O, de cómo los ticos manejamos como animales
Algunas experiencias que he vivido al volante en los últimos días me han hecho recordar aquel chiste que estaba en boga cuando yo hacía mis primeras armas como chofer:
Pregunta: ¿Cuál es la definición de un instante?
Respuesta: Es el lapso de tiempo – usualmente medido en milésimas de segundo – transcurrido entre el momento en que el semáforo se pone en verde y el malparido de atrás te toca el pito.
¡Uf! ¡Cuántas veces habré sido yo ese malparido de atrás! Pero eso es irrelevante, porque cuando yo pito siempre tengo la razón. El problema es que hoy el mal nacido fue otro y la víctima del pitazo fui yo, y cómo da cólera...
A raíz de todo esto, me dio por pensar en lo pachucos que somos los ticos cuando manejamos. Cuando yo saqué la licencia, tuve que hacer el famoso “curso del INA”, que no se si existe aún hoy. Para beneficio de mis cuatro lectores, que son alguillo más jóvenes que yo, les cuento que antes, para sacar la licencia, había que aprobar un curso teórico. Lo único que recuerdo del cochino curso, aparte de la pereza de ir hasta Paso Ancho todos los días durante una semana, fue una película que nos pasaron. Era, en realidad, un episodio de una serie de dibujos animados. En ella, Tribilín, aquel bicho indefinido de Walt Disney (¿qué era? Parecía zaguate, pero caminaba erguido y hablaba. Además, el perro de la serie era Pluto, que tenía la jacha igualitica a la de Tribilín, pero caminaba en cuatro patas) era el ciudadano modelo: le abría las puertas a las damas, caminaba del lado de afuera de la acera para proteger a su acompañante, y nunca se sacaba los mocos con el dedo. Pero una vez que se subía al carro, se tornaba en una bestia al volante. Manejaba a toda velocidad en zona escolar, adelantaba por la derecha, pitaba a cualquiera que se le ocurriera cruzar la calle a cien metros de donde el iba como bólido, y aceleraba para no dejar que el carro que llevaba las luces intermitentes puestas se pudiera meter al carril suyo. Cual si fuera el costarricense perfecto.
Yo creo que esa película nunca la pasaron en Estados Unidos. A mi siempre me gusta una buena teoría de conspiración, sobre todo cuando los malos son los gringos. Y don Walt Disney era un bicho raro de esos que dieron mucho de qué hablar. Yo creo que él creó ese episodio de Tribilín con un mensaje subliminal para que quien lo viera, en vez de darse cuenta de que no había que transformarse al volante como Tribilín, entendiera que esa es la manera civilizada de manejar. Y por ende decidió exportarlo a Latinoamérica, donde desde entonces hemos sido víctimas del síndrome de Tribilín.
Aquí les van algunos de mis personajes favoritos – las experiencias son todas verídicas – manejando en las calles de nuestro país:
● El chofer del bus que va delante de uno (ojo, el que va atrás jamás haría esto), que hace la parada en media calle justo donde hay una bahía. ¿Para qué diantres se gastaron mi dinero de los impuestos para hacer la maldita bahía, si no fue para que ese desgraciado la usara?
● El chofer del carro que va detrás de uno cuando uno va detrás del bus descrito en el punto anterior, que entonces decide rebasar por la derecha, es decir, por la bahía, justo cuando la señora que estaba en la parada corre hacia el bus llevando las compras del mercado en una mano y en la otra un güila. Y que, cuando por un milagro divino no la atropella, todavía saca su asqueroso hocico y lanza toda clase de improperios contra la pobre mujer.
