Una discusión entre este servidor y el autor del blog Implementando el Plan B, resultó en un compromiso de mi parte por ensayar una respuesta a la pregunta de Shanlucid de cuál puede ser la solución para los problemas de Costa Rica. No pretendo tener ni la verdad absoluta ni una respuesta a prueba de balas. Pero si ofrezco algunas ideas formadas a lo largo mis estudios, de once años de haber residido en diferentes países desarrollados, y de mi carrera profesional tanto en Costa Rica como en esos países. Una especie de Plan B para el país, el “electroshock” que me pidió Solentiname en un comentario a mi artículo El Subdesarrollo es un estado mental.
A Costa Rica la agobian una serie de problemas – para nadie es un secreto – en todos los campos: social, económico, seguridad, infraestructura, etc. Yo sostendré la tesis de que todos ellos son manifestaciones – síntomas – de un problema más básico. Quien haya seguido la corta historia de La Suiza Centroamericana entenderá a estas alturas mi forma de pensar, y sabrá de buenas a primeras para dónde voy.
Los ticos padecemos de un problema de actitud, que nos lleva a la apatía, al conformismo, al temor al cambio, al “porta mí”. Algunos, me parece que muchos, creen que este es un problema casi genético del tico, ergo, un problema que no tiene solución (a menos de que importemos centenares de miles de padrotes europeos para cambiar el pool genético del costarricense). Yo no lo veo así.
Este problema tiene un origen claro: la domesticación de los ticos. Y este fenómeno se origina en el momento en que el enfoque de la educación dejó de ser aquel que pretendía formar personas emprendedoras, acuciosas, curiosas (en el sentido científico y no fisgonero de la palabra), con sed de aprendizaje, con capacidad crítico-analítica, y donde los programas educativos dejaron de brindar al estudiante las herramientas que requería para poder investigar y formar criterio propio e independiente y las oportunidades que reclamaba para explotar sus talentos artísticos, científicos, o de cualquier naturaleza.
En otras palabras, el problema no es uno de estructuras biológicas inalterables, sino de rigideces mentales impresas en la “mente colectiva” del tico por un sistema educativo que un “caudillo” del siglo XX se ufanó en proclamar a los cuatro vientos pretendía domesticar a los ciudadanos (para que él pudiera comerse los 50 millones de colones en confites sin que nadie chistara).
Es que las personas domesticadas tienen a fuerzas que ser apáticas, conformistas, temerosas, hasta egoístas. Esas personas descriteriadas buscan figuras cuasi paternales que les digan cómo deben pensar y qué deben de hacer. Esas figuras por lo general son políticos o dirigentes gremiales. Y cuando ellos les fallan, cuando un político incumple sus promesas y otro cae por un caso de corrupción (real o no, aún esperamos los juicios), o cuando un dirigente sindical se quita la máscara y revela sus intenciones antidemocráticas, al domesticado no le queda más que refugiarse en su apatía, en su “porta mí”. Porque al no tener capacidad crítico-analítica, al no poder entender por sus propios medios lo que sucede en el mundo que le rodea, es lógico que pierda interés en los eventos que se salen del control estricto de su ámbito familiar. Es lógico entonces que asuma que “más vale pájaro en mano que cien volando”, que “más vale malo conocido que bueno por conocer”. La semilla del conformismo ha sido sembrada, y los políticos mediocres se han aprovechado de ella con creces para avanzar sus carreras.
En años recientes, algunos gobiernos han intentado mejorar la educación, pero el enfoque ha sido, si se quiere, “industrial”. Hay que aumentar la retención de estudiantes en el sistema. Hay que "producir" más graduados de los los estudios secundarios. Cantidad, no calidad. Además, hay que enseñarles inglés, computación, algunas materias técnicas, lo necesario para que Intel los pueda contratar. Pero para que Intel los pueda contratar como operarios de fábrica, no como gerentes de división ni como ingenieros desarrolladores de productos.
Todo eso es necesario, pero obviamente insuficiente. Aquí se necesita una reforma educativa de raíz. En un buen sistema educativo, el objetivo primordial será formar ciudadanos con capacidad analítica, artistas, emprendedores, científicos, gente que pueda hacer investigación relevante y aplicable al mejoramiento de la producción nacional, gente que pueda formar empresas en vez de aspirar a ser operarios. Por supuesto, no todos los ciudadanos tienen la capacidad intelectual para ser científicos de primera, el talento para ser artistas consumados, o la motivación ni el capital para ser empresarios. Para ello deben de existir paralelamente sistemas de educación profesional y técnica vocacional de primera, que le brinden al estudiante las herramientas para que pueda aspirar a los empleos mejor remunerados (ya sean profesionales o técnicos. Es preferible operario de Intel que operario de máquina de coser o trabajador no especializado).
