Durante muchos años, primero como estudiante y luego ya como profesional en el campo de la economía, suscribí la “tesis oficial” de la “inflación benigna” y la necesidad del Banco Central de supeditar la estabilidad de precios a la obtención de resultados en otras variables como la tasa de crecimiento del PIB y/o la tasa de desempleo. No es de extrañar: quien esto escribe se formó en los años posteriores a la crisis del gobierno de Carazo, cuando economistas como Carlos Manuel Castillo (QEPD) y Eduardo Lizano no solo se alternaban en la Presidencia del Banco Central, sino que también eran profesores de la Escuela de Economía de la UCR. Otros de su misma estirpe ideológica, como Fernando Naranjo y Federico Vargas Peralta, se alternaban en el Ministerio de Hacienda y en la Escuela de Economía, y todos respirábamos las mismas enseñanzas que en aquellos años no eran simple teoría, dado que nuestros maestros las ponían en práctica desde sus puestos en el gobierno.
Estamos hablando de una generación de economistas de una estatura intelectual y moral incuestionable. Fueron economistas con una formación intachable, funcionarios públicos ejemplares, y tienen el mérito de haber puesto a Costa Rica de nuevo en el camino del progreso después del agotamiento del modelo de desarrollo seguido desde mediados del siglo pasado y hasta finales de la década de los años 70, y de haber sacado al país de la profunda crisis de principios de los años 80, que resultó en parte de un modelo agotado, conjuntado con un gobierno que tomó el rumbo equivocado, y una crisis internacional que no tuvo misericordia con nuestro país.
Luego de dos años consecutivos de inflación superior al 60% anual (65% en 1981 y 82% en 1982), la inflación promedio del 14.16% en el siguiente quinquenio (1983-1987) llegó a parecernos razonable. Lamentablemente, como muchas cosas en Costa Rica, lo que debió ser una situación temporal mientras se lograba dinamizar la producción (que en los años de la crisis se contrajo significativamente) y tener bajo control las demás variables macroeconómicas, se convirtió en el “status quo” que algunos grupos de interés empezaron a defender a capa y espada. En las dos décadas posteriores, la inflación promedio anual siguió siendo del orden del 14,5%, pero las cosas estaban lejos de estar bajo control. De los 20 años que siguieron a la crisis, en ocho de ellos la inflación superó el 16% anual. En 1988, 1990, 1991 y 1995 la inflación superó el 20% anual, y en tres de esos años superó el 25% anual. El sistema de minidevaluaciones instaurado por don Carlos Manuel Castillo, y perfeccionado por don Eduardo Lizano, había cumplido el propósito inicial de reducir la inflación y contribuir a controlar las demás variables macroeconómicas, pero su desempeño a lo largo de 25 años difícilmente se puede catalogar de satisfactorio. Algo había que hacer.
Es casi universalmente aceptado que el papel primordial de todo Banco Central es procurar la estabilidad de precios. La inflación es considerada el más regresivo de los impuestos, porque erosiona proporcionalmente más los ingresos de quienes menos tienen. También tiene la particularidad de introducir “ruido” en el mercado, no permitiendo a los productores tomar las mejores decisiones de inversión. La inflación atrofia la capacidad del sistema de precios para enviar las señales adecuadas tanto a productores como consumidores, y por ende impide la correcta asignación de los recursos productivos y obstruye la consecución de la ansiada eficiencia. No existe tal cosa como una inflación benigna, a no ser que hablemos de las tasas de inflación que usualmente exhiben los países desarrollados, rara vez superiores al 3% anual.
Las herramientas del Banco Central son las de política monetaria, que son las más eficientes para atacar el problema de la inflación. De igual manera, es casi universalmente aceptado que las variables reales de la economía (producción, empleo) son más susceptibles de ser influenciadas por la política fiscal, y por ello es el papel del Ministerio de Hacienda impulsar la producción cuando el ciclo económico se desacelera, y enfriar los motores cuando el ciclo se recalienta.
Cuando un Banco Central supedita su política monetaria a la consecución de otras metas (como podría ser la estabilidad del tipo de cambio o la aceleración económica), pierde grados de libertad para alcanzar su cometido original. Mantener un tipo de cambio artificial obliga al Banco Central a comprar divisas cuando la tendencia del mercado es a la baja, o a vender divisas cuando las fuerzas del mercado más bien impulsan el tipo de cambio al alza. En el primero de los casos, cada vez que el Banco Central compra un dólar, está poniendo cierta cantidad de colones a circular, aumentando la masa monetaria, lo cual es un disparador de la inflación.
