En Costa Rica, y en buena parte del mundo, existe una tremenda confusión entre los términos mencionados en el título de este artículo. Para mucha gente – en particular los socialconfusos latinoamericanos – los tres términos representan lo mismo. Nada más lejos de la realidad.
La definición de liberalismo que ofrece Wikipedia es corta, sencilla, y muy completa: “El liberalismo es un sistema filosófico, económico y político, que promueve las libertades civiles; se opone a cualquier forma de despotismo, suscitando a los principios republicanos, siendo la corriente en la que se fundamentan la democracia representativa y la división de poderes.” Ojo que de acuerdo con esta definición, el liberalismo es la base de la democracia representativa y de la división de poderes, lo que obligadamente requiere de la existencia de un gobierno. El liberal, por definición, no es anarquista, pero al promover las libertades civiles, es proponente de un gobierno pequeño que no se entrometa en demasía con las vidas de las personas. En la medida de lo posible, el Estado se dedicará a desarrollar actividades que por naturaleza no pueden ser resueltas “a la libre” con justicia y/o eficiencia, tales como la administración de la justicia, la defensa nacional, la seguridad ciudadana, y un corto etcétera.
De acuerdo con la filosofía liberal, en algunos campos el Estado deberá cumplir un papel regulador – allí donde el afán de lucro falle en producir resultados compatibles con el bienestar de los individuos que componen la sociedad. Un ejemplo de esto lo estamos viviendo en Costa Rica con la proliferación de universidades de garaje, repletas de profesores de segunda o tercera categoría, y con programas de estudio diseñados por empíricos, bateadores y estafadores. No quiere esto decir que el Estado deba nacionalizar la educación, pero si es su obligación establecer mínimos aceptables de calidad y contenidos, y asegurarse de que éstos sean cumplidos. A partir de ahí, el mercado se encargará de diferenciar a las universidades que se esfuerzan por superar el mínimo exigido de las que se conforman con apenas cumplir los estándares mínimos.
Una característica fundamental del liberalismo es que las políticas de Estado deben siempre estar enfocadas a satisfacer las necesidades de los individuos que conforman la sociedad, lo cual implica satisfacer las necesidades de la sociedad como un todo. Las políticas diseñadas para beneficiar a sectores específicos – la condonación recurrente de las deudas del sector agrario, el establecimiento de tipos de cambio artificiales para acelerar las exportaciones, las exoneraciones de impuestos para fomentar la inversión extranjera – son contrarias a la filosofía liberal, en cuanto privilegian de manera arbitraria los intereses de un grupo por sobre los de la sociedad como un todo, entendida como el conjunto de individuos que la conforman.
El neoliberalismo, por su parte, no es una escuela de pensamiento, ni en lo político ni en lo económico. Es más bien un vocablo acuñado para referirse a la forma – muy extendida en Latinoamérica – de actuar de ciertos gobiernos que adoptan políticas en esencia liberales, pero aplicadas selectivamente a sectores específicos de su interés. Los liberales, por ejemplo, creen en impuestos bajos para financiar un Estado pequeño. Un político neoliberal toma la idea de los impuestos bajos, pero se aferra al Estado grande; la aplica a los sectores que desea favorecer (zonas francas, exportadores, cooperativas, etc.), y termina con impuestos exageradamente altos para lo demás. Los liberales creen en la necesidad de introducir medidas que incrementen la eficiencia y la competencia en los mercados financieros, de manera que se traduzcan en tasas de interés bajas para todo el mundo. Un neoliberal toma la idea de tasas bajas de interés y, en vez de buscar la eficiencia como ruta hacia su objetivo, introduce distorsiones en el mercado creando tasas de interés artificialmente bajas – subsidiadas – para beneficiar a su clientela política, siempre a expensas de otros segmentos de la sociedad. En Costa Rica, los gobiernos del PLN y del PUSC de los últimos 30 años han seguido políticas neoliberales. Hoy en día, es justamente Liberación Nacional el principal exponente del neoliberalismo en nuestro país.
Por último, el vocablo libertarismo ha tenido varios significados a través de la historia. Concentrándonos en lo que a la Costa Rica del siglo XXI atañe, el libertarismo es, si se quiere, una forma extrema del liberalismo, a la que le cuesta un poco más reconocer el papel regulador que puede y debe jugar el Estado para garantizar la provisión en cantidad suficiente y calidad razonable de una serie de servicios – mencionados anteriormente – esenciales para maximizar el bienestar de la mayor cantidad posible de los individuos que componen la sociedad. En algunos aspectos, el libertarismo tiene tendencias anárquicas.
El liberalismo bien entendido tiene una dimensión filosófico-política, económica y social. En Estados Unidos, por ejemplo, a quienes proponen medidas liberales en materia económica se les llama conservadores, por dos motivos. Primero, que Estados Unidos es, en materia económica, un país en esencia liberal y por ende quien propone dichas políticas en realidad quiere conservar ese carácter. Segundo, que por “paradojas del destino” que no viene al caso analizar aquí, los liberales económicos de Estados Unidos son usualmente conservadores en materia social: se oponen al aborto, al matrimonio entre personas del mismo sexo, y a la legalización de la mariguana. De igual forma, quienes proponen políticas estatizantes en los Estados Unidos son conocidos como liberales, básicamente porque lo son en materia social. De esta confusión se origina en Estados Unidos un minúsculo, pero ideológicamente consistente partido libertario, que aboga por políticas liberales en todos los ámbitos del quehacer: político, económico, y social.
