A raíz del resultado de las elecciones presidenciales recién pasadas, ha surgido una serie de mitos que pretende elevar dichos resultados a la categoría de hito histórico sin precedentes en la historia patria. La cuarta acepción del vocablo mito en el Diccionario de la Real Academia Española es: “Persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de la que carecen”. A esto, y no a otra cosa, me refiero cuando hablo de mitos electorales, y aquí pretendo exhibirlos por lo que son.
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Mito #1: La población está dividida 50-50 entre dos visiones de mundo radicalmente diferentes.
Sin entrar a hablar de filosofía e ideología – las diferencias entre la socialdemocracia a la Tercera Vía profesada por Oscar Arias y la socialdemocracia tradicional de Otón Solís son cuestiones de matiz más que de fondo – la realidad de los resultados de las elecciones no sustenta la afirmación. Aunque no conocemos aún los resultados definitivos, nadie me discutirá que los resultados fueron, a grandes rasgos y decimales más o decimales menos, 40% para el PAC, 40% para el PLN, y 20% repartido entre 12 otros partidos, votos en blanco y votos nulos. Desde aquí, la premisa del 50-50 va mal, ya que la “partición” es más bien 40-40-8-x-x-x-x. Pero, si tomamos en consideración el abstencionismo, que ronda el 35%, llegamos a la conclusión de que el 40% obtenido por cada uno de los dos candidatos mayoritarios representa en realidad el apoyo de apenas el 26% del electorado. De manera que, si hay algo que se aproxima a una división 50-50 es aquella entre quienes votaron por Arias o Solís (52%), y aquellos quienes no votaron por ninguno de ellos (48%, ya sea porque votaron por otros o porque se abstuvieron de votar). Lamentablemente, de ese 35% del electorado que decidió no ejercer su derecho al voto, no podemos hacer conjeturas del tipo “hubieran votado en la misma proporción que el resto de los electores” ó “se hubieran inclinado mayoritariamente hacia Otón Solís”, etc., por lo que no podemos incluirlos en la licuadora que significa asegurar que la población está dividida 50-50.
Mito #2: Las elecciones fueron un referendum sobre el TLC.
Más allá de lo evidente – las elecciones fueron para elegir gobernantes, no para decidir sobre el TLC – esta es otra afirmación que no encuentra sustento en la realidad. La gente tiene muchas razones para votar por éste o aquel candidato, y casi nunca se está de acuerdo con el 100% de la plataforma política de aquel por quien uno vota. Hay temas que resultan “decisivos” y otros que no lo son. Para mucha gente, las preferencias de uno u otro candidato con respecto al TLC no fueron el factor determinante en su decisión de voto. Algunas personas que creen en el TLC consideraron más importante la propuesta anti-corrupción de Otón Solís, y de ahí que dieran su voto al PAC. A otras personas Solís les cae mal, y eso los inclinó a votar por Arias, a pesar de oponerse al TLC. Mucha gente - tanto entre quienes se oponen como entre quienes apoyan el TLC - cree que el TLC no es cuestión de si se aprueba o no, sino de cuándo se aprueba, y por ende el tema tampoco les resultó decisivo en su elección. De manera que no se pude identificar el voto por Arias como un voto pro-TLC, como tampoco se puede identificar el voto por Solís como uno anti-TLC.
Más aún, la pendejera de Oscar Arias en campaña – en La Suiza Centroamericana creemos que eso le terminó costando muchos votos – y la ausencia de debate impidieron que el TLC tomara importancia como tema de campaña, por lo que las elecciones nunca se elevaron al nivel de referendum sobre el destino del tratado comercial. Si bien es cierto Liberación Nacional anunció durante la campaña su apoyo al TLC y Acción Ciudadana su oposición a la versión actual del TLC, no podemos inferir que las elecciones presidenciales se hayan convertido en un referendum sobre el TLC.
Mito #3: En las actuales elecciones ha habido más irregularidades que en el pasado.
