Oscar Arias, a quien no tengo el placer – o el disgusto, escoja usted – de conocer, siempre me ha parecido una combinación casi perfecta entre el Dr. Mündung y Narciso, aunque esto último no exactamente por su aspecto físico. Doy por sentado que para estar en política, y en particular para aspirar a la Presidencia de un país, es necesario ser un poco ególatra y bastante vanidoso, pero a nuestro Premio Nobel Presidente se le va la mano. Y sus últimas actuaciones lo terminan por confirmar.
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A quienes le hemos seguido el rastro durante los últimos 25 años, ya nada debería sorprendernos. Y sin embargo don Oscar no deja de hacerlo. El famoso eslogan de su última campaña presidencial – El barco necesita capitán – es la invitación de un presumido consumado a que los demás dejemos nuestras mayores o menores dosis de egolatría para sustituirla por una oscarlatría esclarecedora y libertadora. No entro a discutir si el barco realmente necesitaba capitán (si lo creo), si Oscar Arias era ese capitán (no necesariamente), o si, una vez en el poder, actuó como tal (lo dudo seriamente). Más me interesa analizar las más recientes decisiones y anuncios de su majestad don Oscar a la luz de sus “patologías”, reales o percibidas.
La semana pasada don Oscar – o su hermano Rodrigo en representación del Big Chief – nos sorprendió con dos magnos anuncios: la presentación de un proyecto de ley de apertura de la generación y producción de electricidad, y la “necesidad” de convocar una Asamblea Constituyente. Veamos las cosas por partes.
Quien esto escribe apoyaría en principio un proyecto de apertura del sector eléctrico. Tengo la firme convicción, los estudios y la experiencia profesional suficientes para saber que es factible alcanzar un buen esquema de apertura que permita incrementar la capacidad instalada de generación eléctrica sin depender de un proveedor único, y sin desatender las necesidades de los sectores de menor o nulo poder adquisitivo que quedarían desprovistos en un esquema de apertura “salvaje”. Aunque no he leído el proyecto del gobierno, de los principios que pude deducir de lo publicado en los medios de prensa (apertura en generación manteniendo la red de transmisión en manos del ICE), me parece que la propuesta va por buen camino. Y a pesar de lo anterior, la decisión de poner sobre la mesa en plena temporada electoral un tema que promete ser polémico me parece, en el mejor de los casos, temeraria e irresponsable.
La probabilidad de que semejante proyecto sea aprobado en la Asamblea Legislativa en la presente coyuntura es prácticamente inexistente. El PAC, Merino y Oscar López se opondrán rabiosamente a cualquier cosa que suene a apertura. El Movimiento Libertario también, aunque por las razones contrarias: por no hacer lo suficiente por abolir el monopolio estatal, por poner límites a la generación privada, o cualquier cosa por el estilo que se les ocurra de manera oportuna. Andrea Morales, aunque sea por vergüenza y deferencia a quienes la llevaron a la Asamblea, también se va a oponer. La fracción del PUSC no sabrá cómo reaccionar, y mucho dependerá de las necesidades político-electorales del Dueño del partido, pero si algo es claro es que el PLN no podrá contar con un apoyo incondicional de los cuatro o cinco pelagatos del PUSC. De manera que únicamente podrán contar con los calientasillas de José Manuel Echandi, Evita Arguedas y Guyón Massey, y eso no les alcanzará ni para llegar a primera base. A la misma Laura Chinchilla se le podrían aflojar las bielas ante un tema tan polémico en estos momentos, y buena parte de la fracción la respaldaría. Muerto el Rey, que viva la Reina.
¿Para qué lanzar al vuelo semejante propuesta? Lo único que se me puede ocurrir es que cuando algún día se apruebe una apertura en generación eléctrica - y no me cabe la menor duda de que algún día sucederá – alguien pueda salir a decir que la idea fue de Oscar Arias. Y que entonces sea reconocido como el Estadista que, cinco o veinte años después de su período presidencial, aún sigue dando forma al curso que toma la historia del país. Sin importar a quién se lleva entre las piernas en el proceso, aún si se trata de su delfina Chinchilla.
Y por si fuera poco, nos sale con la cabezonada de la Asamblea Constituyente. Es cierto que el país está entrabado, y que a los gobernantes se les dificulta realizar su trabajo, como lo argumentan don Oscar y sus polivoces. Lo que es discutible es si el problema está en la Constitución Política. Yo creo que, más allá de dos o tres asuntos puntuales, la Constitución no es el impedimento para el progreso del país. Y esos “asuntos puntuales” se deberían de corregir mediante un procedimiento mucho más sencillo, barato y de menor riesgo que la Asamblea Constituyente: la reforma parcial a la Constitución. No sabemos exactamente (ni remotamente tampoco) como es la nueva Constitución que visualiza don Oscar, pero de lo que si estamos seguros es de que no se parece en nada a la Constitución que sería posible sacar de una nueva Constituyente.