Cuando el Banco Central más bien se ve obligado a vender dólares para defender un tipo de cambio, lo que hace es recoger colones y disminuir la masa monetaria. El problema en este segundo caso es que el Banco pierde la habilidad de mantener en circulación la cantidad de colones que considera compatible con el nivel de inflación meta. Una disminución descontrolada de la masa monetaria puede, a través de la escasez de dinero, terminar por inducir una desaceleración de la producción cuando eso no es conveniente. En resumen, el Banco Central debería de enfocarse en la estabilidad de precios, que es para lo que sirven sus herramientas, y dejar que el Ministerio de Hacienda, a través de una política fiscal que responda a los planes del gobierno de turno, se dedique a buscar la estabilidad del sector real (no monetario), que es donde más eficientes son las herramientas de que dispone.
Todo esto viene a colación a raíz de una entrevista realizada por La Nación a don Eduardo Lizano, publicada hoy. En ella don Eduardo llama a nuevamente desviar la atención del BCCR de su objetivo primordial de buscar la estabilidad de precios. Dice don Eduardo que el banco debería de tener un poco de flexibilidad en cuanto a sus propias metas de inflación, y agrega que “eso lo que quiere decir es que el Banco Central anda buscando dos cosas: una meta de inflación, pero anda buscando también algo que tiene que ver con producción y empleo.” Esto, en otras palabras, es recetarnos más de lo mismo que durante dos décadas y media nos tuvo con niveles de inflación incompatibles con el objetivo de alcanzar el desarrollo económico.
En los últimos tres años, desde que se abandonó el sistema de minidevaluaciones y se adoptó el actual esquema de flotación del dólar dentro de una banda definida por el BCCR, la inflación promedio bajó al 7.9%, y en los dos últimos años el promedio fue de 4,94%. No todo se debe a las bandas; la desaceleración económica internacional también tuvo su cuota de responsabilidad. Sin embargo, no deja de llamar la atención que, en un período de altísimos precios del petróleo, la inflación en nuestro país se ha mantenido más o menos bajo control. También es menester notar que en el cuarto de siglo anterior hubo varios períodos de recesión, y sin embargo en ningún año la inflación fue menor al 9%.
El sistema de bandas no es perfecto, y una de sus debilidades es justamente que al pegarse el tipo de cambio a uno de los límites de la banda por un período prolongado – como ha sido el caso en nuestro país durante ya muchos meses – se torna en el equivalente a defender un tipo de cambio artificial como se acostumbraba antaño. Para que el tipo de cambio no baje de 500 colones por dólar, el BCCR compra a ese precio todo el excedente de dólares del mercado. Ello lo obliga a emitir colones y, a la larga, se va a traducir en inflación. La solución no puede ser volver a un sistema probado y comprobado que produce niveles insostenibles de inflación. La solución tiene que ser dar el siguiente paso hacia la libre flotación de la divisa. Y dejar al Ministerio de Hacienda la responsabilidad sobre producción y empleo, como debe de ser.
Estamos hablando de una generación de economistas de una estatura intelectual y moral incuestionable. Fueron economistas con una formación intachable, funcionarios públicos ejemplares, y tienen el mérito de haber puesto a Costa Rica de nuevo en el camino del progreso después del agotamiento del modelo de desarrollo seguido desde mediados del siglo pasado y hasta finales de la década de los años 70, y de haber sacado al país de la profunda crisis de principios de los años 80, que resultó en parte de un modelo agotado, conjuntado con un gobierno que tomó el rumbo equivocado, y una crisis internacional que no tuvo misericordia con nuestro país.
Luego de dos años consecutivos de inflación superior al 60% anual (65% en 1981 y 82% en 1982), la inflación promedio del 14.16% en el siguiente quinquenio (1983-1987) llegó a parecernos razonable. Lamentablemente, como muchas cosas en Costa Rica, lo que debió ser una situación temporal mientras se lograba dinamizar la producción (que en los años de la crisis se contrajo significativamente) y tener bajo control las demás variables macroeconómicas, se convirtió en el “status quo” que algunos grupos de interés empezaron a defender a capa y espada. En las dos décadas posteriores, la inflación promedio anual siguió siendo del orden del 14,5%, pero las cosas estaban lejos de estar bajo control. De los 20 años que siguieron a la crisis, en ocho de ellos la inflación superó el 16% anual. En 1988, 1990, 1991 y 1995 la inflación superó el 20% anual, y en tres de esos años superó el 25% anual. El sistema de minidevaluaciones instaurado por don Carlos Manuel Castillo, y perfeccionado por don Eduardo Lizano, había cumplido el propósito inicial de reducir la inflación y contribuir a controlar las demás variables macroeconómicas, pero su desempeño a lo largo de 25 años difícilmente se puede catalogar de satisfactorio. Algo había que hacer.