Al finalizar mi anterior artículo decía que la desaparición del Partido Movimiento Libertario le haría un enorme servicio a la causa liberal en nuestro país. El Movimiento Libertario costarricense, mientras fue movimiento y no partido, mantenía una consistencia – y extremismo – similar a la de su “hermano” gringo. Hoy en día se ha convertido en una mera máquina electoral – no muy exitosa, por cierto – que ha llevado a la Asamblea Legislativa a diputados que abogan por políticas neoliberales (en el sentido explicado un par de párrafos arriba), mayores impuestos, favores y regalías estatales, y pensiones anticipadas. Defiende dogmáticamente lo indefendible, enajenando a sus potenciales aliados para otras causas, malgastando las energías que sería mejor destinar a proyectos liberales más fáciles de vender y de mayor impacto económico y social.
Un buen ejemplo es su defensa de la prestación de servicios públicos sin ningún tipo de regulación. El dogmatismo con que el PML defiende el taxismo pirata le ha hecho desperdiciar la oportunidad de lograr un esquema que permita la liberalización del transporte público de personas. Para terminar con el límite arbitrario que establece el Estado Benefactor a la cantidad de concesiones de taxi, una propuesta liberal hubiera aceptado establecer una lista de requisitos mínimos obligatorios (referentes a calidad y seguridad del vehículo, contratación de seguros para el vehículo y de responsabilidad civil para proteger a pasajeros y terceros, e idoneidad de los conductores) a cambio de permitir que cualquiera que los cumpla pueda ofrecer el servicio al amparo de la ley. En este sentido, el PML ha adoptado una postura neoliberal al favorecer a las empresas dedicadas al porteo, olvidándose de que no está para eso sino para procurar el beneficio de los individuos que componen la sociedad. Este remedo de libertarismo confunde a la opinión pública, envenena el debate de ideas, y en conclusión no merece el apoyo de quienes nos identificamos como liberales.
La definición de liberalismo que ofrece Wikipedia es corta, sencilla, y muy completa: “El liberalismo es un sistema filosófico, económico y político, que promueve las libertades civiles; se opone a cualquier forma de despotismo, suscitando a los principios republicanos, siendo la corriente en la que se fundamentan la democracia representativa y la división de poderes.” Ojo que de acuerdo con esta definición, el liberalismo es la base de la democracia representativa y de la división de poderes, lo que obligadamente requiere de la existencia de un gobierno. El liberal, por definición, no es anarquista, pero al promover las libertades civiles, es proponente de un gobierno pequeño que no se entrometa en demasía con las vidas de las personas. En la medida de lo posible, el Estado se dedicará a desarrollar actividades que por naturaleza no pueden ser resueltas “a la libre” con justicia y/o eficiencia, tales como la administración de la justicia, la defensa nacional, la seguridad ciudadana, y un corto etcétera.
De acuerdo con la filosofía liberal, en algunos campos el Estado deberá cumplir un papel regulador – allí donde el afán de lucro falle en producir resultados compatibles con el bienestar de los individuos que componen la sociedad. Un ejemplo de esto lo estamos viviendo en Costa Rica con la proliferación de universidades de garaje, repletas de profesores de segunda o tercera categoría, y con programas de estudio diseñados por empíricos, bateadores y estafadores. No quiere esto decir que el Estado deba nacionalizar la educación, pero si es su obligación establecer mínimos aceptables de calidad y contenidos, y asegurarse de que éstos sean cumplidos. A partir de ahí, el mercado se encargará de diferenciar a las universidades que se esfuerzan por superar el mínimo exigido de las que se conforman con apenas cumplir los estándares mínimos.
Una característica fundamental del liberalismo es que las políticas de Estado deben siempre estar enfocadas a satisfacer las necesidades de los individuos que conforman la sociedad, lo cual implica satisfacer las necesidades de la sociedad como un todo. Las políticas diseñadas para beneficiar a sectores específicos – la condonación recurrente de las deudas del sector agrario, el establecimiento de tipos de cambio artificiales para acelerar las exportaciones, las exoneraciones de impuestos para fomentar la inversión extranjera – son contrarias a la filosofía liberal, en cuanto privilegian de manera arbitraria los intereses de un grupo por sobre los de la sociedad como un todo, entendida como el conjunto de individuos que la conforman.
