Hoy hace ocho días comenté sobre la futilidad de la restricción vehicular desde la perspectiva del cumplimiento de los objetivos “técnicos” del programa, tales como la reducción del consumo de hidrocarburos, la reducción de la congestión vehicular, y la mejora en la calidad del aire que respiramos. Hoy me quiero referir a otra incongruencia más de la restricción vehicular – esta en el campo económico – ahora que nuestro gobierno ha decidido, contra toda evidencia científica, que resulta necesario ampliar el programa.
He de reconocer que he faltado a la verdad cuando he dicho que el objetivo principal de la restricción vehicular josefina – en el resto del país “aplican restricciones” a la restricción – es reducir el consumo de combustibles. La realidad es que el objetivo – tal y como nos lo repiten una y otra vez los tomadores de decisiones que deberían de estar leyéndose las investigaciones que cité en mi anterior artículo sobre el tema, en vez de estar ampliando y perpetuando el error – es “reducir la factura de hidrocarburos de Costa Rica”.
En el citado artículo presenté evidencia de que programas similares aplicados en otros países han fallado miserablemente en la consecución del objetivo de reducir el consumo de derivados del petróleo. La lógica de quienes impulsan la restricción vehicular en Costa Rica es que si se consume menos combustible, se reducirá la factura petrolera, que no es otra cosa que la cantidad de dinero que el país se gasta al año en importar petróleo y sus derivados. Pero, ¿quién definió que sea un objetivo político-económico reducir dicha factura? ¿Es necesario reducir el importe de las importaciones de petróleo y sus derivados?
Por supuesto que si el petróleo estuviera más barato, los consumidores costarricenses podríamos destinar una proporción menor de nuestros ingresos a comprar gasolina para nuestros carros o a pagar los “pases del bus”. Ese ahorro lo podríamos destinar a comprar productos hechos en Costa Rica, contribuyendo así a dinamizar la economía. Pero en un régimen de libertad como el que nos caracteriza, nada garantiza que ese dinero se destine a la compra de productos ticos “porque lo nuestro es mejor y es nuestro”. De hecho, en el 2010 prácticamente el 38% del producto nacional se destinó a importaciones. En otras palabras, de cada 100 colones que producimos, en promedio nos gastamos 38 colones en artículos extranjeros. Ese promedio, sospecho, ha de ser mayor para la gente con el suficiente poder adquisitivo para tener carro. Pero me desvío del punto medular.
Si la importación de hidrocarburos estuviera provocando un serio desequilibrio en la economía nacional, resultaría válido pretender limitarla. En épocas pasadas, una subida en el precio internacional del petróleo como la que estamos viviendo ahora, podía producir un déficit comercial insostenible que, en caso de no ser controlado, provocaba una devaluación súbita del colón. No es el caso del año 2011, en que el ingreso de capitales más que compensa el déficit comercial, y se produce un exceso de divisas en el mercado local, presionando el precio del dólar a la baja.
Me imagino que todos mis lectores habrán escuchado que al gobierno, a los exportadores, y al sector turismo les preocupa mucho que, como consecuencia de la apreciación del colón en el último año (cuando el tipo de cambio pasó de alrededor de ₡590 a alrededor de ₡495), esos sectores más dinámicos de la economía nacional han perdido competitividad en el mercado internacional. Muchas voces han clamado públicamente por una devaluación, o por el regreso al sistema de las minidevaluaciones, o por subir el piso de la banda cambiaria, o por cualquier otra forma de subir el tipo de cambio artificialmente.
De unos años para acá, el tipo de cambio se define mediante un sistema de “mercado intervenido”, en el cual se supone que el precio del dólar fluctúa libremente mientras se mantenga dentro de las bandas predefinidas, pero es sostenido por el Banco Central si intenta superar el techo o pretende bajar del piso. Como sabemos, desde hace muchos meses el tipo de cambio ha estado pegado al piso de la banda. Podemos complicarnos la vida con las más intrincadas y engorrosas explicaciones del por qué de esta situación, o podemos recurrir a las simples pero siempre poderosas herramientas de los principios básicos de economía. Si el precio de un artículo tiende a caer, es porque existe en el mercado un exceso de oferta. Al precio de ₡500 por dólar, que es el piso de la banda, la oferta de dólares supera la demanda. Para evitar la caída el precio, el Banco Central se ve obligado a comprar el excedente.
