Me cago en el ICE

Si hay un rasgo del tico que me crispa los nervios, es el desprecio por el tiempo de los demás. Más aún, su incapacidad para reconocer el valor del tiempo, propio o ajeno. No acostumbro escribir los sábados, pero hoy fue uno especial. Me he pasado de ocho de la mañana a tres de la tarde esperando al técnico del ICE que iba a venir a instalar el servicio de Internet ADSL en la oficina del cliente del que les hablé hace un par de semanas en “El ICE: ejemplo de servicio al cliente”. Cuando me terminé de leer el libro que llevaba para matar el rato, no me quedó más que ponerme a escribir estas líneas.

Siguiendo los consejos que tan amablemente varios de ustedes me proporcionaron en los comentarios a mi último post sobre este tema, y desesperado después de haber esperado cinco semanas para que me llegaran a instalar el servicio que me habían dicho tardaban ocho días en instalar, me puse en contacto con la Contraloría de Servicios del ICE. A la simpática muchacha que me atendió le conté toda la historia de las infructuosas llamadas y la larga espera. Ella me confirmó que la orden de instalación fue trasladada al equipo técnico desde el 25 de agosto, y que no había razón para tanto atraso. Sepan, estimados lectores, que el servicio fue solicitado desde el 10 de agosto, por lo que el traslado de la orden de instalación se tomó más de dos semanas ó el doble del tiempo en que el servicio debió estar instalado. Pero, como dicen los gringos, no tiene sentido seguir llorando por la leche derramada. La señorita se compadeció de mi y se comprometió a darle seguimiento personalmente al caso.

El miércoles 28 de septiembre sucedió lo increíble: me llamaron del ICE. Pero no fue por intervención de la Contraloría de Servicios, no; de ellos todavía no he sabido nada. Me llamaron del departamento encargado de las instalaciones a avisarme que hoy, sábado 1º de octubre, finalmente le tocaba el turno a mi solicitud de ADSL. La joven que me llamó me indicó que me podían dar una ventana de dos horas durante la cual llegaría el técnico a instalar el servicio. Me dio a escoger las siguientes opciones: de 8 a 10 de la mañana o de 10 de la mañana a 12 mediodía. Escogí la primera, pensando en poder dedicar el resto del día a lo que usualmente hago los sábados: pasarlo con la familia.

Mi reloj marcaba las 7:58 a.m. cuando llegué a la oficina que le estoy acondicionando a mi cliente. Acostumbro llevar el reloj cinco minutos adelantado, así que en realidad serían las 7:53 a.m. Aunque la oficina tiene vista sin impedimentos de ninguna naturaleza hacia la puerta principal del edificio, me aseguré de informar al guarda de que estarían viniendo a hacer la instalación de Internet y le di instrucciones para que hiciera pasar al técnico apenas llegara y que me avisara. Además me acomodé un silla de secretaria en la puerta de la oficina, y me senté a leer con vista a la puerta. Al ser las 10:15 a.m., no habiendo llegado el técnico del ICE, procedí a llamar al 115. No les voy a transcribir la llamada, porque ya ustedes van a creer que me las invento. Pero mi amigo Marcelo (el che, no el que acostumbra comentar en este blog) fue testigo mudo de la conversación. Como me dijo cuando colgué: “yo sólo escuché la mitad del diálogo, pero estoy seguro de que la mitad que no escuché tampoco tiene desperdicio”. Y me elogió por no haber perdido la calma en ningún momento.

Nada más les diré que la persona que me atendió me informó que los técnicos no tienen obligación de llegar a ninguna hora específica, que pueden llegar en cualquier momento entre las 7:00 a.m. y las 3:00 p.m., que es su jornada laboral. Ante mi pregunta de para qué me habían citado entre las 8 y las 10 de la mañana, me dijo que esa es una cortesía para con el cliente, pero que lamentablemente a veces sufren atrasos. Y que, en todo caso, si me tenía que ir antes de que el señor-técnico-de-instalaciones-que-también-es-de-averías se dignara hacer su aparición triunfal, que no había problema, que volviera a llamar el lunes para reprogramar la cita.

No había problema. NO. Excepto porque me han hecho perder el tiempo durante casi siete semanas, y me hicieron perder el día de hoy completo, y que el lunes cuando llame probablemente me van a volver a salir con el telele de que no me pueden dar cita y que tengo que esperar a que los de instalaciones me llamen. Y que probablemente eso no sea hasta dentro de otras seis semanas. No había problema. NO. De por sí, ellos siguen ganando sus salarios y yo sigo perdiendo el tiempo en una consultoría en la que me salió más caro el caldo que los huevos, todo por culpa de la ineptitud, ineficiencia y “portami-ísmo” de la burocracia iceísta.

Excepto por unos 35 minutos que me tomé para almorzar un grasoso gatonés en el chino de la esquina, aquí he estado todo el día, en la oficina de mi cliente, con la esperanza de salir de esto hoy y poder finalmente entregarle la oficina a mi cliente, que si me pagara por hora como a esos irresponsable del ICE, ya habría quebrado. En este momento son las 3:26 p.m., así que ya está confirmado: me hicieron perder todo el día. Sábado, para colmo de males. Y así, no entienden por qué queremos competencia. Señores, hoy estoy un paso más cerca de apoyar la desaparición del ICE. Abran los ojos bien grande, que cada día somos más los “clientes satisfechos”.

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