● La doñita que el otro día iba delante mío, cuando de repente frenó en seco, en una calle angosta que no le daba chance a uno de rebasarla, y uno por la ventana lo que ve es que la señora se desploma hacia la derecha. Cuando me bajo, con el corazón en la garganta y celular en mano para llamar a la ambulancia, me acerco a la ventana de la señora para ver si todavía respira, oigo el chirrido de un celular que no es el mío, y la señora zambullida en su cartera buscándolo. Cuando por fin lo encuentra, muy linda la señora se enfrasca en una conversación telefónica SIN MOVERSE DEL LUGAR, momento para el cual ya hay cinco carros detrás del mío, todos contribuyendo a la cacofonía citadina con sus bien afinadas pitoretas.
● Cuando uno va en una calle de dos sentidos y necesita cruzar hacia la izquierda, los tipos que vienen por el carril contrario y que invariablemente adelantan su estornaco hasta el punto en que uno no pueda dar la vuelta a la izquierda, aunque ellos ya no iban para ningún lado porque el semáforo ya los había detenido.
● Un conocido mío que el otro día NO me iba a dejar dar la vuelta a la izquierda como en el punto anterior, y que cuando se percató de que era yo paró intempestivamente, pero lamentablemente ya se había adelantado tanto que para poder yo aprovechar el espacio tuve que hacer un “maguiver” que me dejó con tortícolis. Lo peor de todo es que yo no me di cuenta de que era un conocido, y me pasé refunfuñando a lo largo de toda la maniobra, hasta que el buen samaritano sacó la jupa por la ventana y me increpó: “Dean, pero qué es la vara, te cedo el campo y todavía reclamás!”.
● El animal que el otro día cruzó transversalmente un “bulevar” sin detenerse ni fijarse, justo cuando venía yo como bólido bajando. Nos esquivamos porque creo que en vez de cera a mi carro le habían untado vaselina. El susto fue tal, que ni reaccioné a tiempo para contarle al hombre en cuál esquina me había levantado a su mamá la noche anterior y a cuál motel me la había llevado. No hizo falta. Estoy seguro que mis ojos lo decían todo, hasta que me le acerqué y me di cuenta de que era el esposo de mi jefa, a quien había conocido el fin de semana anterior en una fiesta de la empresa. Creo que no me reconoció. La jefa no me ha dicho nada ni me echaron del trabajo.
● El imbécil que el otro día iba por el carril derecho en una calle de dos carriles e hizo un giro de 90 grados a la izquierda justo delante de mí, que iba por el carril izquierdo. Lo que intentaba hacer era meterse al garaje de su casa, pero por supuesto el portón estaba cerrado, así que se tuvo que detener con medio carro en la calle, justo delante de mi. Mi reacción fue pitar (como si eso fuera a evitar el choque) y quebrar bruscamente a la derecha para esquivar el carro (un Volvo gris modelo 1967). El cerdo todavía se bajó del carro y me empezó a insultar, como si no hubiera sido él el imprudente.
● El bruto que el otro día vio a una señora saliendo de su casa en carro y aceleró para “pasar primero” en una calle en la que no habían más carros y nada le hubiera costado cederle el paso. ¡Sé que era un bruto porque la señora me lo gritó muy clarito!
● Por último, el herediano que anda el pick-up de adrales cargado hasta el alma, manejando siempre por la autopista (já, qué fe) General Cañas, a 22 kilómetros por hora, EN EL CARRIL IZQUIERDO! ¡Correte, idiota, que para eso existe el carril para tránsito lento!
Los invito a contribuir sus anécdotas favoritas. Tal vez podamos entre todos hacer un catálogo completo y definitivo de la sub-especie “homo costarricensis choferus imbecilis”.
Pregunta: ¿Cuál es la definición de un instante?
Respuesta: Es el lapso de tiempo – usualmente medido en milésimas de segundo – transcurrido entre el momento en que el semáforo se pone en verde y el malparido de atrás te toca el pito.
¡Uf! ¡Cuántas veces habré sido yo ese malparido de atrás! Pero eso es irrelevante, porque cuando yo pito siempre tengo la razón. El problema es que hoy el mal nacido fue otro y la víctima del pitazo fui yo, y cómo da cólera...