Es casi universalmente aceptado que el papel primordial de todo Banco Central es procurar la estabilidad de precios. La inflación es considerada el más regresivo de los impuestos, porque erosiona proporcionalmente más los ingresos de quienes menos tienen. También tiene la particularidad de introducir “ruido” en el mercado, no permitiendo a los productores tomar las mejores decisiones de inversión. La inflación atrofia la capacidad del sistema de precios para enviar las señales adecuadas tanto a productores como consumidores, y por ende impide la correcta asignación de los recursos productivos y obstruye la consecución de la ansiada eficiencia. No existe tal cosa como una inflación benigna, a no ser que hablemos de las tasas de inflación que usualmente exhiben los países desarrollados, rara vez superiores al 3% anual.
Las herramientas del Banco Central son las de política monetaria, que son las más eficientes para atacar el problema de la inflación. De igual manera, es casi universalmente aceptado que las variables reales de la economía (producción, empleo) son más susceptibles de ser influenciadas por la política fiscal, y por ello es el papel del Ministerio de Hacienda impulsar la producción cuando el ciclo económico se desacelera, y enfriar los motores cuando el ciclo se recalienta.
Cuando un Banco Central supedita su política monetaria a la consecución de otras metas (como podría ser la estabilidad del tipo de cambio o la aceleración económica), pierde grados de libertad para alcanzar su cometido original. Mantener un tipo de cambio artificial obliga al Banco Central a comprar divisas cuando la tendencia del mercado es a la baja, o a vender divisas cuando las fuerzas del mercado más bien impulsan el tipo de cambio al alza. En el primero de los casos, cada vez que el Banco Central compra un dólar, está poniendo cierta cantidad de colones a circular, aumentando la masa monetaria, lo cual es un disparador de la inflación.
Cuando el Banco Central más bien se ve obligado a vender dólares para defender un tipo de cambio, lo que hace es recoger colones y disminuir la masa monetaria. El problema en este segundo caso es que el Banco pierde la habilidad de mantener en circulación la cantidad de colones que considera compatible con el nivel de inflación meta. Una disminución descontrolada de la masa monetaria puede, a través de la escasez de dinero, terminar por inducir una desaceleración de la producción cuando eso no es conveniente. En resumen, el Banco Central debería de enfocarse en la estabilidad de precios, que es para lo que sirven sus herramientas, y dejar que el Ministerio de Hacienda, a través de una política fiscal que responda a los planes del gobierno de turno, se dedique a buscar la estabilidad del sector real (no monetario), que es donde más eficientes son las herramientas de que dispone.
Todo esto viene a colación a raíz de una entrevista realizada por La Nación a don Eduardo Lizano, publicada hoy. En ella don Eduardo llama a nuevamente desviar la atención del BCCR de su objetivo primordial de buscar la estabilidad de precios. Dice don Eduardo que el banco debería de tener un poco de flexibilidad en cuanto a sus propias metas de inflación, y agrega que “eso lo que quiere decir es que el Banco Central anda buscando dos cosas: una meta de inflación, pero anda buscando también algo que tiene que ver con producción y empleo.” Esto, en otras palabras, es recetarnos más de lo mismo que durante dos décadas y media nos tuvo con niveles de inflación incompatibles con el objetivo de alcanzar el desarrollo económico.
En los últimos tres años, desde que se abandonó el sistema de minidevaluaciones y se adoptó el actual esquema de flotación del dólar dentro de una banda definida por el BCCR, la inflación promedio bajó al 7.9%, y en los dos últimos años el promedio fue de 4,94%. No todo se debe a las bandas; la desaceleración económica internacional también tuvo su cuota de responsabilidad. Sin embargo, no deja de llamar la atención que, en un período de altísimos precios del petróleo, la inflación en nuestro país se ha mantenido más o menos bajo control. También es menester notar que en el cuarto de siglo anterior hubo varios períodos de recesión, y sin embargo en ningún año la inflación fue menor al 9%.
