen de nuestros apellidos, el color de nuestra piel, o nuestra religión. Costa Rica para todos los que trabajamos día a día para engrandecerla, y queremos ver a nuestros hijos crecer y florecer en ella. Costa Rica para los que nos enorgullecemos de llamarla nuestra patria, nuestra tierra y nuestro hogar.
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La inmigración ilegal presenta muchos retos a una sociedad democrática consolidada como la costarricense, y en particular al entramado de la seguridad social que nos distingue de los países vecinos. La inmigración masiva responde a necesidades, sobre todo económicas, de las poblaciones, que ninguna ley hará desaparecer. Ignorar el problema con proclamas nacionalistas no aporta soluciones, más bien lo exacerba. Declarar ilegal la inmigración obliga a los inmigrantes a permanecer en la clandestinidad – desde donde es más fácil delinquir o verse forzado a aceptar trabajos por menos que el salario mínimo – pero nunca detendrá el flujo de inmigrantes. Es el equivalente del avestruz que esconde la cabeza en la tierra para protegerse del peligro: “si no los puedo ver, no representan peligro alguno”.
El autor de estas líneas – no me canso de decirlo – no condona las actividades ilícitas ni es proponente de la anarquía. Pero tiene un problema serio con la actitud que asumen quienes ven un problema y creen que es suficiente desear verlo desaparecer para que se desvanezca. Ni los buenos deseos, ni las proclamas xenofóbicas, ni las murallas electrificadas, ni las leyes “más duras” van a parar la inmigración. Mientras sigan existiendo las grandes diferencias que hay entre Nicaragua y Costa Rica (o entre México y Estados Unidos, Paraguay y Argentina, Turquía y la Unión Europea, etc.), seguirá habiendo migraciones. Y si como ticos nada podemos hacer por mejorar la situación de Nicaragua, debemos entonces asegurarnos de dar a los inmigrantes las herramientas y la posibilidad de hacer aportes positivos al país. Si no podemos detener la migración, hay que regularizar la situación de los migrantes. Porque tan culpable de debilitar nuestro esquema solidario de seguridad social es el nica que trabaja de sol a sol por 1.500 pesos en una plantación arrocera, como lo es el patrono que lo contrata y no lo reporta a la CCSS. Al menos el primero lo hace por hambre, el segundo por avaricia.
Habiendo dicho lo anterior, nunca dejará de asombrarme la capacidad de autoengaño que tienen quienes hacen el tipo de proclamas como la que he usado como título de este ensayo. Gritar a los cuatro vientos “Costa Rica para los ticos” debería de llevarnos a preguntarnos, ¿quiénes exactamente somos los ticos, y a quiénes se referirán al decirlo? Dudo seriamente que ese tipo de arengas provengan de los descendientes purasangre de los caciques Garabito, Corrohore o Acserí, verdaderos y únicos ticos originales. La mitología histórica que dio origen a la identidad costarricense moderna, misma que pasa por las improbables hazañas del soldado Juan, curiosamente ignora la verdadera naturaleza de este país bendecido por Dios y por Natura: que Costa Rica es un país de inmigrantes, y que la nacionalidad costarricense es el producto de un crisol de personas de los más variados orígenes.
Entonces si podemos decir que Costa Rica es de los ticos, pero de todos los ticos. De los descendientes de Garabito y de Pablo Presbere, así como de los Mora y los Borbón, apellidos ambos de ilustre abolengo cuyo origen puede ser rastreado hasta las familias reales europeas. También de los sefarditas Robles, Maduro, Oreamuno, Fernández, Rojas, Gutiérrez, Carazo y Bejarano; de los Farah, los Nassar y los Gazel, de origen árabe libanés; de los Orlich y los Bolmarcich, de origen croata; de los Michalski y los Karpinski, de origen polaco católico, tanto como de los Fishman, los Rubinstein, o los Guzowski, de origen polaco judío. Costa Rica es también de los Lehmann, los Koberg, los Sauter, los Lachner y los Holtermann, de origen alemán; de los Li, de los Ching y de los Wong de origen chino, de los Pujol, de los Llobet o de los Borrasé, de origen catalán, o de los Hegedus de origen húngaro. No podían faltar en la mezcla los Lacayo, Montealegre, Cuadra y Montiel, apellidos de diferentes orígenes pero cuyas familias llegaron a nuestro país desde Nicaragua, al igual que los colombianos Macaya, León-Páez, y Lleras entre otros, o los chilenos Gaete, Astica, Barahona, Osorio o Perucci. Ni qué decir de los italianos Musmanni, Mainieri, Malavassi, Tanzi, Luconi o Scaglietti, de los suizos Rudín, Pittier y Michaud, de los argentinos Carnevale y Barrionuevo, o de los muy ingleses apellidos Drummond, Duncan, Keith, Davies y McDonald. Por supuesto, Costa Rica es también de los que componen buena parte del directorio telefónico, los ticos con apellidos españoles como Santamaría, Sobrado, Navarro, Pozuelo, y Burgués. Y de muchos otros de distintos orígenes que, por ignorancia, falta de tiempo y de espacio, no podemos mencionar aquí.
Así que, reitero, Costa Rica para los ticos, pero para todos los ticos, definición que dentro de unas generaciones incluirá a los descendientes de muchos de los nicaragüenses que hoy llegan como inmigrantes ilegales. Costa Rica para los ticos, sin importar cuál sea el origen de nuestros apellidos, el color de nuestra piel, o nuestra religión. Costa Rica para todos los que trabajamos día a día para engrandecerla, y queremos ver a nuestros hijos crecer y florecer en ella. Costa Rica para los que nos enorgullecemos de llamarla nuestra patria, nuestra tierra y nuestro hogar.
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