Necesitamos un sistema educativo que trascienda a Cocorí y Marcos Ramírez. Un sistema educativo que le permita al estudiante ver más allá de sus fronteras, que le facilite hacer análisis comparativo y sacar conclusiones propias. Ya lo dijo hace más de un siglo el famoso biólogo inglés, Thomas Henry Huxley (1825-1895): "El resultado más importante de la educación es el desarrollo de la habilidad para hacer lo que se requiere hacer cuando se debe hacer, ya sea que a usted le guste o no".
Lamentablemente, los niños de hoy son hijos de una generación de domesticados, de manera que no reciben estímulo ni en la escuela ni en el hogar. Los cambios que yo sugiero no producen resultados de corto plazo (razón por la cual a ningún gobierno de turno le interesan), pero si logramos sostenerlos durante una generación, para la siguiente generación las cosas andarán mucho mejor. Los niños de esa generación siguiente no sólo recibirán una educación de calidad, sino que disfrutarán de un elemento adicional primordial: el involucramiento activo de sus padres en su educación.
Los cambios de los que hablo no requieren ni de construir mil escuelas más ni de contratar 50,000 maestros nuevos. Requieren de una inversión inicial importante, claro que sí, tanto para la elaboración de una nueva estrategia nacional educativa y el diseño de los planes educativos complementarios, como para la capacitación de los maestros en los temas que la nueva modalidad exija.
No quiero decir que no sea necesario ni importante continuar con los objetivos cuantitativos. Pero por favor entendamos que si no logramos incrementar ni en un 1% la cobertura de la educación secundaria, pero logramos que los que si estudian se conviertan en ciudadanos analíticos, emprendedores, etc., habremos avanzado mucho más. Porque la persona analítica, con capacidad crítica y opinión propia, que cuenta con las herramientas necesarias para obtener la información que requiere para formar su opinión, esa persona no le tendrá miedo al cambio, ni será conformista ni apático. Y cuando tengamos una masa de ciudadanos verdaderamente pensantes, entonces podremos entrar a discutir con mayor eficacia algunas otras soluciones a los problemas puntuales de nuestro país, a los que me referiré en el futuro en una continuación a este artículo.
A Costa Rica la agobian una serie de problemas – para nadie es un secreto – en todos los campos: social, económico, seguridad, infraestructura, etc. Yo sostendré la tesis de que todos ellos son manifestaciones – síntomas – de un problema más básico. Quien haya seguido la corta historia de La Suiza Centroamericana entenderá a estas alturas mi forma de pensar, y sabrá de buenas a primeras para dónde voy.
Los ticos padecemos de un problema de actitud, que nos lleva a la apatía, al conformismo, al temor al cambio, al “porta mí”. Algunos, me parece que muchos, creen que este es un problema casi genético del tico, ergo, un problema que no tiene solución (a menos de que importemos centenares de miles de padrotes europeos para cambiar el pool genético del costarricense). Yo no lo veo así.
Este problema tiene un origen claro: la domesticación de los ticos. Y este fenómeno se origina en el momento en que el enfoque de la educación dejó de ser aquel que pretendía formar personas emprendedoras, acuciosas, curiosas (en el sentido científico y no fisgonero de la palabra), con sed de aprendizaje, con capacidad crítico-analítica, y donde los programas educativos dejaron de brindar al estudiante las herramientas que requería para poder investigar y formar criterio propio e independiente y las oportunidades que reclamaba para explotar sus talentos artísticos, científicos, o de cualquier naturaleza.
En otras palabras, el problema no es uno de estructuras biológicas inalterables, sino de rigideces mentales impresas en la “mente colectiva” del tico por un sistema educativo que un “caudillo” del siglo XX se ufanó en proclamar a los cuatro vientos pretendía domesticar a los ciudadanos (para que él pudiera comerse los 50 millones de colones en confites sin que nadie chistara).