¿Qué tiene que ver esto con la restricción vehicular? Pues que si hay un exceso de dólares en el mercado, y el precio del petróleo ha subido de manera tal que más bien ha hecho crecer la demanda de dólares necesaria para poder importar los combustibles, entonces reducir la “factura petrolera” necesariamente va a tener un efecto no deseado sobre el dólar. La restricción vehicular, si cumpliera su cometido, se convertiría en una fuerza más empujando el dólar a la baja, restándole competitividad por partida doble a los exportadores.
Entonces resulta que no solo la restricción vehicular produce los efectos contrarios a los postulados – en cuanto a reducir la congestión vehicular y la contaminación ambiental – sino que además, si cumpliera su cometido de reducir la factura petrolera, iría en contra de los intereses macroeconómicos del gobierno. ¿Quién lo entiende?
Dean CóRnito no tiene ninguna prisa porque el colón se deprecie, así que no tiene quejas al respecto. Lo que no entiende es cómo si el gobierno más bien quiere forzar la revaluación del dólar frente al colón, sale con una burrada como la restricción vehicular con el objetivo de reducir la factura petrolera. O las cabezas pensantes del gobierno están de vacaciones adelantadas, o han sido relegadas a la categoría de relleno para la foto.
He de reconocer que he faltado a la verdad cuando he dicho que el objetivo principal de la restricción vehicular josefina – en el resto del país “aplican restricciones” a la restricción – es reducir el consumo de combustibles. La realidad es que el objetivo – tal y como nos lo repiten una y otra vez los tomadores de decisiones que deberían de estar leyéndose las investigaciones que cité en mi anterior artículo sobre el tema, en vez de estar ampliando y perpetuando el error – es “reducir la factura de hidrocarburos de Costa Rica”.
En el citado artículo presenté evidencia de que programas similares aplicados en otros países han fallado miserablemente en la consecución del objetivo de reducir el consumo de derivados del petróleo. La lógica de quienes impulsan la restricción vehicular en Costa Rica es que si se consume menos combustible, se reducirá la factura petrolera, que no es otra cosa que la cantidad de dinero que el país se gasta al año en importar petróleo y sus derivados. Pero, ¿quién definió que sea un objetivo político-económico reducir dicha factura? ¿Es necesario reducir el importe de las importaciones de petróleo y sus derivados?
Por supuesto que si el petróleo estuviera más barato, los consumidores costarricenses podríamos destinar una proporción menor de nuestros ingresos a comprar gasolina para nuestros carros o a pagar los “pases del bus”. Ese ahorro lo podríamos destinar a comprar productos hechos en Costa Rica, contribuyendo así a dinamizar la economía. Pero en un régimen de libertad como el que nos caracteriza, nada garantiza que ese dinero se destine a la compra de productos ticos “porque lo nuestro es mejor y es nuestro”. De hecho, en el 2010 prácticamente el 38% del producto nacional se destinó a importaciones. En otras palabras, de cada 100 colones que producimos, en promedio nos gastamos 38 colones en artículos extranjeros. Ese promedio, sospecho, ha de ser mayor para la gente con el suficiente poder adquisitivo para tener carro. Pero me desvío del punto medular.
Si la importación de hidrocarburos estuviera provocando un serio desequilibrio en la economía nacional, resultaría válido pretender limitarla. En épocas pasadas, una subida en el precio internacional del petróleo como la que estamos viviendo ahora, podía producir un déficit comercial insostenible que, en caso de no ser controlado, provocaba una devaluación súbita del colón. No es el caso del año 2011, en que el ingreso de capitales más que compensa el déficit comercial, y se produce un exceso de divisas en el mercado local, presionando el precio del dólar a la baja.
