Continuación de El Plan B
Cuando un gobierno cobra impuestos, en realidad lo que hace es quitar a los ciudadanos una parte de su poder adquisitivo, para idealmente destinarlo a fines socialmente deseables. En ese sentido, la inflación es como un impuesto que golpea desproporcionadamente a los pobres. La razón es muy sencilla: cuando hay inflación, perdemos parte de nuestro poder adquisitivo sin que el gobierno nos lo haya requisado. Esto es malo para los pobres por dos razones. Una es que aunque todos perdemos poder adquisitivo, no hay más plata para que el gobierno gaste en su política social. La segunda es que los pobres tienden a ser asalariados (cuando la inflación carcome su poder de compra no tienen cómo compensar) o pequeños agricultores (que no tienen control sobre el precio de lo que venden). Cuando un empresario siente que sus insumos se han encarecido, puede intentar vender su producto más caro para así compensar en sus ingresos la inflación. En general, este recurso no está al alcance de los pobres.
En Costa Rica tenemos un problema crónico de inflación. Dos son los principales disparadores de la inflación que padecemos. En primer lugar, el déficit fiscal obliga al Estado a competir en el mercado financiero local para captar los recursos necesarios para cubrir la parte de su presupuesto que año tras año no es cubierta por la recaudación de impuestos. El efecto de esta captación es que quedan pocos recursos disponibles para invertir en actividades productivas del sector privado. Y cuando las cosas escasean, se vuelven más caras. Es decir que para los sectores productivos se vuelve más caro financiar sus actividades, lo cual repercute a la larga en los precios finales de los productos y servicios que venden.
En segundo lugar, hace algunos años algún gobierno tuvo la genial idea de obligar al Banco Central a financiar el déficit fiscal, transacción en la que (después de varias devaluaciones y mucha inflación) terminó perdiendo un ojo de la cara. Hasta el día de hoy el Banco arrastra esas pérdidas, porque el Gobierno no tiene dinero para repagar la deuda. Y esas pérdidas obligan al Banco Central a emitir más dinero para cubrirlas. Pero todos sabemos que entre más dinero hay en una economía que crece a un ritmo menor que el dinero, más suben los precios. Ergo, inflación.
La inflación, además, viene con el agravante de que las medidas que pueden tomar las autoridades fiscales y monetarias para paliarla o al menos impedir que se dispare, por lo general tienen el efecto de desacelerar el crecimiento económico. Con lo cual estamos en un círculo vicioso de alta inflación y bajo crecimiento, que es la receta perfecta para que crezca la pobreza.
Veamos la conformación del Presupuesto Nacional tomando como base la liquidación del presupuesto del 2002. Aproximadamente un 55% de los ingresos se va al servicio de la deuda y el 35% se va en el pago de salarios. En total, un 90% de los ingresos se va en estos dos rubros. En otras palabras, de cada colón que pagamos en impuestos, 90 céntimos se destinan a pagar deuda y salarios, y sólo quedan 10 céntimos para aprovechar (para construir infraestructura, atender a los viejitos y a los pobres, dar bonos de vivienda, etc.). Tremendamente ineficiente, ¿no les parece?
Por eso es que los gobiernos siempre se quejan de que no hay plata para hacer nada. Si consideramos que las deudas y los salarios son obligaciones fijas del Estado, la plata nunca va a alcanzar para nada ya que sólo 10 céntimos de cada colón adicional que se recaude se va a poder destinar a lo que un gobierno se supone debería hacer.
La solución “fácil”, a la que siempre recurren los políticos tradicionales en nuestro país, es aumentar los impuestos. El problema es que, siendo el gobierno tan tremendamente ineficiente, esto sería el equivalente de echar plata por el inodoro, como lo dijimos en un artículo reciente sobre el paquete fiscal. Explicamos allí que incrementar los impuestos ocasiona varios problemas: el primero es que si se incrementan los impuestos se reduce la presión y la urgencia de reestructurar el gasto. Segundo, que a mayores impuestos, más se desincentiva la producción. Tercero, que a mayores impuestos, mayor es el incentivo a la evasión. Cuarto, y no menos importante, que los impuestos ingresan a la caja única del Estado y no hay garantía de que el Ministro de turno los destine al pago de la deuda o a la solución de los problemas que nos agobian. Ya vimos como el Plan Fiscal incluye la creación de diez nuevas entidades públicas. Más burocracia. Más gasto del de los 90 centavos por cada colón de impuestos.
Entonces, ¿cuál es la solución? Tenemos que encontrar la manera de eliminar – o al menos reducir significativamente – el déficit fiscal, y luego encontrar los recursos para pagar las deudas del Estado. Y todo esto se tiene que hacer al tiempo que se destinen recursos suficientes para resolver los problemas que aquejan al país.
Es esencial que el gobierno se proponga hacer una verdadera reestructuración, que persiga eliminar redundancias (en vez de crear nuevas), disminuir la burocracia y la planilla del estado. No podemos seguir en una situación en la que invertir 10 céntimos nos cuesta 90.
Dado que hay muchas necesidades cuya atención se ha venido posponiendo durante años con la excusa de no incrementar el déficit, lo natural sería que los recursos que se liberen se utilizaran para solucionar los muchos problemas que tenemos. Pero entonces no sobrarían recursos para cancelar la deuda. O, si los recursos liberados se usaran para cancelar deuda, entonces seguiríamos posponiendo la atención de problemas, lo cual no es un camino sostenible. La infraestructura se seguiría deteriorando, la educación seguiría empeorando, la inseguridad crecería, etc.