Como lo demostró el referéndum por el TLC, el país está prácticamente dividido en tercios, con una tercera parte indiferente a lo que pasa en el escenario político, y los otros dos tercios con visiones bastante diferentes de lo que quieren como modelo de desarrollo para el país. En tales circunstancias, sería virtualmente imposible lograr un acuerdo sobre una Constitución medianamente coherente.
Don Oscar exhibe en los últimos tiempos una actitud autoritaria que no deja de causar preocupación. Como ejemplo ofrezco sus más recientes críticas a la labor de los medios de comunicación. Su cuestionamiento se basa en tautologías peligrosas (los periodistas no son electos por el pueblo <-> los medios de comunicación son empresas con fines de lucro) e inesperadas de una persona que se ha distinguido por sus credenciales democráticas. Si este es el espíritu que lo mueve a proponer una nueva Constitución, no quiero ni tan siquiera ver de qué se trata. Y si en su narcisismo ilimitado no puede ver que la mayoría del país no piensa como él, y que, insisto, lo que saldría de la Constituyente sería un mamarracho sin pies ni cabeza, entonces no tenemos santo en el cuál persignarnos.
La virtud de la actual Constitución es que se basa en las constituciones liberales del siglo XIX y en particular la de 1871. Aunque el ánimo colectivo de 1949 era bastante diferente al de 1871 (en particular en cuanto a las funciones del Estado), la constituyente logró un interesante equilibrio entre la tendencia liberal histórica del país que privilegia la protección de los derechos individuales, y ese estado de ánimo más socializador de mediados del siglo XX. Convocar una nueva constituyente en la actual coyuntura – con la proliferación de grupos y partidos que más defienden intereses sectoriales que los nacionales, y un Presidente con inclinaciones autoritarias – conllevaría de manera implícita el riesgo de producir una carta magna que sea un verdadero obstáculo para el progreso o, peor aún, que limite de manera significativamente los derechos individuales a favor de los colectivos. Y ese sería el principio del autoritarismo constitucional, que pronto llevaría a una dictadura de cualquier estirpe.
Entonces, nuevamente cabe preguntarse cuál sería el objetivo de proponer una constituyente ahora. Y si no hay beneficios evidentes, la respuesta tiene que encontrarse en la egolatría y el narcisismo de don Oscar que, por un lado, le nubla la visión y no le permite ver los grandísimos riesgos y, por el otro, únicamente le permite pensar en lo grande que sería su nombre si lo logra asociar al nacimiento de un nuevo orden constitucional en el país. Aunque de camino se lleve en banda a toda una generación de costarricenses.
Como lo dijo Papini a través de su personaje, el Dr. Mündung: “El hombre se ama a sí mismo, lo confiesa abiertamente, y da a su amor, sin miedo y sin reservas, forma devota y litúrgica.” Ese hombre es Oscar Arias.
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A quienes le hemos seguido el rastro durante los últimos 25 años, ya nada debería sorprendernos. Y sin embargo don Oscar no deja de hacerlo. El famoso eslogan de su última campaña presidencial – El barco necesita capitán – es la invitación de un presumido consumado a que los demás dejemos nuestras mayores o menores dosis de egolatría para sustituirla por una oscarlatría esclarecedora y libertadora. No entro a discutir si el barco realmente necesitaba capitán (si lo creo), si Oscar Arias era ese capitán (no necesariamente), o si, una vez en el poder, actuó como tal (lo dudo seriamente). Más me interesa analizar las más recientes decisiones y anuncios de su majestad don Oscar a la luz de sus “patologías”, reales o percibidas.
La semana pasada don Oscar – o su hermano Rodrigo en representación del Big Chief – nos sorprendió con dos magnos anuncios: la presentación de un proyecto de ley de apertura de la generación y producción de electricidad, y la “necesidad” de convocar una Asamblea Constituyente. Veamos las cosas por partes.
Quien esto escribe apoyaría en principio un proyecto de apertura del sector eléctrico. Tengo la firme convicción, los estudios y la experiencia profesional suficientes para saber que es factible alcanzar un buen esquema de apertura que permita incrementar la capacidad instalada de generación eléctrica sin depender de un proveedor único, y sin desatender las necesidades de los sectores de menor o nulo poder adquisitivo que quedarían desprovistos en un esquema de apertura “salvaje”. Aunque no he leído el proyecto del gobierno, de los principios que pude deducir de lo publicado en los medios de prensa (apertura en generación manteniendo la red de transmisión en manos del ICE), me parece que la propuesta va por buen camino. Y a pesar de lo anterior, la decisión de poner sobre la mesa en plena temporada electoral un tema que promete ser polémico me parece, en el mejor de los casos, temeraria e irresponsable.