El sistema de bandas no es perfecto, y una de sus debilidades es justamente que al pegarse el tipo de cambio a uno de los límites de la banda por un período prolongado – como ha sido el caso en nuestro país durante ya muchos meses – se torna en el equivalente a defender un tipo de cambio artificial como se acostumbraba antaño. Para que el tipo de cambio no baje de 500 colones por dólar, el BCCR compra a ese precio todo el excedente de dólares del mercado. Ello lo obliga a emitir colones y, a la larga, se va a traducir en inflación. La solución no puede ser volver a un sistema probado y comprobado que produce niveles insostenibles de inflación. La solución tiene que ser dar el siguiente paso hacia la libre flotación de la divisa. Y dejar al Ministerio de Hacienda la responsabilidad sobre producción y empleo, como debe de ser.
Querido Dean,
ResponderBorrarTodo esto que escribes y lo que afirma don Eduardo Lizano cuenta con una sólida base en la teoría económica, primordialmente monetarista. Sin embargo, la realidad, la tozuda realidad es bien diferente a la que los discursos macroeconómicos nos marcan.
La época de las minidevaluaciones pasó y nos quedó la cruda realidad de nuestra economía: la absoluta falta de competitividad. Devaluar el colón, en teoría, genera inflación, pero ya se ha demostrado que una devaluación del dólar frente a la moneda patria, igualmente contínua generando inflación.
Del mismo modo hemos asistido a subidas de tipos de interés que no han sido capaces de frenar el alza en los precios.
Si la inflación está contenida, o lo ha estado a lo largo de los últimos dos años, no se debe al buen tino del BCCR, ni tampoco a la fortaleza del colón frente al dólar -una devaluación del dólar del 15% en un año, debiera causar una caída de precios, en buena teoría-. La inflación ha sido moderada, hasta el momento, por el escasísimo tirón de la demanda interna. Ni más ni menos.
Aquí ya no valen viejos discursos monetaristas, sino una profunda reforma de los mecanismos que impiden la competitividad: burocracia y trabas administrativas, elevadísimos aranceles e intervencionismo del Estado en la economía. Lo demás son cantos de sirena que nos hacen mirar hacia otro lado en lugar de acometer las reformas estructurales que necesita la economía costarricense.
A parte de todo lo anterior la dolarización real de la economía va a tener que reflejarse, tarde o temprano, en la desaparición de una moneda ficticia como es hoy el colón.
Perdón por la extensión.
Tenés toda la razón, Paco, y una vez más, esa política de competitividad por la que venís clamando desde hace mucho tiempo es responsabilidad del poder Ejecutivo con la colaboración del Legislativo. La competitividad NUNCA se logra por medio de devaluaciones o revaluaciones artificiales de la moneda, y mucho menos atizando la inflación. Los instrumentos a disposición del Banco Central no sirven para promoverla.
ResponderBorrarEntonces, y lo pregunta alguien que tuvo que llevar varias veces el único curso de economia en su carrera, cuanto tiempo podra el Banco Central mantener bajo control el cambio del dolar y a que costo para el país!?
ResponderBorrarSaludos Dean
Excelente pregunta, Andrés, y como es el caso usualmente con las buenas preguntas, no hay una buena respuesta...
ResponderBorrarOh no... vivimos a la espectativa?!!
ResponderBorrarEso ausmiria que tampoco el Banco Central sabe?....
Andrés,
ResponderBorrarpor lo menos de momento en el BCCR tienen claro el panorama y no le están haciendo caso a los llamados a devaluar el colón artificialmente. Ojo a la entrevista que publicó hoy La República con el Pdte. del BCCR: http://www.larepublica.net/app/cms/www/index.php?pk_articulo=46480
Ponele particular atención a estos dos párrafos que copié de esa entrevista:
"Son varias las razones que Bolaños explicó a LA REPUBLICA. La principal es que para apreciar el dólar la entidad tendría que incurrir en un endeudamiento millonario.
Además no está determinado si es factible mantener una divisa alta, para favorecer a las empresas golpeadas por el tipo de cambio, mientras la economía mundial regresa a su cauce.
Al final, argumenta el jerarca, no hay garantía de que las compañías recobren su músculo, pero sí crecería la deuda del Banco."
Pero lo que más me gustó fue la respuesta a la pregunta directa de si el Banco intervendrá para apreciar el dólar. Dice don Rodrigo que "No debe abrirse una puerta para utilizar al Banco Central para un objetivo de un sector". Así es como me gusta escuchar hablando a los servidores públicos. El bien nacional siempre por encima del sectorial.
Concuerdo con el primer comentarista... aquí donde chima el zapato es en el Estado, tan grande e ineficiente... y cada vez más...
ResponderBorrarEl problema es sistémico, Terox: un estado enorme, ineficiente y glotón, un proceso de formación de políticas absolutamente secuestrado por los intereses particulares, y una sociedad que ha perdido la capacidad de separar la paja del grano en el discurso político...
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