martes, 11 de octubre de 2005

La falacia de la seguridad alimentaria

En mi artículo de ayer hablaba de una de las banderas que equivocadamente pero sin sonrojarse izan los antiglobalistas: la defensa de los pobres. Otra de las banderas que manipulan sin remordimientos es la de la seguridad alimentaria. Lamentablemente este también es un tema en el que se equivocan y ni siquiera se ruborizan. Aseguran los antiglobalistas que una nación debe de autoabastecerse en materia alimentaria; no se puede confiar en los monstruos y satanes que habitan allende las fronteras nacionales para abastecernos de alimentos en las buenas y en las malas.

El comercio internacional permite a los consumidores de un país cualquiera comprar una mayor variedad de productos, y además, permite en muchos casos encontrar alternativas extranjeras más baratas que lo producido localmente. Esto tiene varias virtudes, pero no está libre de problemas. La principal virtud es que, al preferir el consumidor un producto extranjero más barato, se liberan recursos productivos nacionales que podrán ser utilizados en actividades donde sean más eficientes. Esto implica ganancias sociales por partida doble: el consumidor mejora su poder adquisitivo (y recordemos que consumidores somos todos), y la sociedad como un todo se beneficiará por el incremento en productividad producto de la mayor eficiencia con que pasan a ser utilizados esos recursos. La contraparte, por supuesto, reside en que algunos productores perderán sus mercados y algunos trabajadores perderán sus empleos. Esta dislocación tiende a ser temporal cuando el Estado ofrece programas de reconversión productiva y de reinserción laboral que permitan a las empresas y personas aprovechar sus recursos, habilidades y capacidades en actividades donde su eficiencia sea superior a la de su anterior ocupación.

La seguridad alimentaria entendida como autosuficiencia alimentaria obliga a la sociedad a asignar recursos a actividades no óptimas, lo que es lo mismo que decir que se obliga a producir de manera ineficiente. Ello implica productos más caros para el consumidor. Considerando que los productos alimenticios conforman una buena parte de la canasta básica de consumo, este tipo de mal llamada seguridad alimentaria se traduce en mayor inflación y mayor empobrecimiento de los pobres. Otra receta más para generar pobreza y repartir pobreza.

Más allá de estas consideraciones de carácter económico, existen otras razones no menos importantes (y tal vez más fáciles de entender) por las cuales la autosuficiencia alimentaria no es una política deseable. Un país que se abastece de alimentos 100% nacionales es un país que no tiene canales abiertos para la importación de alimentos (tautológico, me dirán). ¿Por qué es esto relevante? Porque en caso de una catástrofe natural (huracán, terremoto, erupción volcánica, maremoto, etc.), una buena parte de la capacidad productiva nacional puede quedar inhabilitada y, si en esos momentos no existen canales abiertos para la importación de dichos bienes, la tragedia se multiplica. El país recibirá ayuda caritativa de emergencia que la comunidad internacional acostumbra enviar en las etapas iniciales del desastre. La ayuda caritativa no seguirá llegando indefinidamente, y tampoco es para dar una dieta balanceada a la población. Se trata de una dieta apenas de supervivencia. Y en todo caso, bastará que pasen pocas semanas para que llegue la siguiente gran catástrofe en otro país y la atención de la comunidad internacional se dirija a nuevas latitudes. Pocas semanas después del evento, el país deberá empezar a abastecerse en el mercado internacional. La cosa no es tan fácil como suena. Establecer una relación comercial internacional toma mucho tiempo y esfuerzo. Productor extranjero e importador nacional deberán desarrollar una relación de confianza. Serán necesarias cartas de crédito, disponibilidad de medios de transporte, y un sinfín de detalles que hacen operativas estas relaciones. El momento de la tragedia no es propicio para el desarrollo de este tipo de vínculos.

Otro aspecto a considerar es que la autosuficiencia alimentaria implica destinar a la agricultura recursos mayores que los que de otra manera serían necesarios. Esto significa, además de la ineficiencia discutida párrafos arriba, que una mayor proporción de la población deberá dedicarse a la agricultura. Pero, como lo veíamos en mi artículo de ayer, las regiones donde la agricultura sigue siendo la actividad predominante son las más pobres del país. Nuevamente, estaríamos conminando a la pobreza a una mayor proporción de la población. Además, la agricultura es una actividad por lo general altamente contaminante. En Costa Rica son comunes actividades como la tala, la chapea y la quema para habilitar terrenos para la agricultura. El arado continuo y repetido de las delgadas capas superiores de la tierra tropical resulta en altos grados de erosión del suelo. El uso de insecticidas y otros químicos contaminantes sigue siendo práctica común.

Por último, algunos de aquellos que son primeros en defender la mal entendida seguridad alimentaria son los primeros también en provocar desabastecimientos de productos importantes para el consumidor nacional. Me refiero a los productores que reclaman protecciones permanentes y aranceles que hagan prohibitiva la importación de productos competidores, pero que en cuanto los precios internacionales de su producto suben, alegremente destinan una mayor proporción de su producción a la exportación, desabasteciendo el mercado local y provocando que los precios domésticos suban. La decisión de exportar cuando los precios internacionales son mayores que los locales es racional; lo que es inadmisible es que cuando los precios internacionales son bajos, el consumidor local se vea forzado a pagar precios altos por los productos “protegidos”, pero cuando los precios internacionales son altos, los productores que durante tanto tiempo han sido subsidiados por el consumidor que paga precios artificialmente altos, lo abandonan.

Tenemos un ejemplo excelente de esto en La Nación del sábado pasado (8 de octubre). La carne ha subido entre un 15% y un 25% este año, producto la baja en la oferta local, que a su vez se explica por las mayores exportaciones de ganado desde que el precio internacional de la carne en pie ha subido. El problema, una vez más, es que cuando el precio internacional del ganado baje, la carne en nuestro país no bajará en la misma proporción por culpa de los aranceles de importación establecidos para proteger a estos ganaderos que en la primera oportunidad que tienen nos dejan abandonados. Este no es el único ejemplo; hace un par de meses había escrito yo un artículo sobre el desabastecimiento del mercado local de café (que había provocado aumentos de hasta el 75% en ese producto), y los esfuerzos de los cafetaleros por impedir la importación de café más barato de otros rumbos.

Conclusión: la seguridad alimentaria entendida como autosuficiencia es nociva para la salud económica del país. Obliga a producir con ineficiencia, condena a una alta proporción de los trabajadores a la pobreza, provoca mayor empobrecimiento de los consumidores pobres, se traduce en mayor contaminación ambiental, nos desprotege en caso de una calamidad natural, y nos deja a merced de los productores que actuarán racionalmente y no como “idealistas” interesados por el bienestar de los consumidores.

1 comentario:

  1. escribí un día sobre comercio justo y desarrollo sostenible tu opinión sobre el tema de fijo es super interesántisima

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