¿Qué hacer, entonces? Dejo la respuesta para un próximo artículo, pero debemos pensar en formas de incrementar los ingresos del Estado sin incrementar los impuestos. Soluciones hay, es cuestión de querer implementarlas.
En Costa Rica tenemos un problema crónico de inflación. Dos son los principales disparadores de la inflación que padecemos. En primer lugar, el déficit fiscal obliga al Estado a competir en el mercado financiero local para captar los recursos necesarios para cubrir la parte de su presupuesto que año tras año no es cubierta por la recaudación de impuestos. El efecto de esta captación es que quedan pocos recursos disponibles para invertir en actividades productivas del sector privado. Y cuando las cosas escasean, se vuelven más caras. Es decir que para los sectores productivos se vuelve más caro financiar sus actividades, lo cual repercute a la larga en los precios finales de los productos y servicios que venden.
En segundo lugar, hace algunos años algún gobierno tuvo la genial idea de obligar al Banco Central a financiar el déficit fiscal, transacción en la que (después de varias devaluaciones y mucha inflación) terminó perdiendo un ojo de la cara. Hasta el día de hoy el Banco arrastra esas pérdidas, porque el Gobierno no tiene dinero para repagar la deuda. Y esas pérdidas obligan al Banco Central a emitir más dinero para cubrirlas. Pero todos sabemos que entre más dinero hay en una economía que crece a un ritmo menor que el dinero, más suben los precios. Ergo, inflación.
La inflación, además, viene con el agravante de que las medidas que pueden tomar las autoridades fiscales y monetarias para paliarla o al menos impedir que se dispare, por lo general tienen el efecto de desacelerar el crecimiento económico. Con lo cual estamos en un círculo vicioso de alta inflación y bajo crecimiento, que es la receta perfecta para que crezca la pobreza.
Veamos la conformación del Presupuesto Nacional tomando como base la liquidación del presupuesto del 2002. Aproximadamente un 55% de los ingresos se va al servicio de la deuda y el 35% se va en el pago de salarios. En total, un 90% de los ingresos se va en estos dos rubros. En otras palabras, de cada colón que pagamos en impuestos, 90 céntimos se destinan a pagar deuda y salarios, y sólo quedan 10 céntimos para aprovechar (para construir infraestructura, atender a los viejitos y a los pobres, dar bonos de vivienda, etc.). Tremendamente ineficiente, ¿no les parece?
Por eso es que los gobiernos siempre se quejan de que no hay plata para hacer nada. Si consideramos que las deudas y los salarios son obligaciones fijas del Estado, la plata nunca va a alcanzar para nada ya que sólo 10 céntimos de cada colón adicional que se recaude se va a poder destinar a lo que un gobierno se supone debería hacer.
La solución “fácil”, a la que siempre recurren los políticos tradicionales en nuestro país, es aumentar los impuestos. El problema es que, siendo el gobierno tan tremendamente ineficiente, esto sería el equivalente de echar plata por el inodoro, como lo dijimos en un artículo reciente sobre el paquete fiscal. Explicamos allí que incrementar los impuestos ocasiona varios problemas: el primero es que si se incrementan los impuestos se reduce la presión y la urgencia de reestructurar el gasto. Segundo, que a mayores impuestos, más se desincentiva la producción. Tercero, que a mayores impuestos, mayor es el incentivo a la evasión. Cuarto, y no menos importante, que los impuestos ingresan a la caja única del Estado y no hay garantía de que el Ministro de turno los destine al pago de la deuda o a la solución de los problemas que nos agobian. Ya vimos como el Plan Fiscal incluye la creación de diez nuevas entidades públicas. Más burocracia. Más gasto del de los 90 centavos por cada colón de impuestos.
Entonces, ¿cuál es la solución? Tenemos que encontrar la manera de eliminar – o al menos reducir significativamente – el déficit fiscal, y luego encontrar los recursos para pagar las deudas del Estado. Y todo esto se tiene que hacer al tiempo que se destinen recursos suficientes para resolver los problemas que aquejan al país.
Es esencial que el gobierno se proponga hacer una verdadera reestructuración, que persiga eliminar redundancias (en vez de crear nuevas), disminuir la burocracia y la planilla del estado. No podemos seguir en una situación en la que invertir 10 céntimos nos cuesta 90.
Dado que hay muchas necesidades cuya atención se ha venido posponiendo durante años con la excusa de no incrementar el déficit, lo natural sería que los recursos que se liberen se utilizaran para solucionar los muchos problemas que tenemos. Pero entonces no sobrarían recursos para cancelar la deuda. O, si los recursos liberados se usaran para cancelar deuda, entonces seguiríamos posponiendo la atención de problemas, lo cual no es un camino sostenible. La infraestructura se seguiría deteriorando, la educación seguiría empeorando, la inseguridad crecería, etc.
¿Qué hacer, entonces? Dejo la respuesta para un próximo artículo, pero debemos pensar en formas de incrementar los ingresos del Estado sin incrementar los impuestos. Soluciones hay, es cuestión de querer implementarlas.
¿De veras se puede? ¿Y cómo sos tan cruel de dejar la respuesta para después?
ResponderBorrarComo dicen los gringos, think outside the box. El problema es que lo que se te ocurra outside the box puede que no sea muy popular...
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