Desde antes de las elecciones ya se hablaba – irresponsablemente, si me piden mi opinión – de la posibilidad de un fraude. Los sorprendentes resultados han dejado sin argumento a quienes creían que el fraude electoral era inminente. Pero justamente la cercanía en votos entre los dos candidatos presidenciales mayoritarios ha provocado que fiscales de ambos partidos estén dando un seguimiento mucho más cuidadoso al conteo de boletas de lo que se dio en el pasado. La razón es muy sencilla: en todas las elecciones, siempre hay diferencias entre el conteo provisional y el definitivo, en el orden del par de miles de votos. En las actuales elecciones, cuando hasta el último corte provisional la diferencia entre Arias y Solís rondaba los 3.000 votos, una revisión cuidadosa de las papeletas presidenciales podría cambiar el resultado definitivo. Por lo tanto, es lógico que en el conteo manual se encuentren inconsistencias, irregularidades, errores, etc. Siendo que la organización de las elecciones es una obra humana, es de esperar que se hayan dado estas situaciones. Y si bien el voto es un derecho casi sagrado, por el que sangre ha sido derramada en nuestro país, mientras esas irregularidades se presenten en pequeña escala, no empañan la pureza del sufragio como proceso. Así, si bien han sido encontradas hasta ahora 5 papeletas en basureros de escuelas, una golondrina no hace primavera. La cantidad de irregularidades descubierta hasta ahora no es mayor que la de otros procesos electorales anteriores, ni pone en riesgo la manifestación de la voluntad popular en las urnas.
Antes de concluir, no quisiera dejar la sensación de que para este autor el voto es una cuestión tan sólo más o menos importante y que por ello las pequeñas irregularidades no deban de preocupar. Nada estaría más alejado de la realidad. Todo voto debe de contar, y hay que hacer el máximo esfuerzo para asegurar que así sea. Pero no podemos tampoco olvidar que “errare humanum est”, y que dichos errores – sean malintencionados o inconscientes – no afectan el resultado global ni desvirtúan el mandato del elector.
Quisiera, para no quedarme en la mera crítica, hacer una propuesta en aras de mejorar el control de este tipo de situaciones. El Tribunal Supremo de Elecciones reconoce como un gasto legítimo de los partidos las actividades de “capacitación política”. Son incluso aceptables las donaciones provenientes del extranjero, siempre y cuando se destinen exclusivamente a este tipo de capacitación y no a gastos publicitarios ni de organización de la campaña. La triste realidad es que los partidos hoy por hoy casi no hacen “capacitación política”, y cuando cobran la “deuda política”, es mayoritariamente por conceptos de publicidad y organización. Mi propuesta es que para futuros procesos electorales se permita al TSE deducir un porcentaje (podría ser el 10%, aunque amerita mayor análisis) de la deuda política que se pague a los partidos, para ser utilizado en la capacitación – brindada por el mismo TSE – de todos los fiscales y miembros de mesa y de centro de votación. Ello no eliminará el carácter humano de quienes sean llamados a fiscalizar el proceso de votación, pero si reducirá la probabilidad de que cometan errores como los mencionados.
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Mito #1: La población está dividida 50-50 entre dos visiones de mundo radicalmente diferentes.
Sin entrar a hablar de filosofía e ideología – las diferencias entre la socialdemocracia a la Tercera Vía profesada por Oscar Arias y la socialdemocracia tradicional de Otón Solís son cuestiones de matiz más que de fondo – la realidad de los resultados de las elecciones no sustenta la afirmación. Aunque no conocemos aún los resultados definitivos, nadie me discutirá que los resultados fueron, a grandes rasgos y decimales más o decimales menos, 40% para el PAC, 40% para el PLN, y 20% repartido entre 12 otros partidos, votos en blanco y votos nulos. Desde aquí, la premisa del 50-50 va mal, ya que la “partición” es más bien 40-40-8-x-x-x-x. Pero, si tomamos en consideración el abstencionismo, que ronda el 35%, llegamos a la conclusión de que el 40% obtenido por cada uno de los dos candidatos mayoritarios representa en realidad el apoyo de apenas el 26% del electorado. De manera que, si hay algo que se aproxima a una división 50-50 es aquella entre quienes votaron por Arias o Solís (52%), y aquellos quienes no votaron por ninguno de ellos (48%, ya sea porque votaron por otros o porque se abstuvieron de votar). Lamentablemente, de ese 35% del electorado que decidió no ejercer su derecho al voto, no podemos hacer conjeturas del tipo “hubieran votado en la misma proporción que el resto de los electores” ó “se hubieran inclinado mayoritariamente hacia Otón Solís”, etc., por lo que no podemos incluirlos en la licuadora que significa asegurar que la población está dividida 50-50.
Mito #2: Las elecciones fueron un referendum sobre el TLC.