El neoliberalismo, por su parte, no es una escuela de pensamiento, ni en lo político ni en lo económico. Es más bien un vocablo acuñado para referirse a la forma – muy extendida en Latinoamérica – de actuar de ciertos gobiernos que adoptan políticas en esencia liberales, pero aplicadas selectivamente a sectores específicos de su interés. Los liberales, por ejemplo, creen en impuestos bajos para financiar un Estado pequeño. Un político neoliberal toma la idea de los impuestos bajos, pero se aferra al Estado grande; la aplica a los sectores que desea favorecer (zonas francas, exportadores, cooperativas, etc.), y termina con impuestos exageradamente altos para lo demás. Los liberales creen en la necesidad de introducir medidas que incrementen la eficiencia y la competencia en los mercados financieros, de manera que se traduzcan en tasas de interés bajas para todo el mundo. Un neoliberal toma la idea de tasas bajas de interés y, en vez de buscar la eficiencia como ruta hacia su objetivo, introduce distorsiones en el mercado creando tasas de interés artificialmente bajas – subsidiadas – para beneficiar a su clientela política, siempre a expensas de otros segmentos de la sociedad. En Costa Rica, los gobiernos del PLN y del PUSC de los últimos 30 años han seguido políticas neoliberales. Hoy en día, es justamente Liberación Nacional el principal exponente del neoliberalismo en nuestro país.
Por último, el vocablo libertarismo ha tenido varios significados a través de la historia. Concentrándonos en lo que a la Costa Rica del siglo XXI atañe, el libertarismo es, si se quiere, una forma extrema del liberalismo, a la que le cuesta un poco más reconocer el papel regulador que puede y debe jugar el Estado para garantizar la provisión en cantidad suficiente y calidad razonable de una serie de servicios – mencionados anteriormente – esenciales para maximizar el bienestar de la mayor cantidad posible de los individuos que componen la sociedad. En algunos aspectos, el libertarismo tiene tendencias anárquicas.
El liberalismo bien entendido tiene una dimensión filosófico-política, económica y social. En Estados Unidos, por ejemplo, a quienes proponen medidas liberales en materia económica se les llama conservadores, por dos motivos. Primero, que Estados Unidos es, en materia económica, un país en esencia liberal y por ende quien propone dichas políticas en realidad quiere conservar ese carácter. Segundo, que por “paradojas del destino” que no viene al caso analizar aquí, los liberales económicos de Estados Unidos son usualmente conservadores en materia social: se oponen al aborto, al matrimonio entre personas del mismo sexo, y a la legalización de la mariguana. De igual forma, quienes proponen políticas estatizantes en los Estados Unidos son conocidos como liberales, básicamente porque lo son en materia social. De esta confusión se origina en Estados Unidos un minúsculo, pero ideológicamente consistente partido libertario, que aboga por políticas liberales en todos los ámbitos del quehacer: político, económico, y social.
Al finalizar mi anterior artículo decía que la desaparición del Partido Movimiento Libertario le haría un enorme servicio a la causa liberal en nuestro país. El Movimiento Libertario costarricense, mientras fue movimiento y no partido, mantenía una consistencia – y extremismo – similar a la de su “hermano” gringo. Hoy en día se ha convertido en una mera máquina electoral – no muy exitosa, por cierto – que ha llevado a la Asamblea Legislativa a diputados que abogan por políticas neoliberales (en el sentido explicado un par de párrafos arriba), mayores impuestos, favores y regalías estatales, y pensiones anticipadas. Defiende dogmáticamente lo indefendible, enajenando a sus potenciales aliados para otras causas, malgastando las energías que sería mejor destinar a proyectos liberales más fáciles de vender y de mayor impacto económico y social.
Un buen ejemplo es su defensa de la prestación de servicios públicos sin ningún tipo de regulación. El dogmatismo con que el PML defiende el taxismo pirata le ha hecho desperdiciar la oportunidad de lograr un esquema que permita la liberalización del transporte público de personas. Para terminar con el límite arbitrario que establece el Estado Benefactor a la cantidad de concesiones de taxi, una propuesta liberal hubiera aceptado establecer una lista de requisitos mínimos obligatorios (referentes a calidad y seguridad del vehículo, contratación de seguros para el vehículo y de responsabilidad civil para proteger a pasajeros y terceros, e idoneidad de los conductores) a cambio de permitir que cualquiera que los cumpla pueda ofrecer el servicio al amparo de la ley. En este sentido, el PML ha adoptado una postura neoliberal al favorecer a las empresas dedicadas al porteo, olvidándose de que no está para eso sino para procurar el beneficio de los individuos que componen la sociedad. Este remedo de libertarismo confunde a la opinión pública, envenena el debate de ideas, y en conclusión no merece el apoyo de quienes nos identificamos como liberales.
Dean, la interpretación que vos das al "neoliberalismo" no concuerda con la de Wiki. Por lo que entendí, para Wiki, ese término es básicamente un liberalismo aplicado únicamente en términos económicos, pero vos decís que aplicado SELECTIVAMENTE. ¿Esa última es una interpretación tuya o creés que es generalizada?
ResponderBorrarPor otro lado, quisiera puntualizar que la defensa de lo indefendible que hace el movimiento libertario tiene mucho más que ver con el oportunismo político que con una verdadera "cerrazón" ideológica... en el caso de los taxistas piratas, no tanto por votos como por "publicidad"...