Me imagino que todos mis lectores habrán escuchado que al gobierno, a los exportadores, y al sector turismo les preocupa mucho que, como consecuencia de la apreciación del colón en el último año (cuando el tipo de cambio pasó de alrededor de ₡590 a alrededor de ₡495), esos sectores más dinámicos de la economía nacional han perdido competitividad en el mercado internacional. Muchas voces han clamado públicamente por una devaluación, o por el regreso al sistema de las minidevaluaciones, o por subir el piso de la banda cambiaria, o por cualquier otra forma de subir el tipo de cambio artificialmente.
De unos años para acá, el tipo de cambio se define mediante un sistema de “mercado intervenido”, en el cual se supone que el precio del dólar fluctúa libremente mientras se mantenga dentro de las bandas predefinidas, pero es sostenido por el Banco Central si intenta superar el techo o pretende bajar del piso. Como sabemos, desde hace muchos meses el tipo de cambio ha estado pegado al piso de la banda. Podemos complicarnos la vida con las más intrincadas y engorrosas explicaciones del por qué de esta situación, o podemos recurrir a las simples pero siempre poderosas herramientas de los principios básicos de economía. Si el precio de un artículo tiende a caer, es porque existe en el mercado un exceso de oferta. Al precio de ₡500 por dólar, que es el piso de la banda, la oferta de dólares supera la demanda. Para evitar la caída el precio, el Banco Central se ve obligado a comprar el excedente.
¿Qué tiene que ver esto con la restricción vehicular? Pues que si hay un exceso de dólares en el mercado, y el precio del petróleo ha subido de manera tal que más bien ha hecho crecer la demanda de dólares necesaria para poder importar los combustibles, entonces reducir la “factura petrolera” necesariamente va a tener un efecto no deseado sobre el dólar. La restricción vehicular, si cumpliera su cometido, se convertiría en una fuerza más empujando el dólar a la baja, restándole competitividad por partida doble a los exportadores.
Entonces resulta que no solo la restricción vehicular produce los efectos contrarios a los postulados – en cuanto a reducir la congestión vehicular y la contaminación ambiental – sino que además, si cumpliera su cometido de reducir la factura petrolera, iría en contra de los intereses macroeconómicos del gobierno. ¿Quién lo entiende?
Dean CóRnito no tiene ninguna prisa porque el colón se deprecie, así que no tiene quejas al respecto. Lo que no entiende es cómo si el gobierno más bien quiere forzar la revaluación del dólar frente al colón, sale con una burrada como la restricción vehicular con el objetivo de reducir la factura petrolera. O las cabezas pensantes del gobierno están de vacaciones adelantadas, o han sido relegadas a la categoría de relleno para la foto.
Dean cómo siempre muy acertado el análisis. Gracias por compartirlo con aquellos que no dominamos los temas económicos.
ResponderBorrarCreo que a estas alturas poco recuerdo del curso de "Elementos de Economía" que lleve en los 80's del siglo pasado... pero algo que no entiendo muy bien es que, si uno tiene la plata para comprar un bien, debería poder hacerlo... en este caso, combustible. ¿Acaso está subsidiado? Más bien paga impuestos... ¿por qué tanto interés en "bajar la factura pretrolera? Y de hecho, en algo habrá que gastar los dólares que apilan a montones en el Central... digo yo...
ResponderBorrarMuchas gracias, Simulacros, y espero verlo por aquí más a menudo.
ResponderBorrarTerox, tocás un punto excelente, que bien podría dar para un tercer artículo sobre el tema (aunque lo dudo). En el primero hablé sobre las "incongruencias técnicas" de la restricción, en este segundo hablé sobre las "incongruencias económicas". Vos abrís el frente de las libertades individuales. Ya me lo había dicho mi amigo Marcelo, el ché: "si el gobierno quiere ahorrar petróleo, que lo haga con su flota y con sus plantas termoeléctricas; a mi que por favor no me digan cómo usar mi dinero."
En el clavo... así como lo que expusiste y muchas otras ocurrencias ha tenido este gobierno para apaliar las "crisis" que tiene Costa Rica. No hay un camino definido, no hay nada. Quién podra ayudarnos??
ResponderBorrarAcsen