A raíz de todo esto, me dio por pensar en lo pachucos que somos los ticos cuando manejamos. Cuando yo saqué la licencia, tuve que hacer el famoso “curso del INA”, que no se si existe aún hoy. Para beneficio de mis cuatro lectores, que son alguillo más jóvenes que yo, les cuento que antes, para sacar la licencia, había que aprobar un curso teórico. Lo único que recuerdo del cochino curso, aparte de la pereza de ir hasta Paso Ancho todos los días durante una semana, fue una película que nos pasaron. Era, en realidad, un episodio de una serie de dibujos animados. En ella, Tribilín, aquel bicho indefinido de Walt Disney (¿qué era? Parecía zaguate, pero caminaba erguido y hablaba. Además, el perro de la serie era Pluto, que tenía la jacha igualitica a la de Tribilín, pero caminaba en cuatro patas) era el ciudadano modelo: le abría las puertas a las damas, caminaba del lado de afuera de la acera para proteger a su acompañante, y nunca se sacaba los mocos con el dedo. Pero una vez que se subía al carro, se tornaba en una bestia al volante. Manejaba a toda velocidad en zona escolar, adelantaba por la derecha, pitaba a cualquiera que se le ocurriera cruzar la calle a cien metros de donde el iba como bólido, y aceleraba para no dejar que el carro que llevaba las luces intermitentes puestas se pudiera meter al carril suyo. Cual si fuera el costarricense perfecto.
Yo creo que esa película nunca la pasaron en Estados Unidos. A mi siempre me gusta una buena teoría de conspiración, sobre todo cuando los malos son los gringos. Y don Walt Disney era un bicho raro de esos que dieron mucho de qué hablar. Yo creo que él creó ese episodio de Tribilín con un mensaje subliminal para que quien lo viera, en vez de darse cuenta de que no había que transformarse al volante como Tribilín, entendiera que esa es la manera civilizada de manejar. Y por ende decidió exportarlo a Latinoamérica, donde desde entonces hemos sido víctimas del síndrome de Tribilín.
Aquí les van algunos de mis personajes favoritos – las experiencias son todas verídicas – manejando en las calles de nuestro país:
● El chofer del bus que va delante de uno (ojo, el que va atrás jamás haría esto), que hace la parada en media calle justo donde hay una bahía. ¿Para qué diantres se gastaron mi dinero de los impuestos para hacer la maldita bahía, si no fue para que ese desgraciado la usara?
● El chofer del carro que va detrás de uno cuando uno va detrás del bus descrito en el punto anterior, que entonces decide rebasar por la derecha, es decir, por la bahía, justo cuando la señora que estaba en la parada corre hacia el bus llevando las compras del mercado en una mano y en la otra un güila. Y que, cuando por un milagro divino no la atropella, todavía saca su asqueroso hocico y lanza toda clase de improperios contra la pobre mujer.
● La doñita que el otro día iba delante mío, cuando de repente frenó en seco, en una calle angosta que no le daba chance a uno de rebasarla, y uno por la ventana lo que ve es que la señora se desploma hacia la derecha. Cuando me bajo, con el corazón en la garganta y celular en mano para llamar a la ambulancia, me acerco a la ventana de la señora para ver si todavía respira, oigo el chirrido de un celular que no es el mío, y la señora zambullida en su cartera buscándolo. Cuando por fin lo encuentra, muy linda la señora se enfrasca en una conversación telefónica SIN MOVERSE DEL LUGAR, momento para el cual ya hay cinco carros detrás del mío, todos contribuyendo a la cacofonía citadina con sus bien afinadas pitoretas.
● Cuando uno va en una calle de dos sentidos y necesita cruzar hacia la izquierda, los tipos que vienen por el carril contrario y que invariablemente adelantan su estornaco hasta el punto en que uno no pueda dar la vuelta a la izquierda, aunque ellos ya no iban para ningún lado porque el semáforo ya los había detenido.