La probabilidad de que semejante proyecto sea aprobado en la Asamblea Legislativa en la presente coyuntura es prácticamente inexistente. El PAC, Merino y Oscar López se opondrán rabiosamente a cualquier cosa que suene a apertura. El Movimiento Libertario también, aunque por las razones contrarias: por no hacer lo suficiente por abolir el monopolio estatal, por poner límites a la generación privada, o cualquier cosa por el estilo que se les ocurra de manera oportuna. Andrea Morales, aunque sea por vergüenza y deferencia a quienes la llevaron a la Asamblea, también se va a oponer. La fracción del PUSC no sabrá cómo reaccionar, y mucho dependerá de las necesidades político-electorales del Dueño del partido, pero si algo es claro es que el PLN no podrá contar con un apoyo incondicional de los cuatro o cinco pelagatos del PUSC. De manera que únicamente podrán contar con los calientasillas de José Manuel Echandi, Evita Arguedas y Guyón Massey, y eso no les alcanzará ni para llegar a primera base. A la misma Laura Chinchilla se le podrían aflojar las bielas ante un tema tan polémico en estos momentos, y buena parte de la fracción la respaldaría. Muerto el Rey, que viva la Reina.
¿Para qué lanzar al vuelo semejante propuesta? Lo único que se me puede ocurrir es que cuando algún día se apruebe una apertura en generación eléctrica - y no me cabe la menor duda de que algún día sucederá – alguien pueda salir a decir que la idea fue de Oscar Arias. Y que entonces sea reconocido como el Estadista que, cinco o veinte años después de su período presidencial, aún sigue dando forma al curso que toma la historia del país. Sin importar a quién se lleva entre las piernas en el proceso, aún si se trata de su delfina Chinchilla.
Y por si fuera poco, nos sale con la cabezonada de la Asamblea Constituyente. Es cierto que el país está entrabado, y que a los gobernantes se les dificulta realizar su trabajo, como lo argumentan don Oscar y sus polivoces. Lo que es discutible es si el problema está en la Constitución Política. Yo creo que, más allá de dos o tres asuntos puntuales, la Constitución no es el impedimento para el progreso del país. Y esos “asuntos puntuales” se deberían de corregir mediante un procedimiento mucho más sencillo, barato y de menor riesgo que la Asamblea Constituyente: la reforma parcial a la Constitución. No sabemos exactamente (ni remotamente tampoco) como es la nueva Constitución que visualiza don Oscar, pero de lo que si estamos seguros es de que no se parece en nada a la Constitución que sería posible sacar de una nueva Constituyente.
Como lo demostró el referéndum por el TLC, el país está prácticamente dividido en tercios, con una tercera parte indiferente a lo que pasa en el escenario político, y los otros dos tercios con visiones bastante diferentes de lo que quieren como modelo de desarrollo para el país. En tales circunstancias, sería virtualmente imposible lograr un acuerdo sobre una Constitución medianamente coherente.
Don Oscar exhibe en los últimos tiempos una actitud autoritaria que no deja de causar preocupación. Como ejemplo ofrezco sus más recientes críticas a la labor de los medios de comunicación. Su cuestionamiento se basa en tautologías peligrosas (los periodistas no son electos por el pueblo <-> los medios de comunicación son empresas con fines de lucro) e inesperadas de una persona que se ha distinguido por sus credenciales democráticas. Si este es el espíritu que lo mueve a proponer una nueva Constitución, no quiero ni tan siquiera ver de qué se trata. Y si en su narcisismo ilimitado no puede ver que la mayoría del país no piensa como él, y que, insisto, lo que saldría de la Constituyente sería un mamarracho sin pies ni cabeza, entonces no tenemos santo en el cuál persignarnos.
La virtud de la actual Constitución es que se basa en las constituciones liberales del siglo XIX y en particular la de 1871. Aunque el ánimo colectivo de 1949 era bastante diferente al de 1871 (en particular en cuanto a las funciones del Estado), la constituyente logró un interesante equilibrio entre la tendencia liberal histórica del país que privilegia la protección de los derechos individuales, y ese estado de ánimo más socializador de mediados del siglo XX. Convocar una nueva constituyente en la actual coyuntura – con la proliferación de grupos y partidos que más defienden intereses sectoriales que los nacionales, y un Presidente con inclinaciones autoritarias – conllevaría de manera implícita el riesgo de producir una carta magna que sea un verdadero obstáculo para el progreso o, peor aún, que limite de manera significativamente los derechos individuales a favor de los colectivos. Y ese sería el principio del autoritarismo constitucional, que pronto llevaría a una dictadura de cualquier estirpe.
Entonces, nuevamente cabe preguntarse cuál sería el objetivo de proponer una constituyente ahora. Y si no hay beneficios evidentes, la respuesta tiene que encontrarse en la egolatría y el narcisismo de don Oscar que, por un lado, le nubla la visión y no le permite ver los grandísimos riesgos y, por el otro, únicamente le permite pensar en lo grande que sería su nombre si lo logra asociar al nacimiento de un nuevo orden constitucional en el país. Aunque de camino se lleve en banda a toda una generación de costarricenses.
Como lo dijo Papini a través de su personaje, el Dr. Mündung: “El hombre se ama a sí mismo, lo confiesa abiertamente, y da a su amor, sin miedo y sin reservas, forma devota y litúrgica.” Ese hombre es Oscar Arias.