Es que las personas domesticadas tienen a fuerzas que ser apáticas, conformistas, temerosas, hasta egoístas. Esas personas descriteriadas buscan figuras cuasi paternales que les digan cómo deben pensar y qué deben de hacer. Esas figuras por lo general son políticos o dirigentes gremiales. Y cuando ellos les fallan, cuando un político incumple sus promesas y otro cae por un caso de corrupción (real o no, aún esperamos los juicios), o cuando un dirigente sindical se quita la máscara y revela sus intenciones antidemocráticas, al domesticado no le queda más que refugiarse en su apatía, en su “porta mí”. Porque al no tener capacidad crítico-analítica, al no poder entender por sus propios medios lo que sucede en el mundo que le rodea, es lógico que pierda interés en los eventos que se salen del control estricto de su ámbito familiar. Es lógico entonces que asuma que “más vale pájaro en mano que cien volando”, que “más vale malo conocido que bueno por conocer”. La semilla del conformismo ha sido sembrada, y los políticos mediocres se han aprovechado de ella con creces para avanzar sus carreras.
En años recientes, algunos gobiernos han intentado mejorar la educación, pero el enfoque ha sido, si se quiere, “industrial”. Hay que aumentar la retención de estudiantes en el sistema. Hay que "producir" más graduados de los los estudios secundarios. Cantidad, no calidad. Además, hay que enseñarles inglés, computación, algunas materias técnicas, lo necesario para que Intel los pueda contratar. Pero para que Intel los pueda contratar como operarios de fábrica, no como gerentes de división ni como ingenieros desarrolladores de productos.
Todo eso es necesario, pero obviamente insuficiente. Aquí se necesita una reforma educativa de raíz. En un buen sistema educativo, el objetivo primordial será formar ciudadanos con capacidad analítica, artistas, emprendedores, científicos, gente que pueda hacer investigación relevante y aplicable al mejoramiento de la producción nacional, gente que pueda formar empresas en vez de aspirar a ser operarios. Por supuesto, no todos los ciudadanos tienen la capacidad intelectual para ser científicos de primera, el talento para ser artistas consumados, o la motivación ni el capital para ser empresarios. Para ello deben de existir paralelamente sistemas de educación profesional y técnica vocacional de primera, que le brinden al estudiante las herramientas para que pueda aspirar a los empleos mejor remunerados (ya sean profesionales o técnicos. Es preferible operario de Intel que operario de máquina de coser o trabajador no especializado).
Necesitamos un sistema educativo que trascienda a Cocorí y Marcos Ramírez. Un sistema educativo que le permita al estudiante ver más allá de sus fronteras, que le facilite hacer análisis comparativo y sacar conclusiones propias. Ya lo dijo hace más de un siglo el famoso biólogo inglés, Thomas Henry Huxley (1825-1895): "El resultado más importante de la educación es el desarrollo de la habilidad para hacer lo que se requiere hacer cuando se debe hacer, ya sea que a usted le guste o no".
Lamentablemente, los niños de hoy son hijos de una generación de domesticados, de manera que no reciben estímulo ni en la escuela ni en el hogar. Los cambios que yo sugiero no producen resultados de corto plazo (razón por la cual a ningún gobierno de turno le interesan), pero si logramos sostenerlos durante una generación, para la siguiente generación las cosas andarán mucho mejor. Los niños de esa generación siguiente no sólo recibirán una educación de calidad, sino que disfrutarán de un elemento adicional primordial: el involucramiento activo de sus padres en su educación.
Los cambios de los que hablo no requieren ni de construir mil escuelas más ni de contratar 50,000 maestros nuevos. Requieren de una inversión inicial importante, claro que sí, tanto para la elaboración de una nueva estrategia nacional educativa y el diseño de los planes educativos complementarios, como para la capacitación de los maestros en los temas que la nueva modalidad exija.
No quiero decir que no sea necesario ni importante continuar con los objetivos cuantitativos. Pero por favor entendamos que si no logramos incrementar ni en un 1% la cobertura de la educación secundaria, pero logramos que los que si estudian se conviertan en ciudadanos analíticos, emprendedores, etc., habremos avanzado mucho más. Porque la persona analítica, con capacidad crítica y opinión propia, que cuenta con las herramientas necesarias para obtener la información que requiere para formar su opinión, esa persona no le tendrá miedo al cambio, ni será conformista ni apático. Y cuando tengamos una masa de ciudadanos verdaderamente pensantes, entonces podremos entrar a discutir con mayor eficacia algunas otras soluciones a los problemas puntuales de nuestro país, a los que me referiré en el futuro en una continuación a este artículo.
te he respondido
ResponderBorrarPerfecto, voy a preparar una respuesta. Veo más coincidencias que discrepancias.
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