● Un conocido mío que el otro día NO me iba a dejar dar la vuelta a la izquierda como en el punto anterior, y que cuando se percató de que era yo paró intempestivamente, pero lamentablemente ya se había adelantado tanto que para poder yo aprovechar el espacio tuve que hacer un “maguiver” que me dejó con tortícolis. Lo peor de todo es que yo no me di cuenta de que era un conocido, y me pasé refunfuñando a lo largo de toda la maniobra, hasta que el buen samaritano sacó la jupa por la ventana y me increpó: “Dean, pero qué es la vara, te cedo el campo y todavía reclamás!”.
● El animal que el otro día cruzó transversalmente un “bulevar” sin detenerse ni fijarse, justo cuando venía yo como bólido bajando. Nos esquivamos porque creo que en vez de cera a mi carro le habían untado vaselina. El susto fue tal, que ni reaccioné a tiempo para contarle al hombre en cuál esquina me había levantado a su mamá la noche anterior y a cuál motel me la había llevado. No hizo falta. Estoy seguro que mis ojos lo decían todo, hasta que me le acerqué y me di cuenta de que era el esposo de mi jefa, a quien había conocido el fin de semana anterior en una fiesta de la empresa. Creo que no me reconoció. La jefa no me ha dicho nada ni me echaron del trabajo.
● El imbécil que el otro día iba por el carril derecho en una calle de dos carriles e hizo un giro de 90 grados a la izquierda justo delante de mí, que iba por el carril izquierdo. Lo que intentaba hacer era meterse al garaje de su casa, pero por supuesto el portón estaba cerrado, así que se tuvo que detener con medio carro en la calle, justo delante de mi. Mi reacción fue pitar (como si eso fuera a evitar el choque) y quebrar bruscamente a la derecha para esquivar el carro (un Volvo gris modelo 1967). El cerdo todavía se bajó del carro y me empezó a insultar, como si no hubiera sido él el imprudente.
● El bruto que el otro día vio a una señora saliendo de su casa en carro y aceleró para “pasar primero” en una calle en la que no habían más carros y nada le hubiera costado cederle el paso. ¡Sé que era un bruto porque la señora me lo gritó muy clarito!
● Por último, el herediano que anda el pick-up de adrales cargado hasta el alma, manejando siempre por la autopista (já, qué fe) General Cañas, a 22 kilómetros por hora, EN EL CARRIL IZQUIERDO! ¡Correte, idiota, que para eso existe el carril para tránsito lento!
Los invito a contribuir sus anécdotas favoritas. Tal vez podamos entre todos hacer un catálogo completo y definitivo de la sub-especie “homo costarricensis choferus imbecilis”.
Excelente la Guía Práctica de Beto. Les recomiendo leerla haciendo click aquí.
ResponderBorrarPor aquello de la memoria histórica, en ese bien conocido documental en fábula, Tribilín se llamaba "Don León de la Rueda" y sigue siendo una referencia en américa latina para el salvajismo y primitivismo al volante.
ResponderBorrarQue me dicen de los o las idiotas que ingresan a una rotonda por el carril de afuera y dan toda la vuelta... No dan ganas de tener un trailer y pasarles por encima???
ResponderBorrarYo no soy chofer, soy peatón y soy de Chile y les aseguro que el conducir como enajenado no es exclusiva de su país, Santiago de Chile es un campo de entrenamiento militar de sobrevivencia, si no cruza rápido la calle arriesga convertirse en una ralla más del paso peatonal.
ResponderBorrarEn Viña del Mar vi a un camión de 4 ejes girando a la izquierda en una avenida (para lo que tenía que ocupar dos pistas) y a un animal acelerar a 120 para pasar antes de que se cerrara el paso. No lo constaté, pero estoy segura que compartieron la pintura.
pues yo soy instructor de manejo en mexico en el estado de tabasco y esa es una pelicula que todavia pongo amis alumnos ademas de otras muy nuevas pero no de caricaturas que buscan sensibilizar al proximo candidato a conductor
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