Más allá de lo evidente – las elecciones fueron para elegir gobernantes, no para decidir sobre el TLC – esta es otra afirmación que no encuentra sustento en la realidad. La gente tiene muchas razones para votar por éste o aquel candidato, y casi nunca se está de acuerdo con el 100% de la plataforma política de aquel por quien uno vota. Hay temas que resultan “decisivos” y otros que no lo son. Para mucha gente, las preferencias de uno u otro candidato con respecto al TLC no fueron el factor determinante en su decisión de voto. Algunas personas que creen en el TLC consideraron más importante la propuesta anti-corrupción de Otón Solís, y de ahí que dieran su voto al PAC. A otras personas Solís les cae mal, y eso los inclinó a votar por Arias, a pesar de oponerse al TLC. Mucha gente - tanto entre quienes se oponen como entre quienes apoyan el TLC - cree que el TLC no es cuestión de si se aprueba o no, sino de cuándo se aprueba, y por ende el tema tampoco les resultó decisivo en su elección. De manera que no se pude identificar el voto por Arias como un voto pro-TLC, como tampoco se puede identificar el voto por Solís como uno anti-TLC.
Más aún, la pendejera de Oscar Arias en campaña – en La Suiza Centroamericana creemos que eso le terminó costando muchos votos – y la ausencia de debate impidieron que el TLC tomara importancia como tema de campaña, por lo que las elecciones nunca se elevaron al nivel de referendum sobre el destino del tratado comercial. Si bien es cierto Liberación Nacional anunció durante la campaña su apoyo al TLC y Acción Ciudadana su oposición a la versión actual del TLC, no podemos inferir que las elecciones presidenciales se hayan convertido en un referendum sobre el TLC.
Mito #3: En las actuales elecciones ha habido más irregularidades que en el pasado.
Desde antes de las elecciones ya se hablaba – irresponsablemente, si me piden mi opinión – de la posibilidad de un fraude. Los sorprendentes resultados han dejado sin argumento a quienes creían que el fraude electoral era inminente. Pero justamente la cercanía en votos entre los dos candidatos presidenciales mayoritarios ha provocado que fiscales de ambos partidos estén dando un seguimiento mucho más cuidadoso al conteo de boletas de lo que se dio en el pasado. La razón es muy sencilla: en todas las elecciones, siempre hay diferencias entre el conteo provisional y el definitivo, en el orden del par de miles de votos. En las actuales elecciones, cuando hasta el último corte provisional la diferencia entre Arias y Solís rondaba los 3.000 votos, una revisión cuidadosa de las papeletas presidenciales podría cambiar el resultado definitivo. Por lo tanto, es lógico que en el conteo manual se encuentren inconsistencias, irregularidades, errores, etc. Siendo que la organización de las elecciones es una obra humana, es de esperar que se hayan dado estas situaciones. Y si bien el voto es un derecho casi sagrado, por el que sangre ha sido derramada en nuestro país, mientras esas irregularidades se presenten en pequeña escala, no empañan la pureza del sufragio como proceso. Así, si bien han sido encontradas hasta ahora 5 papeletas en basureros de escuelas, una golondrina no hace primavera. La cantidad de irregularidades descubierta hasta ahora no es mayor que la de otros procesos electorales anteriores, ni pone en riesgo la manifestación de la voluntad popular en las urnas.
Antes de concluir, no quisiera dejar la sensación de que para este autor el voto es una cuestión tan sólo más o menos importante y que por ello las pequeñas irregularidades no deban de preocupar. Nada estaría más alejado de la realidad. Todo voto debe de contar, y hay que hacer el máximo esfuerzo para asegurar que así sea. Pero no podemos tampoco olvidar que “errare humanum est”, y que dichos errores – sean malintencionados o inconscientes – no afectan el resultado global ni desvirtúan el mandato del elector.
Quisiera, para no quedarme en la mera crítica, hacer una propuesta en aras de mejorar el control de este tipo de situaciones. El Tribunal Supremo de Elecciones reconoce como un gasto legítimo de los partidos las actividades de “capacitación política”. Son incluso aceptables las donaciones provenientes del extranjero, siempre y cuando se destinen exclusivamente a este tipo de capacitación y no a gastos publicitarios ni de organización de la campaña. La triste realidad es que los partidos hoy por hoy casi no hacen “capacitación política”, y cuando cobran la “deuda política”, es mayoritariamente por conceptos de publicidad y organización. Mi propuesta es que para futuros procesos electorales se permita al TSE deducir un porcentaje (podría ser el 10%, aunque amerita mayor análisis) de la deuda política que se pague a los partidos, para ser utilizado en la capacitación – brindada por el mismo TSE – de todos los fiscales y miembros de mesa y de centro de votación. Ello no eliminará el carácter humano de quienes sean llamados a fiscalizar el proceso de votación, pero si reducirá la probabilidad de que cometan errores como los mencionados.